Danza de nombres en la previa de las elecciones legislativas. Quiénes se quedan y quiénes se van en la gestión libertaria.
Uno por uno, los funcionarios que se van del Gobierno de Javier Milei Uno por uno, los funcionarios que se van del Gobierno de Javier Milei
El Gobierno de Javier Milei empezó a girar la perilla de la segunda etapa y el ruido que se escucha no es solo el de las reformas, sino el de las sillas que se mueven. En la Casa Rosada saben que el gabinete quedó corto de aire y que hace falta oxigenarlo. Las elecciones legislativas de octubre marcaron el punto de quiebre. Ahora se viene la mudanza de varios nombres que, entre candidaturas y desgaste, dejan huecos en el tablero.
La primera en anotarse en la fila de salida fue Patricia Bullrich. Deja el Ministerio de Seguridad porque encabeza la lista de senadores por la Ciudad de Buenos Aires y, si todo marcha acorde al plan, asumiría su banca como senadora el próximo 10 de diciembre. En su entorno dicen que "cumplió el ciclo" y en la Rosada lo confirman con cierta ironía: "Patricia se va para volver". Su paso por Seguridad fue una versión recargada de sí misma: protocolos de mano dura, discursos de barricada y una presencia constante en medios.
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El otro que empacó sus papeles sin dramas fue Luis Petri. Su gestión en Defensa tuvo perfil bajo y disciplina fiscal, dos virtudes que Milei valora más que la épica. Fue candidato sin estridencias, cumplidor y prudente. En el ministerio lo recordarán más por las planillas que por las ideas. Se va a la Cámara de Diputados en representación de la provincia de Mendoza, con la promesa de "seguir apoyando el proyecto de cambio", una fórmula que en Balcarce 50 suena a despedida prolija.
Manuel Adorni, el vocero presidencial deja la Secretaría de Comunicación para asumir en su banca porteña. En sus dos años de portavoz, logró algo raro: ser más protagonista que la noticia. Su estilo de tuitero con micrófono mezcla de sarcasmo, consignas y autoelogio generó más clips que consensos. En la Rosada admiten que su salida sirve para oxigenar.
El caso de Gerardo Werthein, el canciller que duró menos de lo previsto, tiene otro tono. Empresario, diplomático improvisado, llegó con la idea de acercar a Milei a los Estados Unidos. Se fue cuando entendió que la Cancillería no respondía al mapa tradicional del poder. En el entorno libertario aseguran que Werthein se agotó con la falta de coordinación y con la irrupción de un actor que ya no se esconde: Santiago Caputo, el asesor que mueve los hilos del Gobierno desde la penumbra. Su reemplazo viene del ala caputista (de Toto): Pablo Quirno que hasta ahora se desempeñaba como secretario de Finanzas.
El otro ministro que ya tiene fecha de salida es Mariano Cúneo Libarona, que ya pidió que le gustaría ser quien envíe los pliegos de nombramientos de jueces al Senado para poder, aunque sea, llevarse esa cocarda. Son 191 pliegos que están trabados en el Poder Ejecutivo por falta de gestión.
En esta reorganización, el nombre que más crece es el de Santiago Caputo, no se sabe si autoimpulsado o con visos de realidad. Milei lo escucha, lo cita y lo respeta. Con esa influencia, las decisiones se vuelven más verticales y menos institucionales. Los movimientos también alcanzan a Guillermo Francos, el jefe de Gabinete que quedó en la mira. Era el hombre del diálogo, el encargado de tender puentes con los gobernadores. Pero muy golpeado en los últimos meses por las internas.
El recambio no es solo de nombres, sino de método. El Milei que entró al Gobierno con un discurso de caos controlado hoy busca precisión quirúrgica y una palabra que aborrece: consenso. Se lo pide Estados Unidos. Acuerdos políticos, gobernabilidad y reformas. Es decir, que negocie y trate de maridar su plan económico con la política.
En Olivos o en la Rosada, depende del día Milei repite que el Gobierno ahora debe alinearse al objetivo final: las reformas. Los suyos asienten. Afuera, el ruido crece. Y la pregunta es si el nuevo gabinete que promete orden no terminará siendo una versión más pequeña de lo mismo: un gobierno concentrado, con menos voces y más obediencia.








