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EL LIBERAL . Santiago

Las primeras damas en la historia nacional

01/10/2022 21:41 Santiago
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Las primeras damas en la historia nacional Las primeras damas en la historia nacional

La vida familiar de quienes tienen a cargo

las máximas responsabilidades en el manejo del

Estado ha sido siempre una mezcla de misterio,

de curiosidad y sobre todo en tiempos idos, una

fuente de rumores, chismes y anécdotas que en

algunos casos vale conmemorar.

Desde los tiempos

coloniales, sobre todo desde la creación del

Virreynato del Río de la Plata en 1776 que convirtió

a Buenos Aires en la capital del territorio que

finalmente conformó la República Argentina, a la

figura del primer mandatario, que fueron virreyes,

triunviros, directores supremos, gobernadores

y por supuesto, presidentes, se suma la figura

de la primera dama.

Es importante destacar que la primera dama

es reconocida desde el punto de vista social, pero

nunca ha ocupado un carácter protocolar establecido

ni su actividad está regulada dentro del

esquema burocrático estatal, pero dependiendo

de su personalidad, hay varias esposas virreinales

y presidenciales que se han destacado a lo

largo de casi dos siglos y medio.

Hoy vamos a relatar

aspectos de interés de las damas que han

acompañado a grandes hombres que han conducido

el país y fueron dando forma a una institución

informal que ha tenido influencia en el devenir

de los acontecimientos argentinos.

Como curiosidad, es interesante comentar

que sólo unos pocos presidentes fueron solteros

o se separaron de sus esposas: Domingo Faustino

Sarmiento, Hipólito Yrigoyen y Carlos Menem,

además de otros que al momento de ejercer

el poder eran viudos, tales como Julio Argentino

Roca en su segunda presidencia y Victorino

de la Plaza.

Como siempre vale la pena aclarar,

todo intento de contar la historia deja a la vista

omisiones, pero que sólo se deben a la selección

arbitraria que el historiador intenta sea lo menos

injusta posible.

La Virreyna Vieja

En los albores del siglo XIX llegaba a Buenos

Aires don Joaquín del Pino Sánchez de Rozas

Romero y Negrete, un ingeniero militar nacido

en 1729 en Córdoba, la antigua capital del califato

en la península ibérica, quien desarrolló una

larguísima carrera al servicio de la corona. Tuvo

a su cargo la construcción de fortalezas en todos

los continentes y comenzó a ascender en la

burocracia imperial.

Fue gobernador de Montevideo,

presidente de las Reales Audiencias de Chile

y de Charcas y es el primer gobernador del reino

de Chile, hasta que el rey Carlos IV lo nombra virrey

del Río de la Plata, asumiendo el 20 de mayo

de 1801

Anteriormente, en 1763 se casa con María Ignacia

Rameri, de quien enviuda y ya en el continente

americano reincide en el matrimonio en

1783 desposando a la santafesina Rafaela de Vera

Mujica y López Pintado, perteneciente a un linaje

castellano antiquísimo y descendiente del

fundador de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera.

El matrimonio tiene ocho hijos y se instalan definitivamente

en Buenos Aires. El virrey Del Pino,

tal cual ha pasado a la historia, tenía 72 años al

llegar al Plata y es el segundo virrey que muere

en su cargo.

Antes había fallecido en Montevideo

durante una visita de estado el quinto virrey Pedro

José Antonio Melo de Portugal, que fuera sepultado

en la iglesia San Juan Bautista de la orden

de las clarisas de clausura.

Don Joaquín muere el 11 de abril de 1804 a los

75 años en su casona ubicada en Perú y Belgrano,

en Catedral al Sur, una de las residencias más

lujosas de la Buenos Aires de entonces y que sobreviviría

más de un siglo hasta su demolición en

1910.

Los funerales fueron pomposos y se lo sepultó

en la cripta de los obispos de la catedral

porteña.

Desde entonces, doña Rafaela, que durante

el gobierno de su esposo fue una gran animadora

social y cultural, se convirtió en la “virreina

vieja” y no había tertulia, función de teatro

o fiesta religiosa que no la contara en lugar

privilegiado.

En 1809 su cuarta hija, Juana del Pino

y Vera Mujica se casa con Bernardino Rivadavia,

quien llegaría a ser el primer presidente argentino

en 1826, por lo que doña Rafaela se convirtió

en la 1° Primera Dama que fue madre de una

primera dama y suegra de un primer magistrado.

La virreina vieja alternaba su vida entre la casa

del centro y la quinta familiar ubicada en la Recoleta,

lugar que hoy ocupa el conocido bar “La

Biela”, donde moriría el 2 de julio de 1816 a los 62

años, sólo una semana antes que las Provincias

Unidas del Río de la Plata, que habían sido gobernadas

por su esposo, declararan la Independencia

en San Miguel del Tucumán.

Como gran curiosidad,

hoy existen dos lápidas que dicen ser la

tumba de la virreina Vera Mujica: una en la cripta

de la Basílica San Francisco y otra en la Basílica

del Pilar, ambas en Buenos Aires y constituyen

un misterio que quizá más adelante la ciencia

arqueológica contribuya a desentrañar.

En la

iglesia de la Recoleta hay un retrato escultórico

de doña Rafaela, el único homenaje a una virreina

que hay en Buenos Aires, aunque hay otros en

Santa Fe, cuna de dos virreinas: la Vera Mujica

y Ana de Azcuénaga, esposa del virrey Antonio

Olaguer y Feliú.

La Gran Primera Dama

Desde los tiempos de la sanción de la Constitución

Federal de 1853, el rol de las esposas de

los presidentes fue bastante opaco en la vida pública.

Se recuerda a Dolores Costa de Urquiza,

Modesta García de Derqui, Delfina de Vedia de

Mitre, Carmen Nóbrega de Avellaneda, Clara Funes

de Roca y su hermana Elisa Funes de Juárez

Celman, Carolina Lagos de Pellegrini, Cipriana

Lahitte de Sáenz Peña, Leonor de Tezanos Pinto

de Uriburu, Susana Rodríguez Viana de Quintana,

Josefa Bouquet de Figueroa Alcorta y Rosa González

de Sáenz Peña, a quienes incluso cuesta reconocer

en fotos oficiales de sus esposos. Pero

esto cambiaría cuando llega a la presidencia el

radical porteño Marcelo Torcuato de Alvear.

El matrimonio formado por Alvear y Regina

Pacini constituye una historia legendaria que

siempre reclamamos sea asumida por el cine o

la televisión argentina. Reúne todas las condiciones

de un romance extraordinario, llevado adelante

contra viento y marea y que ha sido relatado

en estas columnas dominicales varias veces.

En 1899 la gran cantante lírica que era Regina

viene en una compañía italiana a Buenos Aires,

y el bon vivant que era Marcelo queda prendado

de la soprano y le ofrece cuatro docenas

de rosas rojas y blancas, que son recibidas con

aprensión en el camerino por la madre, o sea que

el primer contacto entre los futuros esposos fue

la suegra de él.

Durante ocho años Marcelo la siguió por

el mundo a todos los teatros en los que Regina

triunfaba, desde Rusia hasta España y desde

Suecia hasta Italia. Siempre las rosas y siempre

el controlado agradecimiento. Pero en 1907,

en el teatro Real de San Carlos de Lisboa, ciudad

natal de la cantante, Marcelo jugó su última carta:

compró todas las entradas de la función, desde

su palco anunció: “Hoy cantás sólo para mí”,

subió al escenario al terminar la ópera y le pidió

matrimonio, que se concretó inmediatamente.

Se

radicaron en París, donde Alvear le obsequió el

palacio de Coeur Volant, hoy embajada de Guinea,

y en 1912 llegaron a Buenos Aires para que

Marcelo asumiera como diputado nacional. Desde

entonces, con brillo propio, Regina iba a estar

al lado de su amado, prestigiando sus investiduras.

Cuando el 12 de octubre de 1922 asumió Alvear

la primera magistratura, ya llamó la atención

el lugar privilegiado que a su lado tuvo Regina Pacini.

Y desde ese día las fotos oficiales del presidente

la muestran a su lado. Fue un gran cambio

estético y tuvo consecuencias porque se abrieron

nuevos espacios para la presencia de la mujer.

Como primera dama Regina contribuyó a dotar

a las actividades presidenciales de una mayor

presencia cultural, como la asistencia habitual a

museos y espacios culturales, así como a los espectáculos

líricos y teatrales, además del fomento

del arte.

Se debe a la inspiración de Regina Pacini la

creación de la Radio Municipal de Buenos Aires

para la transmisión desde el teatro Colón de los

conciertos, ballet y óperas en vivo, siendo la primera

radio estatal de Sudamérica.

También influyó

en la formación de los cuerpos estables del

primer coliseo argentino y la acción solidaria de

Regina tuvo por cumbre la fundación de la Casa

del Teatro, una residencia solidaria para actores,

donde aquellos artistas a “los que les ha

ido bien en la vida” se ocupaban de aquellos a los

que no les había ido tan bien. El rol social y político

de Regina era tan rutilante que, durante la visita

del Príncipe de Gales al país en 1925, Alberto

de Windsor dijo a Alvear una lisonjera frase: “Es

cierto que la Argentina es una República,

pero también es cierto que su esposa es

una reina”.

El matrimonio no tuvo hijos, pero se mantuvieron

juntos hasta la muerte de Alvear. Durante

la década del ’30, cuando el radicalismo sufrió

todo tipo de persecución y proscripciones, Regina

estuvo junto a Marcelo frente al desafío de

convertirse en un hombre de tribuna y de comité,

algo que nunca había sido. Cuando el 23 de marzo

de 1942 el expresidente moría, los radicales

no querían el velatorio en la Casa Rosada, porque

gobernaban los conservadores. Sin embargo,

Regina entró en la reunión del comité nacional

radical que estaba discutiendo el tema, golpeó

la mesa y dijo: “Marcelo merece la Rosada”.

Y así fue el último milagro político de Alvear: se

llenó nuevamente de radicales la Casa de Gobierno

desde donde su féretro fue llevado a pulso al

cementerio de la Recoleta por su pueblo.

Regina Pacini sobrevivió a su marido por 23

años y siguió siendo hasta su muerte en 1965 la

presidenta de la Casa del Teatro. Su último acto

público fue la donación de los objetos personales

de su esposo para el nuevo museo de los

presidentes que Arturo Frondizi creara en los túneles

de la antigua aduana, detrás de la Casa de

Gobierno. Una calle del barrio porteño de Puerto

Madero lleva su nombre y desemboca en el edificio

de la Colección de Arte “Amalia Lacroze de

Fortabat”, un último homenaje a una de las grandes

fomentistas del arte y de la cultura argentina

que fue doña Regina.

El próximo domingo seguiremos con las primeras

damas modernas, cuya presencia fue más

fuerte, desde estas páginas de “El Liberal ”, si

Dios quiere.

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