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EL LIBERAL . Santiago

Aprender... eso que hacemos menos de lo que pensamos

POR FRANCISCO VIOLA - Médico y sexólogo

03/03/2024 06:00 Santiago
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Hay una frase que se utiliza con frecuencia en ambientes donde docentes se convierten en estudiantes nuevamente –cursos, seminarios, posgrados, etc.-: ¡siempre se puede aprender! Una frase que parece ser una invocación mágica de humildad. Se la expresa con una aparente convicción que hace que nos presentemos como personas abiertas, dúctiles y dispuestas a lo nuevo. Sin embargo, lo cierto es que los seres humanos, generalmente, somos bastantes reacios a aprender algo que moviliza nuestras estructuras, sobre todo, cuando ya las hemos admitidas como ciertas. Las personas con los años están mejor predispuestas a aprender algo nuevo, sólo en la medida que eso no agite sus pensamientos, ni sus dogmas, sean estos cuales fueran. Por otra parte, nos cuesta mucho, a veces es imposible, aprender algo que obligue a cuestionarnos nuestra mentada experiencia, las certezas asumidas como absolutas y, también, las supuestas fortalezas de nuestro pensamiento. O sea, algo que tenga pensamiento crítico como estructura central.

Esta resistencia no quita que aprender es un proceso que podemos realizarlo siempre, hablando desde el punto de vista neurológico. Efectivamente, la neurobiología probó que, sin mediar problemas biológicos, podemos aprender nuevas cosas siempre. No hay impedimentos que limiten el aprendizaje. Pero aprender es sociabilizar, allí la neurobiología no habla directamente. Para el aprendizaje, un mediador destacado es nuestra capacidad de aceptar lo diferente, de admitir nuestras rigideces y ser críticos con nuestras posturas. Allí, es donde el aprendizaje se hace mucho más lento, más complicado, más limitado. Pero también es, allí, donde debemos incursionar para poder cambiar nuestro pequeño mundo y ayudar a cambiar el mundo.

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¿Estamos dispuestos a aprender? sería la pregunta esencial para empezar algo nuevo. Antes de responder comprendamos que aprender puede, inevitablemente, hacernos cambiar nuestra vida. Eso es aprendizaje.

En estos momentos tan complejos que vivimos en nuestro mundo (no sólo en nuestro país) quizás ejercer el derecho sublime de poder aprender no sea otra cosa que la forma de salir del laberinto. Porque aprender no es otra cosa que escuchar lo que el otro dice de un modo no sólo empático, sino tratando de comprender lo que dice. Lo que significa usar la escucha como actividad concreta, o sea, darle un valor superlativo. Lo segundo que conlleva el aprender es admitir que nuestro punto de vista se merece no sólo un análisis, sino la convicción que hay algo que no lo sé y que el otro puede aportar. Esto, obliga, exige la comunicación como una herramienta concreta para tejer relaciones productivas. Al escuchar a alguien (pero, realmente hacerlo), podemos jerarquizar y aplicar esa empatía que consideramos tan humana. Finalmente, no podemos obviar que para que el aprendizaje se pueda hacer es necesario algún tipo de compromiso, lo que no es otra cosa que la decisión, firme y convencida, de intentar un proceso con alguien durante un tiempo, aquí y ahora, de estar presente, de buscar la conexión con la mayor apertura mental que podamos desarrollar y de aplicar el pensamiento crítico.

Ahora, quisiera recordar una obviedad: convivir y compartir con alguien es,antes que nada, un proceso de aprendizaje. Aprender, según lo que acabamos de plantear, tiene que ver con escuchar con empatía, con comunicar con la apertura al cambio, aplicar el pensamiento crítico y, sobre todo, compromiso para hacerlo con la mayor generosidad y disposición. Creo que si lo aplicamos a esto en nuestras relaciones contamos con más posibilidades de construir nuestra propia felicidad. 

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