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EL LIBERAL . Santiago

LA REVOLUCIÓN LIBERTADORA: ¿HÉROES O CANALLAS?

Por Eduardo Lazzari, historiador

24/09/2023 06:00 Santiago
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LA REVOLUCIÓN LIBERTADORA: ¿HÉROES O CANALLAS? LA REVOLUCIÓN LIBERTADORA: ¿HÉROES O CANALLAS?

   Los historiadores pocas veces tienen la dicha de conocer a los grandes protagonistas de la historia. Muchas veces, es la propia dinámica de la profesión la que los aleja de esa posibilidad, habida cuenta que el paso del tiempo es siempre fundamental para poner en su lugar la importancia de un determinado hecho o el papel de algún personaje. Cotidianamente calificamos como histórico un episodio que a los pocos días nadie recuerda. Por eso, el olfato de los cronistas del pasado es fundamental para descubrir a quienes vale la pena reportear para conocer aspectos desconocidos de un acontecimiento que se convertirá en el futuro en un hecho relevante para entender un contexto determinado.

   Quien esto escribe tuvo la oportunidad de conocer a jóvenes soldados, militantes peronistas y fieles católicos que ocuparon lugares que permiten explicar las sensaciones y los pensamientos de un tiempo brutal de violencia como fue el período que abarca desde junio hasta octubre de 1955, pasado más de medio siglo y en su ancianidad. Siempre en una charla surgen anécdotas que explican con meridiana claridad razones y significación de lo conocido e imprimen claridad a esos hechos que la simple investigación documental no alcanza a dilucidar. En el espíritu de entender el pasado para no repetir los errores, transitaremos los días de septiembre de 1955 que marcaron por décadas la historia argentina.

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La crispación política

   Los días subsiguientes al gran enfrentamiento entre el gobierno nacional del presidente Juan Perón y la Iglesia Católica, por entonces encabezada por dos cardenales, Santiago Copello y Antonio Caggiano fueron de gran tensión y sobre todo de gran inquietud ante lo que se preveía iba a ser una escalada de violencia con protagonistas aún en las sombras y con poca decisión de desactivar el conflicto entre todos los implicados en él. El intento gubernamental de abrir los medios de comunicación estatales (radio y televisión) a la oposición luego del 16 de junio de 1955 hizo que por primera vez los argentinos pudieran oír por sus receptores la voz de dirigentes como Arturo Frondizi, jefe del principal partido opositor (la Unión Cívica Radical), quien pidió un cambio profundo en la política del gobierno. 

   Perón, quien evidentemente no alcanzaba a comprender la profundidad de la crisis política, tenía la expectativa de que la oposición fuera mansa, lo que no era posible ya que esos dirigentes no peronistas sentían el compromiso de mantener sus posiciones en medio de tanta crispación. La presión sobre el gobierno hizo que Perón, en un gesto que trasuntaba cierta desesperación, anunciara el 31 de agosto su renuncia a la presidencia. La CGT anunció inmediatamente una movilización a la Plaza de Mayo, que no fue tan multitudinaria como estaba acostumbrado el régimen, y en sus palabras ante sus seguidores Perón cortó el diálogo con sus opositores y pronunció unas aciagas palabras que pasarían a la historia: "Por cada uno de los nuestros que caigan, caerán cinco de ellos". 

   Fue el final del interregno de negociación y se pusieron en marcha todos los mecanismos de conspiración. El general Eduardo Lonardi, quien había tenido un enfrentamiento con Perón en 1938, cuando lo sucedió como agregado militar en Chile que significó un tribunal de honor para ambos sin consecuencias, se puso al frente de la rebelión militar que tendría a Córdoba, sede de la segunda guarnición del país, como epicentro; a la vez que el almirante Isaac Rojas comenzó a tejer la red que pondría a la Armada por primera vez en operaciones tendientes al triunfo de un golpe de estado. Hasta entonces, la Marina de Guerra había sido testigo e incluso se había resistido a la participación militar en los gobiernos de facto.

   En charlas muy amables sobre el '55, quien era un oficial joven en aquellos tiempos y llegaría a ser el primer Jefe del Estado Mayor Conjunto nombrado por Raúl Alfonsín, el teniente general Julio Fernández Torres, me brindó su testimonio que permite rescatar algunas anécdotas de entonces. Por ejemplo, los complotados habían decidido que en cada guarnición el oficial de más alta graduación que participara de la rebelión debía detener al superior que permaneciera leal al gobierno si se diera el caso rompiendo la cadena de mando y asumir la jefatura operativa de las operaciones. Como muestra de ese estado de cosas, fue la primera vez en la historia moderna en que esa ruptura de mandos fue masiva y logró una solidaridad interna que permitió el triunfo de la revolución.

La rebelión en Córdoba

    Con gran sutileza, Lonardi, que estaba retirado del servicio activo del Ejército, viajó a Córdoba el 14 de septiembre, donde en forma discreta se reunió con altos y medios mandos de las guarniciones mediterráneas. El 16, desde la Escuela de Artillería, se emitió la proclama revolucionaria que intimaba a la renuncia del presidente Perón. Una vez producido el levantamiento, quedó claro que los rebeldes tenían el control de una porción menor del Ejército y que la mayoría de los acantonamientos respondían al gobierno, que despreció la importancia de los hechos, reduciendo su interpretación a una asonada interna, y llegando al ninguneo con titulares en los diarios como "Con una escoba se barrió la revolución". Acompañaban el golpe el general Dalmiro Videla Balaguer, que llegado desde Mendoza terminó tomando el control de la ciudad de Córdoba, y en Corrientes el general Pedro Eugenio Aramburu, que mantuvo una actitud expectante de apoyo al levantamiento pero sin comprometer tropa. 

   A pesar de su aparente desventaja, el general Lonardi ordenó intimar la rendición de las guarniciones que en Córdoba permanecían leales al gobierno y comenzó el bombardeo de la Escuela de Infantería, que finalmente iba a dejar de combatir luego de una entrevista de su jefe con Lonardi, y ordenó dejar de combatir. En esos eventos murieron decenas de militares. La policía de Córdoba se plegó a la represión, y los mandos militares rebeldes resolvieron el bombardeo de la Jefatura de Policía, ubicada en el histórico cabildo de la "Docta", vecino a la catedral. Con precisión milimétrica, desde la Escuela de Artillería a unos diez kilómetros del centro de la ciudad, se procedió a bombardear el Cabildo que quedó destrozado por las bombas.

   Los intentos de bombardeo a las posiciones rebeldes por parte de aviones de la Fuerza Aérea fueron infructuosos, sobre todo porque los pilotos en vuelo decidieron cambiar de bando en muchos casos, destruyendo la obediencia imprescindible para cualquier acción militar. Eso le valió el mote de "panqueques": se dan vuelta en el aire. 

   

La flota de guerra en operaciones revolucionarias

   El gobierno, previendo una rebelión en la Armada, había decidido sacar a navegar las naves más potentes de la escuadra de guerra al mando de oficiales de reconocida lealtad peronista, que en la Marina no eran muchos, sobre todo desde las despectivas frases del presidente que había dicho unos meses antes que "a la Marina la corro con los bomberos". La Escuela Naval en las cercanías de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, se plegó al movimiento y fue sometida violentamente por la policía provincial y el regimiento 7 de Infantería del Ejército. Incluso uno de sus buques de entrenamiento fue atacado por aviones de la Fuerza Aérea en medio del río de la Plata. 

   El almirante Rojas se embarcó en la flota y asumió su comando. Los dos buques más potentes eran los modernos cruceros "9 de Julio" y "17 de octubre". El derrotero de la escuadra de guerra, desde su apostadero natural de Puerto Belgrano rumbo a Buenos Aires, iba a establecer un hito histórico cuando frente a la ciudad de Mar del Plata el 19 de septiembre, los jefes rebeldes intimaron la renuncia de Perón bajo la amenaza de bombardear los tanques de combustible del puerto de la ciudad, y ante la negativa, procedieron a disparar y destruir las instalaciones, llegando incluso a ocasionar daños en algunas propiedades privadas en las cercanías de la costa. Era la demostración de que los hechos iban rumbo a una escalada nunca vista en el siglo XX.

   Rojas a bordo del crucero "17 de octubre", recala frente a La Plata y nuevamente se intima la renuncia del presidente, bajo la amenaza del bombardeo a la destilería ubicada en las afueras de la capital provincial. Hasta entonces, nunca la marina de guerra había mostrado determinación en los golpes de estado. Sumada esta circunstancia a la lenta pero persistente deserción de mandos leales al gobierno, hicieron que a partir de la medianoche del 19 de septiembre fuera frenético el clima cercano a Perón preanunciando un cambio dramático de la situación. 

   El 20 de septiembre, ante la evidencia de que el Ejército no estaba dispuesto a reprimir a sangre y fuego, sobre todo por la falta de mando de Perón, y la Armada totalmente alineada con el golpe, el general Lonardi, ya en dominio de la situación en Córdoba y sus guarniciones en otras provincias, se proclamó "Presidente Provisional de la República". El gobierno respondió creando una junta militar formada por los ministros de las tres fuerzas: el general Franklin Lucero, el almirante Luis Cornés y el brigadier Juan San Martín, a la que Perón delegó el mando castrense, y puso a su disposición la renuncia.  

   El próximo domingo en estas páginas de "El Liberal", si Dios quiere, terminaremos la saga de la Revolución Libertadora, una semana que tuvo en vilo al país y al mundo, un golpe de estado que tardó siete días en consolidarse a un costo humano inmenso, y que concluiría con la partida de Perón hacia el largo exilio y la llegada de Lonardi a Buenos Aires.

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