Las primeras damas en la historia nacional Las primeras damas en la historia nacional
La vida familiar de quienes tienen a cargo
las máximas responsabilidades en el manejo del
Estado ha sido siempre una mezcla de misterio,
de curiosidad y sobre todo en tiempos idos, una
fuente de rumores, chismes y anécdotas que en
algunos casos vale conmemorar.
Desde los tiempos
coloniales, sobre todo desde la creación del
Virreynato del Río de la Plata en 1776 que convirtió
a Buenos Aires en la capital del territorio que
finalmente conformó la República Argentina, a la
figura del primer mandatario, que fueron virreyes,
triunviros, directores supremos, gobernadores
y por supuesto, presidentes, se suma la figura
de la primera dama.
Es importante destacar que la primera dama
es reconocida desde el punto de vista social, pero
nunca ha ocupado un carácter protocolar establecido
ni su actividad está regulada dentro del
esquema burocrático estatal, pero dependiendo
de su personalidad, hay varias esposas virreinales
y presidenciales que se han destacado a lo
largo de casi dos siglos y medio.
Hoy vamos a relatar
aspectos de interés de las damas que han
acompañado a grandes hombres que han conducido
el país y fueron dando forma a una institución
informal que ha tenido influencia en el devenir
de los acontecimientos argentinos.
Como curiosidad, es interesante comentar
que sólo unos pocos presidentes fueron solteros
o se separaron de sus esposas: Domingo Faustino
Sarmiento, Hipólito Yrigoyen y Carlos Menem,
además de otros que al momento de ejercer
el poder eran viudos, tales como Julio Argentino
Roca en su segunda presidencia y Victorino
de la Plaza.
Como siempre vale la pena aclarar,
todo intento de contar la historia deja a la vista
omisiones, pero que sólo se deben a la selección
arbitraria que el historiador intenta sea lo menos
injusta posible.
La Virreyna Vieja
En los albores del siglo XIX llegaba a Buenos
Aires don Joaquín del Pino Sánchez de Rozas
Romero y Negrete, un ingeniero militar nacido
en 1729 en Córdoba, la antigua capital del califato
en la península ibérica, quien desarrolló una
larguísima carrera al servicio de la corona. Tuvo
a su cargo la construcción de fortalezas en todos
los continentes y comenzó a ascender en la
burocracia imperial.
Fue gobernador de Montevideo,
presidente de las Reales Audiencias de Chile
y de Charcas y es el primer gobernador del reino
de Chile, hasta que el rey Carlos IV lo nombra virrey
del Río de la Plata, asumiendo el 20 de mayo
de 1801
Anteriormente, en 1763 se casa con María Ignacia
Rameri, de quien enviuda y ya en el continente
americano reincide en el matrimonio en
1783 desposando a la santafesina Rafaela de Vera
Mujica y López Pintado, perteneciente a un linaje
castellano antiquísimo y descendiente del
fundador de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera.
El matrimonio tiene ocho hijos y se instalan definitivamente
en Buenos Aires. El virrey Del Pino,
tal cual ha pasado a la historia, tenía 72 años al
llegar al Plata y es el segundo virrey que muere
en su cargo.
Antes había fallecido en Montevideo
durante una visita de estado el quinto virrey Pedro
José Antonio Melo de Portugal, que fuera sepultado
en la iglesia San Juan Bautista de la orden
de las clarisas de clausura.
Don Joaquín muere el 11 de abril de 1804 a los
75 años en su casona ubicada en Perú y Belgrano,
en Catedral al Sur, una de las residencias más
lujosas de la Buenos Aires de entonces y que sobreviviría
más de un siglo hasta su demolición en
1910.
Los funerales fueron pomposos y se lo sepultó
en la cripta de los obispos de la catedral
porteña.
Desde entonces, doña Rafaela, que durante
el gobierno de su esposo fue una gran animadora
social y cultural, se convirtió en la “virreina
vieja” y no había tertulia, función de teatro
o fiesta religiosa que no la contara en lugar
privilegiado.
En 1809 su cuarta hija, Juana del Pino
y Vera Mujica se casa con Bernardino Rivadavia,
quien llegaría a ser el primer presidente argentino
en 1826, por lo que doña Rafaela se convirtió
en la 1° Primera Dama que fue madre de una
primera dama y suegra de un primer magistrado.
La virreina vieja alternaba su vida entre la casa
del centro y la quinta familiar ubicada en la Recoleta,
lugar que hoy ocupa el conocido bar “La
Biela”, donde moriría el 2 de julio de 1816 a los 62
años, sólo una semana antes que las Provincias
Unidas del Río de la Plata, que habían sido gobernadas
por su esposo, declararan la Independencia
en San Miguel del Tucumán.
Como gran curiosidad,
hoy existen dos lápidas que dicen ser la
tumba de la virreina Vera Mujica: una en la cripta
de la Basílica San Francisco y otra en la Basílica
del Pilar, ambas en Buenos Aires y constituyen
un misterio que quizá más adelante la ciencia
arqueológica contribuya a desentrañar.
En la
iglesia de la Recoleta hay un retrato escultórico
de doña Rafaela, el único homenaje a una virreina
que hay en Buenos Aires, aunque hay otros en
Santa Fe, cuna de dos virreinas: la Vera Mujica
y Ana de Azcuénaga, esposa del virrey Antonio
Olaguer y Feliú.
La Gran Primera Dama
Desde los tiempos de la sanción de la Constitución
Federal de 1853, el rol de las esposas de
los presidentes fue bastante opaco en la vida pública.
Se recuerda a Dolores Costa de Urquiza,
Modesta García de Derqui, Delfina de Vedia de
Mitre, Carmen Nóbrega de Avellaneda, Clara Funes
de Roca y su hermana Elisa Funes de Juárez
Celman, Carolina Lagos de Pellegrini, Cipriana
Lahitte de Sáenz Peña, Leonor de Tezanos Pinto
de Uriburu, Susana Rodríguez Viana de Quintana,
Josefa Bouquet de Figueroa Alcorta y Rosa González
de Sáenz Peña, a quienes incluso cuesta reconocer
en fotos oficiales de sus esposos. Pero
esto cambiaría cuando llega a la presidencia el
radical porteño Marcelo Torcuato de Alvear.
El matrimonio formado por Alvear y Regina
Pacini constituye una historia legendaria que
siempre reclamamos sea asumida por el cine o
la televisión argentina. Reúne todas las condiciones
de un romance extraordinario, llevado adelante
contra viento y marea y que ha sido relatado
en estas columnas dominicales varias veces.
En 1899 la gran cantante lírica que era Regina
viene en una compañía italiana a Buenos Aires,
y el bon vivant que era Marcelo queda prendado
de la soprano y le ofrece cuatro docenas
de rosas rojas y blancas, que son recibidas con
aprensión en el camerino por la madre, o sea que
el primer contacto entre los futuros esposos fue
la suegra de él.
Durante ocho años Marcelo la siguió por
el mundo a todos los teatros en los que Regina
triunfaba, desde Rusia hasta España y desde
Suecia hasta Italia. Siempre las rosas y siempre
el controlado agradecimiento. Pero en 1907,
en el teatro Real de San Carlos de Lisboa, ciudad
natal de la cantante, Marcelo jugó su última carta:
compró todas las entradas de la función, desde
su palco anunció: “Hoy cantás sólo para mí”,
subió al escenario al terminar la ópera y le pidió
matrimonio, que se concretó inmediatamente.
Se
radicaron en París, donde Alvear le obsequió el
palacio de Coeur Volant, hoy embajada de Guinea,
y en 1912 llegaron a Buenos Aires para que
Marcelo asumiera como diputado nacional. Desde
entonces, con brillo propio, Regina iba a estar
al lado de su amado, prestigiando sus investiduras.
Cuando el 12 de octubre de 1922 asumió Alvear
la primera magistratura, ya llamó la atención
el lugar privilegiado que a su lado tuvo Regina Pacini.
Y desde ese día las fotos oficiales del presidente
la muestran a su lado. Fue un gran cambio
estético y tuvo consecuencias porque se abrieron
nuevos espacios para la presencia de la mujer.
Como primera dama Regina contribuyó a dotar
a las actividades presidenciales de una mayor
presencia cultural, como la asistencia habitual a
museos y espacios culturales, así como a los espectáculos
líricos y teatrales, además del fomento
del arte.
Se debe a la inspiración de Regina Pacini la
creación de la Radio Municipal de Buenos Aires
para la transmisión desde el teatro Colón de los
conciertos, ballet y óperas en vivo, siendo la primera
radio estatal de Sudamérica.
También influyó
en la formación de los cuerpos estables del
primer coliseo argentino y la acción solidaria de
Regina tuvo por cumbre la fundación de la Casa
del Teatro, una residencia solidaria para actores,
donde aquellos artistas a “los que les ha
ido bien en la vida” se ocupaban de aquellos a los
que no les había ido tan bien. El rol social y político
de Regina era tan rutilante que, durante la visita
del Príncipe de Gales al país en 1925, Alberto
de Windsor dijo a Alvear una lisonjera frase: “Es
cierto que la Argentina es una República,
pero también es cierto que su esposa es
una reina”.
El matrimonio no tuvo hijos, pero se mantuvieron
juntos hasta la muerte de Alvear. Durante
la década del ’30, cuando el radicalismo sufrió
todo tipo de persecución y proscripciones, Regina
estuvo junto a Marcelo frente al desafío de
convertirse en un hombre de tribuna y de comité,
algo que nunca había sido. Cuando el 23 de marzo
de 1942 el expresidente moría, los radicales
no querían el velatorio en la Casa Rosada, porque
gobernaban los conservadores. Sin embargo,
Regina entró en la reunión del comité nacional
radical que estaba discutiendo el tema, golpeó
la mesa y dijo: “Marcelo merece la Rosada”.
Y así fue el último milagro político de Alvear: se
llenó nuevamente de radicales la Casa de Gobierno
desde donde su féretro fue llevado a pulso al
cementerio de la Recoleta por su pueblo.
Regina Pacini sobrevivió a su marido por 23
años y siguió siendo hasta su muerte en 1965 la
presidenta de la Casa del Teatro. Su último acto
público fue la donación de los objetos personales
de su esposo para el nuevo museo de los
presidentes que Arturo Frondizi creara en los túneles
de la antigua aduana, detrás de la Casa de
Gobierno. Una calle del barrio porteño de Puerto
Madero lleva su nombre y desemboca en el edificio
de la Colección de Arte “Amalia Lacroze de
Fortabat”, un último homenaje a una de las grandes
fomentistas del arte y de la cultura argentina
que fue doña Regina.
El próximo domingo seguiremos con las primeras
damas modernas, cuya presencia fue más
fuerte, desde estas páginas de “El Liberal ”, si
Dios quiere.