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LA GLORIOSA INDEPENDENCIA ARGENTINA

08/07/2023 23:06 Opinión
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LA GLORIOSA INDEPENDENCIA ARGENTINA LA GLORIOSA INDEPENDENCIA ARGENTINA

Por Eduardo Lazzari HISTORIADOR

El 9 de julio de 1816 se declaró la independencia de las Provincias Unidas en América del Sur en la ciudad de San Miguel del Tucumán. Fue la magna conclusión jurídica de los episodios que comenzaron en Buenos Aires en mayo de 1810 que dieron origen a un gobierno autónomo que finalmente fue el germen del país que hoy somos, desde entonces separado del mando peninsular, en los tiempos de la invasión francesa de Napoleón Bonaparte a España y sobre todo luego de la caída de los reyes Carlos IV y Fernando VII, episodio que vació de contenido a la monarquía española.

Como bien dice Mario Passo, presidente de la Asociación Fundadores de la Patria y descendiente de Juan José Passo, “el 9 de julio de 1816 se consolidó definitivamente la única nación que fue libre desde 1810 y para siempre”. Vale recordar que los otros procesos revolucionarios comenzados en 1810, como Santiago de Chile, Quito, México, Santa Fe de Bogotá y otros, volvieron a caer en manos imperiales y tuvieron que retomar el ciclo independentista al tiempo que las Provincias Unidas del Río de la Plata seguían adelante con la guerra y sosteniendo gobiernos de distinta laya, pero sobre todo autónomos.

Para gozar del recuerdo de ese entonces, definido por “La Gaceta” de Buenos Aires con la frase del historiador romano Tácito como “Rara temporumfelicitate, ubisentirequae velis, et quaesintais, dicerelicet” (“Rara felicidad la de los tiempos en que se puede sentir lo que se quiere y decir lo que se siente”), es que traeremos al presente algunos hechos que nos permiten tomar cabal conciencia de la epopeya nacional que comenzó con fuerza en 1810 y que enfrentó al mundo, con éxito y solidez, desde 1816 y para siempre.

El contexto

Nada podía ser más desalentador que la magnitud de los acontecimientos contrarios a la Revolución durante 1815. La derrota completa del Ejército del Norte en el desastre de SipeSipe, en el Alto Perú, y su desaparición como cuerpo permanente de operaciones se sumaba a la caída de los conatos revolucionarios en toda la América hispánica. Parecía que el imperio absolutista restaurado con el retorno del rey Fernando VII estaba en condiciones de acabar con la última rebeldía, la de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

La crisis provocada por la Liga de los Pueblos Libres, que encabezada por José Gervasio de Artigas enfrentó al gobierno de Buenos Aires, había incorporado además una lucha interna en el frente oriental, que era amenazado por el Brasil portugués, lo era contemporáneo a las dificultades del gobernador de Cuyo, el general José de San Martín, para armar un ejército necesario para la liberación de Chile y el Perú, garantizando la definitiva autonomía del Plata. Todo parecía estar en contra, pero la voluntad extraordinaria de la generación de la Independencia impulsó la convocatoria que el director supremo Ignacio álvarez Thomas hizo para la reunión de un Congreso General y Constituyente eligiendo a San Miguel del Tucumán como sede, en un gesto desafiante ante la adversidad. Así comenzó la definitiva marcha hacia la libertad.

Los diputados

Pocas veces el relato histórico hace alusión a la forma en q ue fueron elegidos los congresales que declararon la Independencia en Tucumán. En 1815, el Directorio había decretado un Estatuto Provisional que determinó la calidad de los ciudadanos para participar de las elecciones de los representantes de cada jurisdicción, los que serían nominados en una proporción de uno cada 15.000 habitantes. El primer cambio fue la incorporación de los habitantes de la campaña, sumados a los de las ciudades.

Se estableció un sistema indirecto donde los votantes elegían electores, que a su vez se reunían para elegir diputados. Pero sin duda lo fundamental fue el listado de condiciones para ser votante: vecino residente de la jurisdicción en la que se votaba, ser leal a la Revolución, tener más de 25 años, y tener un oficio o profesión “beneficiosa para el país. Para ser elector o diputado se requería leer y escribir, tener buena oratoria y antecedentes públicos. Finalmente se fijaron los diputados por jurisdicción: Buenos Aires 7, Córdoba 4, Salta 3, Charcas (Alto Perú) 3, Chibchas (Tupiza, Alto Perú), 2, Catamarca 2, La Rioja 2, Tucumán 2, Santiago del Estero 2, San Juan 2, Mendoza 2, Jujuy 1, Mizque (Alto Perú) 1 y San Luis 1. No todas las ciudades del Alto Perú lograron enviar sus diputados, incluso alguna como Cochabamba que lo eligió. Desde principios de 1816 partieron rumbo hacia San Miguel del Tucumán desde Buenos Aires, los abogados Esteban Gascón, Tomás Manuel de Anchorena, Juan José Paso, José Darragueira y Pedro Medrano, junto al cura Antonio Sáenz y el fraile Cayetano Rodríguez. Desde Cuyo, el bloque auspiciado por el gobernador José de San Martín estuvo formado por los abogados Francisco de Laprida, Juan Maza, Tomás Godoy Cruz, el fraile Justo Santa María de Oro y el brigadier general Juan Martín de Pueyrredón. Del norte llegaron a Tucumán los representantes de Charcas, los abogados José Mariano Serrano, Mariano Sánchez de Loria y José Severo Malabia; de Mizque el jurista Pedro Rivera; de Jujuy el abogado Teodoro Sánchez de Bustamante; y de Salta el abogado Mariano Boedo y los militares José Moldes y José Ignacio Gorriti. Desde Tupiza llegaron el único noble elegido, el marqués de Yaví, el coronel Juan José Fernández Campero, y el cura José Pacheco de Melo. Desde el sur llegaron de Córdoba los abogados Jerónimo Salguero, Eduardo Pérez Bulnes y José Antonio Cabrera, junto al cura Miguel Calixto del Corro, y los dos insignes representantes de Santiago del Estero, los curas de la capital Pedro Díaz Gallo y de Loreto Pedro Uriarte. También arribaron a Tucumán los curas catamarqueños José Eusebio Colombres y Manuel Acevedo, junto al sacerdote riojano Pedro Castro Barros. La provincia anfitriona eligió a los sacerdotes Pedro Miguel Aráoz y José Thames.

La Casa Histórica de la Independencia

San Miguel del Tucumán era una ciudad pequeña y por su papel central como escenario de la guerra, se encontraba en 1816 padeciendo tiempos de privación y estrechez. El propósito claramente cívico del Congreso que iba a reunirse allí desde el 24 de marzo de ese año hizo que se decidiera alquilar a doña Francisca Bazán de Laguna su casona, que ya llevaba medio siglo de construida, en lugar del Cabildo o de algún convento. La casona tenía un primer patio alrededor del cual se organizaban las habitaciones más importantes de la vivienda, como la sala de estar, el comedor, el recibidor y los dormitorios; y en el segundo patio las dependencias de servicio. Como no había una sala que pudiera cobijar a los diputados que debían reunirse, se decidió demoler una pared que separaba las dos salas cuyas puertas daban al patio principal y sus ventanas al patio de servicio. Ese sagrado recinto de 15 por 6 metros, la Sala de Sesiones donde se juró la Independencia en 1816, es el único testimonio original de la casa, ya que en los albores del siglo XX y curiosamente en la presidencia de un tucumano, el general Julio Argentino Roca, se decidió demoler la casona y proteger sólo esa sala histórica con un templete de hierro y vidrio, que más bien parecía un invernadero. En los inicios de la década de 1940, y gracias a la tarea de dos ilustres argentinos: el historiador Ricardo Levene y el arquitecto Mario Buschiazzo, se decidió la reconstrucción de la casa de Laguna, un trabajo de una seriedad y responsabilidad supremo, que nos permite hoy recrear el ambiente de aquel glorioso 1816. Anecdóticamente, Enrique Udaondo había comprado en un remate un par de puertas de la construcción demolida, que fueron protegidas durante ochenta años por el Museo de Luján, y que fueron reincorporadas a la Casa Histórica de la Independencia gracias al gesto patriótico del arquitecto Roberto Grin en la primera década del siglo XXI, devolviendo a su verdadera propietaria esas piezas históricas.

El Acta de la Independencia

La pluma de fray Cayetano Rodríguez dio a la luz el genial documento que fue aprobado por los diputados en la sala de sesiones el 9 de julio de 1816. Ese magno documento dice, en sus fragmentos más significativos que: “Nos, los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en congreso general, invocando al Eterno que preside el universo, en nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protextando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos: declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli”.

Presidía la sesión el presidente de la asamblea, el sanjuanino Francisco Narciso de Laprida. El secretario perpetuo del Congreso, el diputado porteño Juan José Passo, fue quien tuvo la responsabilidad de proclamar para su votación la Independencia Argentina, que fue el grito para la libertad de América del Sur. Glorioso día que hoy conmemoramos y que nos permite decir, como nuestro Himno, que desde hace doscientos siete años “Se levanta a la faz de la tierra una nueva y gloriosa Nación, coronada su sien de laureles y a su planta rendido un León”. El próximo domingo, si Dios quiere, retomaremos para dar final al tiempo de las guerras civiles argentinas, con la consolidación del liderazgo en la Mesopotamia argentina del caudillo federal que se convertiría en el Organizador, el entrerriano Justo José de Urquiza y el hombre que pondría el final al largo dominio político del Restaurador Juan Manuel de Rosas, a través de una fascinante lucha de caracteres que durará una década.

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