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EL LIBERAL . Santiago

Lo que no se sabía de la vida de Bernardino Rivadavia, el primer prócer argentino

Por Eduardo Lazzari, historiador.

28/06/2025 23:10 Santiago
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Lo que no se sabía de la vida de Bernardino Rivadavia, el primer prócer argentino Lo que no se sabía de la vida de Bernardino Rivadavia, el primer prócer argentino

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Las crónicas históricas ubican al porteño Bernardino Rivadavia como el primer presidente de la Argentina. Estamos a pocos meses de los doscientos años de la primera experiencia de un Poder Ejecutivo unipersonal avalado por un Congreso General, que comenzó en febrero de 1826. La historiografía liberal ubicó a Rivadavia en la cumbre del panteón histórico argentino. Pueden leerse libros que lo ubican como el "Padre de la Patria" civil, acompañado en el podio de la historia por los libertadores militares, el nacional Manuel Belgrano y el continental José de San Martín, así como también encontramos trabajos que lo describen como un traidor inescrupuloso contra los intereses nacionales. 

Como en todo debate vinculado a la política nacional la verdad histórica está ubicada en un punto medio entre esos dos extremos, pero se puede afirmar que Rivadavia fue un apasionado argentino, que hizo lo mejor según su leal saber y entender, y que sobre todo sufrió en los últimos años de su vida un desprecio y un olvido inmerecido. Como bien se dice: "los hechos son sagrados, las opiniones diversas". Vamos hoy a recorrer algunos episodios de su vida que permitirán conocer más íntimamente al hombre cuyo nombre en una avenida de Buenos Aires hace que todas las demás calles comiencen en ella.

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Sus familias

Don Bernardino de la Trinidad nace en Buenos Aires en el hogar formado por don Benito González Rivadavia y su prima doña Josefa Rivadavia el 20 de mayo de 1780, mientras gobernaba el virreinato del Río de la Plata don Juan José de Vértiz. Eran siete hermanos y Bernardino era el primogénito varón, por lo que tuvo que hacerse cargo de los negocios familiares cuando su padre debió enfrentar un juicio que lo inhabilitó, impidiendo que el joven Bernardino siguiera sus estudios en el Real Convictorio de San Carlos (hoy Colegio Nacional de Buenos Aires) y evitó su llegada a la Universidad.

En 1786 muere su madre a los 31 años, cuando Bernardino tiene solo cinco. El padre vuelve a casarse en 1788 con Ana María Salvadora de Otárola, que se dedica muy cordialmente a criar a los niños de su marido. Es notable que doña Ana María fuera hermana de Saturnina Bárbara, quien iba a convertirse en la segunda esposa de Cornelio de Saavedra, lo que hace a Rivadavia sobrino del presidente de la Junta Gubernativa del 25 de mayo de 1810. Hoy sus bustos comparten uno al lado del otro el Hall de Honor, siendo quienes miran de frente a todos los que ingresan en la Casa Rosada.

El 14 de diciembre de 1809 don Bernardino se casa con Juana Josefa Joaquina, hija del virrey Joaquín del Pino. Este matrimonio convertirá a la madre de la joven, la santafesina Rafaela de Vera y Mujica en la única virreina que fue madre de una primera dama. Tendrán cuatro hijos, de los que sólo los tres varones llegarían a edad adulta: José Joaquín, Bernardino y Martín, siendo este último con el tiempo el padre del comodoro Martín Rivadavia, primer ministro de marina de la Argentina en 1898.

Su encuentro con la hija de Belgrano

Cuando era presidente Rivadavia vivía en una casona de dos plantas sobre la actual calle Defensa al 300, que aún se conserva a pesar de que su patio ha sido convertido en un estacionamiento y desde hace años luce un cartel de alquiler. Una mañana durante su presidencia, don Bernardino sale de su casa rumbo al fuerte, donde la antigua casona de los virreyes se utilizaba como despacho presidencial, ubicada en el actual Patio de las Palmeras de la Casa Rosada, y se encuentra con María Josefa Belgrano, hermana del creador de la Bandera, que llevaba de la mano a una niña de unos siete años. 

Rivadavia cae en la cuenta de que esa niña era Manuela, la hija que el general Belgrano había tenido en 1819 con su amor otoñal, Dolores Helguero. Emocionado y recordando aquellos tiempos compartidos con Belgrano en Europa entre 1814 y 1815, Rivadavia pide llevar a Manuelita a su despacho. Cuando llegan, el presidente le muestra a la niña el único retrato que lucen las paredes de su oficina. Era Manuel Belgrano. Rivadavia le comenta que fueron grandes amigos con su padre, el Padre de la Patria, y le muestra que ella misma era muy parecida a don Manuel.

Su muerte en Cádiz y el destino de su casona

En 1841 el matrimonio Rivadavia compartía su exilio en Río de Janeiro. Allí, doña Juana sufre una fractura a mediados de año y el 14 de diciembre se resbala mientras tomaba un baño y muere instantáneamente. El matrimonio celebraba ese día 32 años desde su casamiento. En una carta dirá el propio Rivadavia: "Mejor me estaría haber muerto antes de caer en tal miseria y ver en tal degradación a una Patria cuya gloria e intereses son la causa de todos mis trabajos y ha sido el móvil de la única pasión que he conocido". No soportaba ver el rumbo del gobierno de Juan Manuel de Rosas y cuando algún llegado desde Buenos Aires iba a su casa, él ordenaba al criado decir esta dura frase: "Bernardino Rivadavia no está en casa para los argentinos".

En 1844 parte definitivamente don Bernardino hacia el viejo mundo y se radica en Cádiz. Alquila un piso a un sacerdote por 137 pesetas y disfruta de un tiempo tranquilo. En su escritorio luce los obsequios que en 1824 le hiciera San Martín: el estandarte de Pizarro y la campanilla de la Inquisición de Lima. En sus raras caminatas viste de rigurosa levita y luce su antiguo bastón de mando presidencial. Al acercarse la muerte indica a su administrador en Buenos Aires, Manuel Cobo: "Quisiera sepultar conmigo las crueles violencias e ingratitudes de que he sido víctima". El 30 de agosto de 1845 sufre un ataque de apoplejía y el 2 de septiembre, a las 6,30 hs. muere en su habitación gaditana de Murguía 148, calle que hoy lleva su nombre. 

Fue sepultado en el cementerio de la milenaria ciudad y es estremecedor el relato que un periodista hace del personaje: "Cubierto por su raída capa de presidente de las Provincias Unidas de la Argentina, en el cansino andar de don Bernardino Rivadavia podía adivinarse la dignidad de un rey depuesto". La casona donde murió Rivadavia fue adquirida por el empresario José Roger Balet, dueño del mítico Bazar "Dos Mundos", y donada al estado argentino para su preservación, siendo hoy el Consulado Argentino. Se conserva una fotografía de la habitación del prócer, donde se ve la modestia de su vida en el exilio.

La repatriación de sus restos

Rivadavia había ordenado a sus albaceas testamentarios que "su cuerpo no vuelva jamás a Buenos Aires y mucho menos a Montevideo, esas ciudades ingratas…". Sin embargo, apenas caído Juan Manuel de Rosas en 1852 comenzó una campaña para la repatriación de los restos del primer presidente. La Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires resuelve traer a su fundador, pagando el costo del traslado. El gobierno de la provincia apoya la iniciativa y desde el diario "El Nacional", Domingo Faustino Sarmiento se convierte en propulsor del tema, añadiendo la colocación en cada escuela pública de un busto de don Bernardino ya que "los que han servido al pueblo deben estar a la vista de las nuevas generaciones. El Fundador de las Escuelas debe estar vivo en las escuelas". Recordaba con esto el sanjuanino que Rivadavia había creado las primeras escuelas públicas del país.

Frente a tanta presión, los hermanos Achával, a cargo del testamento de Rivadavia, acceden sosteniendo que la negativa del prócer se debía a su intención de eludir los vejámenes de Rosas y de Oribe, y no para sustraerse al reconocimiento y a la devoción del pueblo. Así es que el 20 de agosto de 1857 desembarca en Buenos Aires el ataúd de don Bernardino Rivadavia. Casi toda la población de la ciudad participa de las conmemoraciones y sus restos son depositados en el Cementerio de la Recoleta. Su bóveda fue demolida hacia 1940 y en ese lugar se levantó el mausoleo del general Pablo Riccheri y el Panteón de los Próceres. Se dice de él en las ceremonias fúnebres: "Es el ilustre padre del país", "Sin Rivadavia, la resurrección de la República Argentina no hubiera sido posible", "Es el genio que vela sobre los destinos de la República". En 1880 se repiten los homenajes al cumplirse 100 años de su nacimiento, coincidiendo los festejos con la repatriación de los restos del general José de San Martín, hecho que el presidente Nicolás Avellaneda impuso como reconciliación póstuma de los dos grandes hombres de la historia fundacional del país. 

En 1932 el presidente Agustín Pedro Justo inaugura el mausoleo del prócer en el centro de la plaza de Miserere, siendo hasta hoy el monumento fúnebre más grande del país y el único que se venera en la vía pública en Buenos Aires. La obra es una genialidad artística del escultor Rogelio Yrurtia, y como curiosidad copias de las estatuas sedentes de Moisés y del joven que representa la acción y la vitalidad, engalanan el Museo Castagnino en el parque Independencia de Rosario. El friso del monumento fúnebre luce la frase que Bartolomé Mitre dijera en su homenaje: "Al más grande hombre civil de la tierra de los argentinos". Su cripta merece ser restaurada y convertirse en un lugar sagrado visitable.

Se han escrito grandes libros como biografía de Rivadavia, como por ejemplo el de Alberto Palcos o el de Klaus Gallo. Pero la intención del relato de estas anécdotas que antecede es simplemente conocer más a este gran personaje desde una perspectiva más humana y sobre todo entender que el amor a la Patria puede tener muchas manifestaciones y que la función pública en esos tiempos fundacionales de la Argentina fue una tarea titánica e ingrata que provocó que los grandes hacedores del país terminaran en su gran mayoría muriendo en el exilio, sufriendo todo tipo de privaciones y sobre todo con un reconocimiento que les llegaría sólo después de la muerte.

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