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EL LIBERAL . Santiago

Las órdenes religiosas en Argentina 1° parte

26/03/2023 02:36 Santiago
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Las órdenes religiosas en Argentina 1° parte Las órdenes religiosas en Argentina 1° parte

La llegada de los españoles a América de la mano del almirante Cristóbal Colón es uno de los acontecimientos más impor tantes de la historia. Si no fuera que prevalece un cierto espíritu antihispánico y europeocentrista en las grandes escuelas históricas, que han preferido fijar el fin de la edad media en la caída de Constantinopla en manos de los musulmanes en 1453, no cabe duda que el arribo europeo al cuarto continente es la fecha liminar que da comienzo a la edad moderna. Es impresionante pensar el cambio de paradigma que significó para el mundo ese encuentro que mostró un planeta mucho más extenso que el conocido entonces y que, entre otras cuestiones, ya no podía ser recorrido a pie. Esto vale para europeos, asiáticos y africanos tanto como para americanos. Recién en 1492 se tomó conciencia de las civilizaciones que se habían ignorado desde el origen de la cultura. Los posteriores descubrimientos de Australia y de la Antártida no tuvieron un impacto comparable. La impronta religiosa de la monarquía española, que en 1492 amplió el universo con la llegada al Nuevo Mundo, logró la reconquista del territorio peninsular luego de nueve siglos de dominio musulmán y expulsó a los judíos del país ibérico, fue fundamental para que se pueda entender el sistema político social que se impuso en la América a lo largo de tres siglos. El imperio en el que nunca se ponía el sol iba a intentar una sociedad integrada entre la religión y el poder político, para lo cual España contó con las órdenes religiosas, a las que encomendó la evangelización: el proceso de cristianización de los pueblos autóctonos americanos. La alianza entre la corona española y la Iglesia Católica Carlos I de España y V del Imperio Germánico, nieto de los reyes católicos Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, fue estableciendo disposiciones para la ocupación de la América que el tratado de Tordesillas había otorgado a la corona española en 1494 (todas las tierras al oeste del meridiano de las 370 leguas de las islas de Cabo Verde), basado en el reconocimiento de la condición humana a los habitantes de las Indias. Este hecho, que hoy puede parecer horrible, fue sin embargo una avanzada de la civilización, ya que otros imperios negaron dicha condición a quienes eran sometidos en esos años de la expansión europea, como los africanos que fueron esclavizados hasta el siglo XIX. Otro hecho fundamental que se soslaya es la decisión de Felipe II de convertir a todos los territorios en manos de la corona en una gigantesca España, implantando la organización política peninsular en América y Filipinas, sin distinciones. En ese sentido, puede afirmarse que el imperio hispánico no tuvo colonias en sentido estricto, ya que los sucesivos virreinatos replicaron las instituciones metropolitanas: cabildos como ayuntamientos, audiencias como tribunales judiciales, universidades y sobre todo la organización eclesiástica, que quedó a cargo del reino de España a cambio de las tierras concedidas en el tratado de Tordesillas, instrumento legal de la alianza entre el Papado y la Corona. Las leyes de Indias, conjunto de disposiciones tomadas por España en relación a los territorios de ultramar, constituyeron un formidable esfuerzo jurídico con la exagerada intención de mantener bajo control todo lo que ocurría en el imperio. Es anecdótico, pero sumamente ilustrativo, que se hayan determinadoincluso los planos de las ciudades a fundar, estableciéndose que cualquier población contara con al menos cinco iglesias: la matriz frente a la plaza y cuatro conventos, todo para asistir espiritualmente a quienes se afincaban en lo urbano. Las órdenes religiosas en América Felipe II fue remiso a enviar a América órdenes contemplativas masculinas, es decir aquellas formadas por monjes dedicados a la vida de oración en monasterios o abadías. Se especula que podría deberse a la autonomía de estas comunidades religiosas, pero lo cierto es que no se instalaron monasterios en nuestro continente, salvo dos pequeños y muy bien controlados por los virreyes en Lima y en México. También hubo presencia de monjes, en general carmelitas, pero que no establecieron monasterios sino que simplemente vivían su contemplación en casas religiosas comunes. Como curiosidad en los tres siglos de dominio español fueron nombrados en América cincuenta obispos monjes, una minoría notable. Las tareas religiosas fueron entonces encomendadas a órdenes religiosas hasta que se consolidara un clero diocesano en América. Esas órdenes habían sido fundadas durante la Edad Media y eran llamadas mendicantes, porque se sostenían por los pueblos donde se asentaban sus conventos a través de la limosna y por el propio trabajo de los frailes. No deja de llamar la atención que Felipe II, creador y constructor de El Escorial, una portentosa combinación de palacio real y monasterio de la Orden de San Jerónimo, no haya enviado a su orden preferida a las Américas. Los que desarrollaron un formidable trabajo pastoral, social y educativo en América fueron los franciscanos, los dominicos, los agustinos, los mercedarios, todas comunidades religiosas fundadas en el siglo XIII, y los jesuitas, en el siglo XVI. Pero también hay que destacar a los betlemitas, la primera orden religiosa creada en América y la última orden de la Iglesia Católica. Desde entonces serían llamadas congregaciones las nuevas fundaciones modernas. El primer ejemplo argentino: Santiago del Estero La fundación de Santiago del Estero del Nuevo Maestrazgo el 25 de julio de 1553, la más antigua ciudad del actual territorio argentino, es un hito que permite confirmar lo dicho más arriba. Bueno es recordar que Santiago es la única ciudad imperial establecida por Carlos V y la única sede episcopal de Felipe II. Al poco tiempo de establecida a orillas del río Dulce, ya contaba con cabildo, catedral y gobernación. Vale destacar que cuesta imaginar la fluidez que las comunicaciones tenían en aquellos siglos desde el XVI hasta el XIX en España, monarquía absoluta sin control parlamentario y donde todas las decisiones partían del escritorio de los reyes. Si bien hay debate sobre las ubicaciones de Santiago y sus traslados provocados por las inundaciones del indómito río, según el ilustre historiador Orestes Di Lullo ya para 1670 la plaza central se ubicaba en lo que hoy es la plaza Libertad. Para entonces ya estaban radicadas en la ciudad las órdenes fundacionales de la vida religiosa santiagueña. El primer obispo Francisco de Vitoria, cuya historia ya ha sido relatada en (https://www.elliberal.com.ar/noticia/santiago/495782/obispos-coloniales-santiago-estero-diocesis-tucuman-madre-ciudades-primeraparte), fue el impulsor de la llegada de las dos primeras comunidades religiosas a la “Madre de Ciudades”. En 1554 es nombrado el primer teniente de gobernador Juan Gregorio Bazán, patriarca de una noble familia del norte argentino. Durante su gobierno se efectúan las primeras gestiones tendientes a radicar comunidades religiosas para el auxilio espiritual de los noveles pobladores, que ya bastante tenían con la lucha contra los elementos y contra los indios. Las cuatro primeras órdenes Los frailes de la Orden de los Predicadores llegaron a las orillas del río Dulce con el capitán Núñez de Prado, pero fueron expulsados por Francisco de Aguirre. No hay registro de la llegada posterior, pero sí se sabe de la presencia de un dominico hacia 1590, seguramente sin convento, y consta que la primera iglesia dominica aparece construida en la segunda década de los 1600. Los primeros en radicarse luego de la fundación fueron los frailes de la Orden de la Merced, que desde el Perú fueron enviados al Tucumán por Chile. Fundaron el primer convento de Santiago del Estero en 1557 bajo la autoridad de fray Luis de Valderrama. Luego llegarían los frailes Alonso y Pereira. Vale aclarar que por entonces los presbíteros pertenecientes a las órdenes eran llamados frailes y los que eran seculares, es decir dependientes del obispo, eran llamados curas. La modesta iglesia mercedaria fue establecida como catedral provisoria al tiempo de la fundación de la diócesis en 1570, en espera de la construcción de la definitiva. Hacia fines del siglo XVI ya existían cuatro conventos en el Tucumán, fundados desde Santiago: el propio de la ciudad, Talavera, San Miguel y Salta. La Orden de los Frailes Menores llega desde Lima en 1566 de la mano del franciscano Juan de Rivadeneira y cuatro frailes más. Rivadeneira fue el fundador de los conventos de Buenos Aires, el primero de la actual capital argentina, de San Miguel del Tucumán, de Santa Fe de la Veracruz y de Córdoba. Esta humilde casa iba a convertirse en la sede de irradiación de la espiritualidad franciscana en el Tucumán y en el Río de la Plata. Hacia 1590 llegaría a Santiago fray Francisco Solano, el primer santo en pisar suelo argentino y cuya celda se conserva como testimonio extraordinario del pasado, a pesar de la demolición del resto de la histórica iglesia durante el gobierno de Juan Felipe Ibarra. Finalmente llegarían los jesuitas en 1587, siendo los pioneros los padres Angulo y Barzana desde el Perú, y Ortega y Fields desde Asunción del Paraguay, quienes instalarían las primeras reducciones entre los abipones, los lules y los vilelas en la frontera chaqueña. La lealtad absoluta de los jesuitas al Papa sería una fuente interminable de conflictos con el poder político, que solía apoyarse en las otras órdenes, dependientes del patronato del rey y que por lo tanto sentían el poder de los gobernadores en forma directa. La decisión jesuita de instalar en Córdoba la casa provincial y luego la universidad sería el antecedente para que Santiago del Estero perdiera su condición de capital de gobernación en manos de Salta y de sede episcopal frente a Córdoba al finalizar el siglo XVII. El próximo domingo, si Dios quiere, seguiremos recorriendo las etapas evangelizadoras en el actual territorio argentino desde estas páginas de El Liberal. l
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