LOS HIJOS DE LA LIBERTAD LOS HIJOS DE LA LIBERTAD
El tercer grande, tal como llamó Bartolomé
Mitre, nuestro primer historiador científico,
al brigadier general Juan Martín de
Pueyrredón, ha sufrido en el relato histórico
una postergación que aún espera su reparación.
Sin el concurso del Director Supremo Pueyrredón
es muy probable que la tarea del Congreso
General Constituyente que se reunió en
San Miguel del Tucumán en 1816 y en Buenos Aires
desde 1817 no hubiera llegado a muchas de
las realizaciones que logró, de la misma manera
que las campañas militares del Ejército del Norte,
a cargo de los generales Manuel Belgrano y Martín
Miguel de Güemes; y del Ejército de los Andes,
al mando del Libertador José de San Martín quizá
habrían sufrido contratiempos y dificultades
que el porteño Pueyrredón ayudó a zanjar y solucionar.
Pero hoy toca recordar a su hijo que supo sobrellevar
el destino de los descendientes de los
grandes protagonistas de la historia, buscando
un camino distinto que gozó del apoyo de sus padres
en la búsqueda de un destino personal adecuado
a sus gustos y sus aspiraciones. Aquí la
biografía de Prilidiano Pueyrredón.
Los primeros años del
hijo querido
El 24 de enero de 1823, mientras don Juan
Martín decidía apartarse de las actividades militares
y políticas, nacía en Buenos Aires el único
hijo del matrimonio Pueyrredón. Doña María
Calixta de Tellechea tenía por entonces 21 años,
frente a los 46 de su esposo. El niño fue bautizado
según ordenaba el santoral y así fue que el 7
de febrero de ese año en la iglesia de Nuestra Señora
de la Merced el agua bendita le impone el
nombre de Prilidiano.
Estudia en el Colegio de la
Independencia y su padre se esmera en proveerle
educación.
Para 1835, y debido al distanciamiento que
Pueyrredón tenía con el gobernador Juan Manuel
de Rosas, la familia se traslada a París con la
excusa de educar al hijo y viven allí durante seis
años. Es un ejercicio de deleite imaginar los encuentros
entre los Pueyrredón y los San Martín,
que sin duda deben haber existido, pero que hasta
ahora no han podido ser documentados.
En
1841 regresan a América y se radican en Brasil,
a fin de seguir de cerca el proceso de confiscación
de los bienes de franceses y descendientes
de franceses, entre ellos los bearneses Pueyrredón,
que Rosas lleva adelante como consecuencia
del bloqueo que los galos llevan adelante contra
Buenos Aires. El prestigio del ya anciano general
impide que se lleve adelante la apropiación
de sus bienes.
La estadía de Prilidiano en Río de Janeiro es
dichosa, ya que comienza su contacto con la pintura
a través de artistas europeos radicados allí
debido a los avatares políticos del viejo continente.
En 1844 la familia vuelve a París y el espíritu
liberal de su padre permite a Prilidiano iniciar
sus estudios de arquitectura en el Instituto Politécnico,
mientras perfecciona su arte. Su vida
en Francia y la rapidez con que se recibe de ingeniero
van a provocar maledicentes comentarios
cuando regrese a Buenos Aires, sobre todo
vinculados a su moralidad.
La cerrada sociedad
porteña lo criticaría sin pausa, acentuando
el carácter retraído de Prilidiano, que viviría casi
aislado en la quinta del Bosque Alegre, propiedad
familiar ubicada en San Isidro, donde instala
su atelier.
Regresa a Buenos Aires por tres años y es
entonces que pinta su retrato quizá más famoso:
el de Manuelita Rosas, donde abunda el rojo punzó
característico de esos tiempos y que aún llevamos
en nuestros bolsillos en el billete de 20 pesos
de la primera serie de pesos. El carácter hipocondríaco
y sombrío de su madre, doña Calixta,
iba a influirlo el resto de su vida.
Vuelve a viajar
a Europa y regresa definitivamente al país en
1854, comenzando el período más fértil de su arte
pictórico, convirtiéndose en el gran pintor argentino
de su tiempo, gracias a sus retratos y a
sus paisajes.
Prilidiano Pintor
Su perfección en los retratos, donde logra
profundidad en cada personaje lo convierte en
un mimado de la sociedad porteña luego de la
caída de Rosas y en los tiempos de la secesión
de Buenos Aires enfrentada con la Confederación
Argentina.
Se conservan de su producción
223 obras catalogadas, aunque cada cierto tiempo
aparece en alguna residencia un nuevo retrato
que no se conocía. Estas pinturas muestran
su capacidad de observación psicológica y también
son expresión del sentir social de su tiempo.
Las damas siempre guardan recato, los militares
muestran hidalguía, los obispos y sacerdotes
son moderados en sus gestos, y los políticos
y hacendados se ven severos.
Sus autorretratos, que lo muestran como
pintor, como productor agropecuario, como cazador,
permiten intuir los tormentos de su personalidad.
Una de sus obras más impresionantes
es el retrato que pinta de su padre, el prócer, en
el poco tiempo que don Juan Martín vive en San
Isidro antes de morir en 1850, luego de su regreso
al país en 1849. La mirada del prócer es conmovedora
y es una muestra más de la gran característica
de los retratos de Prilidiano: una mirada
sin par que cobra vida cada vez que un espectador
aprecia la obra.
Sus paisajes, generalmente vinculados a la
costa del río de la Plata o las tareas del campo,
introduciendo la temática gauchesca y de los
arrabales en los salones distinguidos que lucían
sus obras. Se destacan pinturas como “Lavanderas
en el Bajo de Belgrano”, “Un alto en el campo”,
“La Noria” (un paisaje de España) y decenas
más. Su liberalidad conceptual quedó plasmada
en un par de cuadros: “El baño” y “La siesta”,
donde pinta desnudos sobre el modelo de su
ama de llaves, que nunca fueron expuestos durante
su vida y que fueron causa de severas críticas
morales por su temática. Hay un retrato
que forma parte de la colección del Museo Pueyrredón,
su antigua casona, dedicado a su prima
y enamorada Magdalena Costa, que luego de la
ruptura de la relación Prilidiano dejó sin terminar
y muestra una mano inconclusa.
Prilidiano
Arquitecto
En un aspecto menos conocido de este gran
artista, desarrolló una intensa tarea como proyectista
y como constructor. Se deben a su mano
los planos que le pidiera Miguel de Azcuénaga
(hijo) para su quinta en los
Olivos, actualmente residencia
presidencial.
Presentó varios
proyectos
para la ciudad
de Buenos
Aires, entre
ellos remodelar
la Plaza
de la Victoria,
instalar
un cementerio
en el sur de
la ciudad y sobre
todo se destaca la
construcción del primer
puente de hierro sobre
el Riachuelo en la zona de Barracas. Hay que decir
que su despliegue arquitectónico se produjo
sobre todo en la década de 1850, luego de radicarse
definitivamente en el país.
Pero sin duda su obra magna y más reconocida
es la transformación de la Pirámide de Mayo,
que engalanó el antiguo monumento austero,
elevando su altura original unos seis metros
y encargando cinco estatuas al francés Joseph
Dubourdieu: la que corona la pirámide “La Libertad”,
de material de mampostería; y cuatro en la
base de hierro fundido llamadas “La Industria”,
“Las Ciencias”, “Las Artes” y “El Comercio”. Hay
que destacar que estas cuatro sufrieron un rápido
deterioro y fueron reemplazadas por cuatro
esculturas de mármol que el mismo autor hiciera
para la fachada del Banco de la Provincia de
Buenos Aires.
Anécdotas
de un hombre
libre
Era un verdadero hombre renacentista.
Además de su pasión por la pintura y su habilidad
como arquitecto, fue un músico de
interpretación exquisita, hablaba seis idiomas
y escribió muy buenos poemas. Su vida
romántica estuvo plagada de desencanto
y decepciones amorosas a lo largo de su
vida. Sin embargo, durante su viaje a Europa
a inicios de 1852 huyendo de un desengaño,
recala en Cádiz y allí tiene un largo romance
con una sencilla muchacha de pueblo
llamada Alejandra Heredia, quien sería
la madre de la única hija de Prilidiano: María
Magdalena Urbana, nacida el 25 de mayo
de 1853.
Entre las anécdotas que recuerdan su
fino y escaso buen humor de Prilidiano se
cuenta que solía entregar tarjetas personales
entre sus amigos que rezaban lo siguiente:
“Prilidiano P. Pueyrredón / pobre
pintor porteño / pinta preciosos paisajes
/ por pocos pesos papel”, todas
palabras comenzadas con la letra “p” en un
divertido juego con las “PPP” con las que
firmaba sus obras.
Sin embargo, su carácter
taciturno quedó plasmado en un pensamiento
que escribiera en sus últimos años:
“Cada uno tiene una misión que cumplir
en el mundo; la mía es el olvido de
mí mismo en favor de los seres amados
que me rodean”.
En 1856 decidió vender la residencia familiar
de San Isidro, donde había muerto su
padre seis años antes y aumentó su aislamiento.
Sin que pueda probarse, habría
destruido varias obras durante sus últimos
años, sobre todo después de la muerte de
su madre doña Calixta en 1869.
La muerte
lo sorprendió soltero, sufriendo una
diabetes que lo tuvo a mal traer, en
Buenos Aires el 3 de noviembre de
1870. Tenía sólo 47 años y fue sepultado
en el cementerio porteño de la
Recoleta, junto a sus padres en el
monumento funerario que él mismo
diseñara.
La cultura nacional lo comenzó
a olvidar y sólo en la década de
1930 comenzó a darle el lugar que merecía,
pasando su obra a formar parte de colecciones
expuestas al público.
Este precursor del arte argentino es
menos recordado que sus obras, a pesar
de que haya calles, plazas y escuelas con su
nombre. La antigua Escuela Nacional de Bellas
Artes lleva su nombre y sus obras pictóricas
pueden hallarse en varios museos
del país y también, debido a su enorme producción,
en muchas colecciones privadas.
El puente que reemplazó el que hizo sobre
el Riachuelo fue bautizado con su nombre,
aunque muchos piensan que es un homenaje
a su padre. El gran historiador Roberto
Elissalde ha publicado una excelente biografía
llamada “Prilidiano íntimo” que recomendamos
y sobre todo una visita al Museo
Pueyrredón en San Isidro, casona histórica
en un lugar espectacular que es memoria
histórica, artística y evocativa de un
gran país.