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EL LIBERAL . Santiago

LOS HIJOS DE LA LIBERTAD

24/09/2022 22:38 Santiago
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LOS HIJOS DE LA LIBERTAD LOS HIJOS DE LA LIBERTAD

El tercer grande, tal como llamó Bartolomé

Mitre, nuestro primer historiador científico,

al brigadier general Juan Martín de

Pueyrredón, ha sufrido en el relato histórico

una postergación que aún espera su reparación.

Sin el concurso del Director Supremo Pueyrredón

es muy probable que la tarea del Congreso

General Constituyente que se reunió en

San Miguel del Tucumán en 1816 y en Buenos Aires

desde 1817 no hubiera llegado a muchas de

las realizaciones que logró, de la misma manera

que las campañas militares del Ejército del Norte,

a cargo de los generales Manuel Belgrano y Martín

Miguel de Güemes; y del Ejército de los Andes,

al mando del Libertador José de San Martín quizá

habrían sufrido contratiempos y dificultades

que el porteño Pueyrredón ayudó a zanjar y solucionar.

Pero hoy toca recordar a su hijo que supo sobrellevar

el destino de los descendientes de los

grandes protagonistas de la historia, buscando

un camino distinto que gozó del apoyo de sus padres

en la búsqueda de un destino personal adecuado

a sus gustos y sus aspiraciones. Aquí la

biografía de Prilidiano Pueyrredón.

Los primeros años del

hijo querido

El 24 de enero de 1823, mientras don Juan

Martín decidía apartarse de las actividades militares

y políticas, nacía en Buenos Aires el único

hijo del matrimonio Pueyrredón. Doña María

Calixta de Tellechea tenía por entonces 21 años,

frente a los 46 de su esposo. El niño fue bautizado

según ordenaba el santoral y así fue que el 7

de febrero de ese año en la iglesia de Nuestra Señora

de la Merced el agua bendita le impone el

nombre de Prilidiano.

Estudia en el Colegio de la

Independencia y su padre se esmera en proveerle

educación.

Para 1835, y debido al distanciamiento que

Pueyrredón tenía con el gobernador Juan Manuel

de Rosas, la familia se traslada a París con la

excusa de educar al hijo y viven allí durante seis

años. Es un ejercicio de deleite imaginar los encuentros

entre los Pueyrredón y los San Martín,

que sin duda deben haber existido, pero que hasta

ahora no han podido ser documentados.

En

1841 regresan a América y se radican en Brasil,

a fin de seguir de cerca el proceso de confiscación

de los bienes de franceses y descendientes

de franceses, entre ellos los bearneses Pueyrredón,

que Rosas lleva adelante como consecuencia

del bloqueo que los galos llevan adelante contra

Buenos Aires. El prestigio del ya anciano general

impide que se lleve adelante la apropiación

de sus bienes.

La estadía de Prilidiano en Río de Janeiro es

dichosa, ya que comienza su contacto con la pintura

a través de artistas europeos radicados allí

debido a los avatares políticos del viejo continente.

En 1844 la familia vuelve a París y el espíritu

liberal de su padre permite a Prilidiano iniciar

sus estudios de arquitectura en el Instituto Politécnico,

mientras perfecciona su arte. Su vida

en Francia y la rapidez con que se recibe de ingeniero

van a provocar maledicentes comentarios

cuando regrese a Buenos Aires, sobre todo

vinculados a su moralidad.

La cerrada sociedad

porteña lo criticaría sin pausa, acentuando

el carácter retraído de Prilidiano, que viviría casi

aislado en la quinta del Bosque Alegre, propiedad

familiar ubicada en San Isidro, donde instala

su atelier.

Regresa a Buenos Aires por tres años y es

entonces que pinta su retrato quizá más famoso:

el de Manuelita Rosas, donde abunda el rojo punzó

característico de esos tiempos y que aún llevamos

en nuestros bolsillos en el billete de 20 pesos

de la primera serie de pesos. El carácter hipocondríaco

y sombrío de su madre, doña Calixta,

iba a influirlo el resto de su vida.

Vuelve a viajar

a Europa y regresa definitivamente al país en

1854, comenzando el período más fértil de su arte

pictórico, convirtiéndose en el gran pintor argentino

de su tiempo, gracias a sus retratos y a

sus paisajes.

Prilidiano Pintor

Su perfección en los retratos, donde logra

profundidad en cada personaje lo convierte en

un mimado de la sociedad porteña luego de la

caída de Rosas y en los tiempos de la secesión

de Buenos Aires enfrentada con la Confederación

Argentina.

Se conservan de su producción

223 obras catalogadas, aunque cada cierto tiempo

aparece en alguna residencia un nuevo retrato

que no se conocía. Estas pinturas muestran

su capacidad de observación psicológica y también

son expresión del sentir social de su tiempo.

Las damas siempre guardan recato, los militares

muestran hidalguía, los obispos y sacerdotes

son moderados en sus gestos, y los políticos

y hacendados se ven severos.

Sus autorretratos, que lo muestran como

pintor, como productor agropecuario, como cazador,

permiten intuir los tormentos de su personalidad.

Una de sus obras más impresionantes

es el retrato que pinta de su padre, el prócer, en

el poco tiempo que don Juan Martín vive en San

Isidro antes de morir en 1850, luego de su regreso

al país en 1849. La mirada del prócer es conmovedora

y es una muestra más de la gran característica

de los retratos de Prilidiano: una mirada

sin par que cobra vida cada vez que un espectador

aprecia la obra.

Sus paisajes, generalmente vinculados a la

costa del río de la Plata o las tareas del campo,

introduciendo la temática gauchesca y de los

arrabales en los salones distinguidos que lucían

sus obras. Se destacan pinturas como “Lavanderas

en el Bajo de Belgrano”, “Un alto en el campo”,

“La Noria” (un paisaje de España) y decenas

más. Su liberalidad conceptual quedó plasmada

en un par de cuadros: “El baño” y “La siesta”,

donde pinta desnudos sobre el modelo de su

ama de llaves, que nunca fueron expuestos durante

su vida y que fueron causa de severas críticas

morales por su temática. Hay un retrato

que forma parte de la colección del Museo Pueyrredón,

su antigua casona, dedicado a su prima

y enamorada Magdalena Costa, que luego de la

ruptura de la relación Prilidiano dejó sin terminar

y muestra una mano inconclusa.

Prilidiano

Arquitecto

En un aspecto menos conocido de este gran

artista, desarrolló una intensa tarea como proyectista

y como constructor. Se deben a su mano

los planos que le pidiera Miguel de Azcuénaga

(hijo) para su quinta en los

Olivos, actualmente residencia

presidencial.

Presentó varios

proyectos

para la ciudad

de Buenos

Aires, entre

ellos remodelar

la Plaza

de la Victoria,

instalar

un cementerio

en el sur de

la ciudad y sobre

todo se destaca la

construcción del primer

puente de hierro sobre

el Riachuelo en la zona de Barracas. Hay que decir

que su despliegue arquitectónico se produjo

sobre todo en la década de 1850, luego de radicarse

definitivamente en el país.

Pero sin duda su obra magna y más reconocida

es la transformación de la Pirámide de Mayo,

que engalanó el antiguo monumento austero,

elevando su altura original unos seis metros

y encargando cinco estatuas al francés Joseph

Dubourdieu: la que corona la pirámide “La Libertad”,

de material de mampostería; y cuatro en la

base de hierro fundido llamadas “La Industria”,

“Las Ciencias”, “Las Artes” y “El Comercio”. Hay

que destacar que estas cuatro sufrieron un rápido

deterioro y fueron reemplazadas por cuatro

esculturas de mármol que el mismo autor hiciera

para la fachada del Banco de la Provincia de

Buenos Aires.

Anécdotas

de un hombre

libre

Era un verdadero hombre renacentista.

Además de su pasión por la pintura y su habilidad

como arquitecto, fue un músico de

interpretación exquisita, hablaba seis idiomas

y escribió muy buenos poemas. Su vida

romántica estuvo plagada de desencanto

y decepciones amorosas a lo largo de su

vida. Sin embargo, durante su viaje a Europa

a inicios de 1852 huyendo de un desengaño,

recala en Cádiz y allí tiene un largo romance

con una sencilla muchacha de pueblo

llamada Alejandra Heredia, quien sería

la madre de la única hija de Prilidiano: María

Magdalena Urbana, nacida el 25 de mayo

de 1853.

Entre las anécdotas que recuerdan su

fino y escaso buen humor de Prilidiano se

cuenta que solía entregar tarjetas personales

entre sus amigos que rezaban lo siguiente:

“Prilidiano P. Pueyrredón / pobre

pintor porteño / pinta preciosos paisajes

/ por pocos pesos papel”, todas

palabras comenzadas con la letra “p” en un

divertido juego con las “PPP” con las que

firmaba sus obras.

Sin embargo, su carácter

taciturno quedó plasmado en un pensamiento

que escribiera en sus últimos años:

“Cada uno tiene una misión que cumplir

en el mundo; la mía es el olvido de

mí mismo en favor de los seres amados

que me rodean”.

En 1856 decidió vender la residencia familiar

de San Isidro, donde había muerto su

padre seis años antes y aumentó su aislamiento.

Sin que pueda probarse, habría

destruido varias obras durante sus últimos

años, sobre todo después de la muerte de

su madre doña Calixta en 1869.

La muerte

lo sorprendió soltero, sufriendo una

diabetes que lo tuvo a mal traer, en

Buenos Aires el 3 de noviembre de

1870. Tenía sólo 47 años y fue sepultado

en el cementerio porteño de la

Recoleta, junto a sus padres en el

monumento funerario que él mismo

diseñara.

La cultura nacional lo comenzó

a olvidar y sólo en la década de

1930 comenzó a darle el lugar que merecía,

pasando su obra a formar parte de colecciones

expuestas al público.

Este precursor del arte argentino es

menos recordado que sus obras, a pesar

de que haya calles, plazas y escuelas con su

nombre. La antigua Escuela Nacional de Bellas

Artes lleva su nombre y sus obras pictóricas

pueden hallarse en varios museos

del país y también, debido a su enorme producción,

en muchas colecciones privadas.

El puente que reemplazó el que hizo sobre

el Riachuelo fue bautizado con su nombre,

aunque muchos piensan que es un homenaje

a su padre. El gran historiador Roberto

Elissalde ha publicado una excelente biografía

llamada “Prilidiano íntimo” que recomendamos

y sobre todo una visita al Museo

Pueyrredón en San Isidro, casona histórica

en un lugar espectacular que es memoria

histórica, artística y evocativa de un

gran país.

Lo que debes saber
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