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Conflictos en la construcción del Estado Nacional

01/07/2023 11:38 Opinión
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Conflictos en la construcción del Estado Nacional Conflictos en la construcción del Estado Nacional

Eduardo Lazzari. Historiador

La insistencia en remarcar por parte del historiador el carácter violento que la lucha política significó durante los años de 1838 a 1841 en la conformación del espacio territorial argentino y sobre todo en la consolidación del liderazgo del gobernador porteño Juan Manuel de Rosas por más de dos décadas tiene que ver con el costo humano, social y económico que pagó la Argentina para llegar a la definitiva organización política con la sanción de la Constitución Nacional en 1853. Fue el momento histórico de mayor expansión geográfico de las guerras civiles argentinas, a la vez que el tiempo de conflictos internacionales más diversos.

También la cantidad de nombres de enemigos enfrentados es notable, desde Lavalle hasta Paz, desde Oribe hasta Rivera, desde Berón de Astrada hasta Urquiza, desde Lamadrid hasta Ibarra. Pero sin duda el hombre de la época fue Juan Manuel de Rosas fue el predominante, por su carácter de representante ante el mundo de la Confederación Argentina y por su condición de primero entre pares sobre los gobernadores de provincias. Una aclaración importante es que durante su liderazgo de un cuarto de siglo el gentilicio de los nacidos en la provincia de Buenos Aires era porteño. Bonaerense comenzará a ser un adjetivo común y popular luego de la federalización de la ciudad de Buenos Aires en 1880.

Hoy el escenario bélico de las guerras civiles que transitaremos hoy será la campaña militar del general tucumano Gregorio Aráoz de Lamadrid, uno de los personajes militares más fascinantes de la historia argentina, en aquel fin de década que hemos clasificado  como el tiempo más violento de las luchas civiles argentinas.

La campaña militar de Lamadrid

Corría 1838. Lamadrid, el hombre de las mil batallas, había viajado a Montevideo, donde tuvo contacto con el exilio unitario. Pero una carta cambiaría su ánimo cuando el gobernador Rosas lo manda llamar y le ofrece, en un hecho que aún hoy se discute sobre las verdaderas intenciones del porteño, hacerse cargo del ejército de Buenos Aires para poner orden en Tucumán. No deja de ser llamativo que Lamadrid aceptara el convite sin vacilaciones y viaja a la capital rápidamente. El motivo central de la expedición al Norte era la recuperación de las armas que habían sido enviadas allí al gobernador tucumano Alejandro Heredia para la guerra contra la Confederación Peruano – Boliviana encabezada por el mariscal Andrés Santa Cruz.

Una de las curiosidades del carácter de Lamadrid era su afición a la música durante las campañas militares, y en su trajinar hacia la tierra natal, las vidalitas en homenaje al Restaurador de las Leyes y al partido federal eran cotidianas. Pero como en el caso de muchos de los antiguos jefes de los ejércitos patriotas durante la guerra de la Independencia, la consistencia partidaria no era una gran virtud. Al llegar a San Miguel del Tucumán a principios de 1840, Lamadrid se pone a disposición del gobierno unitario y es nombrado comandante del ejército provincial, quedando bajo las órdenes del general Tomás Brizuela, gobernador de La Rioja que condicionó su adhesión a la Coalición del Norte a ser nombrado en el cargo de comandante del ejército unitario interprovincial.

Contra Santiago del Estero y Córdoba

Lamadrid envía una división contra Santiago del Estero, donde gobernaba con mano de hierro Juan Felipe Ibarra, quien logró la defección del coronel Celedonio Gutiérrez, lo que marcó la derrota de Lamadrid en su intento de derrocar al hombre de Matará. Siempre se recuerda la crueldad con la que Ibarra combatía, llegando a envenenar las aguas de los pozos para evitar los avances enemigos. El tucumano siguió su derrotero bajando hacia Córdoba para atacar al consolidado caudillo federal Manuel López, “Quebracho”; quien ya llevaba cinco años en el poder. La cercanía de las tropas de Lamadrid provocó un levantamiento encabezado por José Francisco álvarez que derrocó a “Quebracho” en octubre de 1840 y  nombró a Lamadrid comandante del ejército cordobés.

Desde la “Docta” Lamadrid se comunicó con el general Juan Lavalle, quien venía siendo perseguido por el ejército porteño al mando del general oriental Manuel Oribe cerca de la frontera de Santa Fe y Córdoba, establecida por el río Carcarañá. Ambos unitarios deciden unir sus fuerzas en las cercanías de la posta de Romero, en el centro de Santa Fe, pero por razones que la historia oculta, el encuentro no se produjo, lo que anticipó el desastre que vendría durante 1841. Lavalle, que venía perseguido de cerca por Oribe, se ve obligado a presentar batalla en Quebracho Herrado el 28 de noviembre de 1840 en una de las batallas de las guerras civiles más sangrientas, donde se enfrentaron unos 15.000 hombres (el 1,2 % de la población total del país) y significó una brutal derrota de los unitarios, que dejaron en el campo de batalla 1.500 muertos.

Lamadrid retrocedió rápidamente hacia su provincia, dejando Córdoba nuevamente en manos federales, retomando el gobierno Manuel López; y Lavalle se dirigió a Cuyo donde pudo mantener a raya a los federales del mendocino José Félix Aldao, del sanjuanino Nazario Benavidez, además de sostener su guerra contra Oribe. Lamadrid logró reorganizar un ejército de 3.000 hombres con los que se dirigió hacia La Rioja por los valles Calchaquíes. En Catamarca logró finalmente encontrarse con Lavalle, quien se había establecido en Famatina, y acordaron que el porteño iría hacia el norte y el tucumano avanzaría contra Mendoza.

Contra Cuyo

Al llegar a La Rioja, se incorpora a las tropas de Lamadrid un protagonista posterior de la historia que es ángel Peñaloza, el “Chacho”. El 16 de agosto de 1841, una avanzada del ejército tucumano al mando del coronel Mariano Acha destroza a las tropas de Aldao y Benavidez en Angaco, tomando la ciudad de San Juan. Seis días después Acha es derrotado por el sanjuanino Benavidez y tomado prisionero, sería fusilado por Aldao, el más cruel de los caudillos argentinos. Lamadrid siguió su periplo rumbo a Mendoza, ciudad que logra dominar y es nombrado gobernador el 5 de septiembre de 1841.

Es el momento más violento de la vida de Lamadrid, ya que para controlar Mendoza ordena varios fusilamientos que siembran el terror en la ciudad. Las tropas federales porteñas al mando del general ángel Pacheco atacan a los unitarios y los vencen el 24 de noviembre en la batalla de Rodeo del Medio, por lo que Lamadrid inicia el camino del exilio rumbo a Chile donde es recibido por la comunidad de exiliados argentinos, entre los cuales se encuentra Domingo Faustino Sarmiento.

La derrota de Lamadrid permite la asunción de Aldao como gobernador mendocino durante un lustro, representado con dramatismo y genialidad literaria por Sarmiento en su libro, lamentablemente poco conocido, llamado “El Cura Aldao”. En Chile Lamadrid no tardaría en conocer, a principios de 1842, los avatares de Lavalle: su derrota en Faimallá y su muerte en San Salvador de Jujuy. Pasaría miseria y vivió de la caridad pública hasta que pudo trasladarse a Montevideo durante el largo sitio en 1846. Allí se convirtió en un protagonista del exilio unitario, y volvería al ruedo militar cuando es llamado nuevamente a las armas para sumarse al Ejército Grande que participaría de la batalla de Monte Caseros en 1852.

En una carta escrita en Santiago de Chile dirá Gregorio Aráoz de Lamadrid: “Asistí a ciento sesenta y cuatro combates y batallas, llevo en mi cuerpo diecinueve cicatrices de heridas que recibí peleando; he hecho soldados a mis hijos conformes han podido cargar una espada y uno de ellos ya es mártir por su patria”. Cuando sus restos, sepultados en Buenos Aires a su muerte en 1857, fueron exhumados para ser trasladados a la Catedral de San Miguel del Tucumán en 1895, quienes tuvieron en sus manos los huesos de Lamadrid contaron setenta marcas de combate. Su valentía y heroísmo superaron a sus triunfos y su figura legendaria merecería ser tomada como protagonista en alguna saga televisiva o cinematográfica.

El próximo domingo, si Dios quiere, afrontaremos la consolidación del liderazgo en la Mesopotamia argentina del caudillo federal que se convertiría en el Organizador, el entrerriano Justo José de Urquiza y el hombre que pondría el final al largo dominio político del Restaurador Juan Manuel de Rosas, a través de una fascinante lucha de caracteres que durará una década.

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