Por Eduardo Lazzari, historiador.
Regina Pacini de Alvear, la primera gran primera dama Regina Pacini de Alvear, la primera gran primera dama
En estos días se han cumplido los cien años de los cuerpos estables del Teatro Colón de Buenos Aires, hecho que convirtió al primer coliseo argentino en uno de los pocos templos líricos en el mundo que son autosuficientes, gracias a sus elencos artísticos sumados a los talleres de utilería, escenografía y vestuario, elevando al Colón a la categoría suprema de las salas operísticas del mundo. En dos años se recordará el centenario de la primera radio pública de la Argentina y Sudamérica, Radio Municipal, que nació para la divulgación y difusión de la ópera en los ambientes populares, cuyo primer estudio fue en los palcos de viudas del teatro. Esto no hubiera sido posible sin el concurso de una de las grandes mujeres argentinas: Regina Pacini, la esposa del entonces presidente Marcelo Torcuato de Alvear.
En el recuerdo de su exquisita personalidad recorreremos hoy la vida y la obra de doña Regina.
Sus orígenes y el tiempo de la historia
Europa vivía los últimos momentos de la larga paz de la Santa Alianza. Entre 1870 y 1871 se produce la unificación de Italia de la mano de los dos Giuseppe: Mazzini y Garibaldi. El Papa Pío IX se declara prisionero en el Vaticano, al perder el territorio de los Estados Pontificios. El reino de Prusia se prepara para atacar a Francia, vencerla y lograr que la unión de los principados se convierta en el imperio alemán, con el liderazgo de Otto von Bismarck y el reinado de Guillermo I. En España gobernaba Amadeo I, el único rey ibérico de la casa de Saboya y el único elegido por las Cortes, cuyo fugaz reinado solo duró tres años. En la Argentina transitaba la medianía de la segunda presidencia constitucional de la república unificada. Domingo Faustino Sarmiento ya encaminaba el país en el camino del progreso, pero enfrentaba desafíos como el asesinato de Justo José de Urquiza, la rebelión entrerriana y la oposición de los seguidores de Bartolomé Mitre. En Santiago del Estero terminaba la tercera gobernación de Manuel Taboada, que moriría en setiembre de 1871.
Eran tiempos en los que los artistas de la música eran muchos de ellos trashumantes y peregrinos. En los albores de 1871 un matrimonio de artistas formado por el romano Pietro Andrea Giorgio Pacini y la gaditana Felisa Tomasa Quintero tiene a su tercera hija en Lisboa el día de los Reyes Magos. La bautizan Regina Isabel Luisa, y se iba a convertir en la mimada de la familia. Regina se dedica al canto desde pequeña y comienza a destacarse entre las cantantes líricas de su tiempo. Tal es el suceso de su carrera que la soprano más grande de su tiempo, Adelaida Patti, presencia una función en la Scala de Milán y al final felicita a Regina diciendo: "Tienes una voz de oro, y serás quien me sucederá en el trono de la ópera universal".
Su carrera artística
Fue Regina Pacini una de las primeras sopranos que grabaron a principios del siglo XX. Todavía se conservan esas interpretaciones históricas en las que se destaca el hecho de que se encuentra una obra del maestro argentino Alberto Williams entre las elegidas por Regina. En 1899, Buenos Aires ansiaba la terminación del nuevo teatro Colón, en construcción en los terrenos de la vieja estación del Parque, y el teatro Solís de Montevideo se había convertido en la meca operística del Plata. Hacia allí viajan dos primos Alvear. Y Máximo Marcelo, que era uno de los solteros más codiciados de Buenos Aires, y ya pintaba para solterón (tenía 31 años), vería cambiar su vida en esa noche de canto pocos días antes del final del siglo XIX. Queda deslumbrado por la protagonista femenina, corre por las calles hasta encontrar 48 rosas rojas, llega al camerino para ofrecer su amor y su admiración a la diva. La madre de Regina es quien abre la puerta y con desagrado acepta las rosas, pero no deja que el encuentro se prolongue. Ella había pensado en un destino de princesa o quizá de reina para su hija más pequeña y virtuosa. Sin embargo, algo había pasado entre las miradas de Marcelo y Regina. Pero para Marcelo no iba a ser fácil. Algunos ubican este primer encuentro en el teatro Politeama de Buenos Aires.
Los siguientes ocho años lo mostrarán a Alvear viajando por el mundo para no perderse ninguna función en la que cantara Regina. Nueva York, Milán, París y todas las capitales del canto verán la repetición del ritual: función de ópera, rosas rojas, camerino y aparente indiferencia de ella. Pero en 1907, Marcelo jugará su carta maestra. En el teatro Real de San Carlos de Lisboa, tierra natal de Regina, al ingresar al escenario para comenzar su interpretación, Regina descubre con asombro que el teatro estaba vacío. Desde un palco escucha un aplauso y ve la enorme figura de Marcelo que le dice: "Hoy cantas para mí", y le muestra un canasto con todos los boletos que había comprado para estar solo disfrutando del arte de su amada. Ella canta magistralmente y al final, acepta casarse con él. Es tradición el relato que una vez obtenido el sí de Regina, Marcelo ordena comprar todos los discos fonográficos para que nadie más escuche la magia de su canto.
Un matrimonio celestial
Marcelo y Regina se casan en Lisboa, decisión tomada entre otros motivos para evitar el desprecio de aquellas que creían que Alvear merecía algo más que una "cómica", una cantante No se dieron cuenta que Regina había elegido, como Marcelo, amar al ser amado y no buscar su conveniencia. Se radican en París, donde construyen un castillo al que llaman "Coeur Volant" y viven allí hasta que en 1912 se trasladan a Buenos Aires, para participar de la fiesta del matrimonio del más querido primo de Marcelo. En el evento, tres damas porteñas tratan de incomodar a Regina. Su esposo simplemente levanta la voz y dice: "No te preocupes, Regina, a esas tres ya las conozco, incluso a alguna bajo las faldas". Ahí, todos se dieron cuenta que Alvear iba a defender a su esposa contra viento y marea, y poco a poco, sin quererla la aceptaron.
En 1916, en plena guerra mundial, viajan a París nuevamente ya que Alvear fue nombrado embajador argentino ante el gobierno francés. Deciden quedarse en la capital, a pesar de la amenaza de los bombardeos alemanes, y eso les granjea la simpatía de los parisinos. Y la vida del matrimonio llegará a la cumbre, cuando los radicales eligen a Marcelo Torcuato de Alvear como candidato a la presidencia, y en abril de 1922, se convierte en el tercer presidente electo estando fuera del país, luego de Sarmiento y de Roque Sáenz Peña.
La gran primera dama y su gran filantropía
Desde la asunción de su marido, en octubre de 1922, Regina Pacini va a convertirse en la primera gran primera dama de la historia. Acompaña, con gran lucimiento, al presidente a todos los actos protocolares y sociales. Ella lo introduce en los ambientes artísticos de Buenos Aires, que por entonces era una de las capitales de las vanguardias. Son los años de Borges, Marechal y Arlt, a la vez que florece el tango en todos los rincones, y es Regina quien apoya a Emilio Pettoruti y Benito Quinquela Martin para sus primeras exposiciones en Europa.
Su presencia es tan fuerte que, en ocasión de la visita del príncipe de Gales, Alberto de Inglaterra, que iba a convertirse luego en el rey Eduardo VIII, éste le dice al presidente Alvear: "La Argentina es una república, pero sin duda su esposa es una reina". Y en esos años será cuando Regina lleva a cabo su obra más perdurable: en 1928 funda la Casa del Teatro, una obra filantrópica dedicada a los artistas "a los que no les había ido tan bien en la vida" promovida por aquellos a los "que les había ido bien". Quizá en el corazón de Regina pesaba el recuerdo de su maestro de canto, que había dedicado su carrera exclusivamente a ella, y que, al abandonar el canto por Alvear, ese maestro se dejó morir de tristeza en una calle de Lisboa.
La Casa del Teatro, la muerte de Alvear y su propio final
Desde entonces dedicó su vida a la Casa del Teatro, que aún hoy mantiene su espíritu amoroso, y conserva con unción el despacho que ella utilizara convertido en un pequeño museo de sitio, a la vez que la sala teatral lleva su nombre. Siguió acompañando a su esposo en las luchas políticas de la década de 1930, alternando su residencia entre Mar del Plata, Buenos Aires y la casa que construían en Don Torcuato, que nunca terminaron. Marcelo murió el 23 de marzo de 1942, y mientras los radicales debatían donde realizar el velatorio, ya que resistían aceptar los honores que el gobierno conservador ofrecía para el presidente muerto, irrumpió Regina en la reunión y sólo dijo: "Marcelo merece la Rosada". El velatorio fue en la Casa de Gobierno. El entierro en el mausoleo familiar en el cementerio de la Recoleta.
Todos los lunes, a lo largo de los 23 años que Regina sobrevivió a su marido, ella visitaba su tumba y permanecía un par de horas "charlando" con Marcelo, sentada en una silla blanca gemela de la que usaba en su despacho de la Casa del Teatro. Al terminar, cerca del mediodía, tomaba del brazo al cuidador de la bóveda, Serafín Frosz, y lo llevaba a almorzar para arreglar las cuentas pendientes por su trabajo. En varias charlas con él, Serafín contó a quien esto escribe que durante cuarenta años cuidó la tumba de Alvear, y que Regina ordenaba, cada lunes, en una vieja fonda ya inexistente, para los dos, un plato de fideos con salsa y un vaso de moscato. Al preguntarle por qué su ceño fruncido, me dijo que la recordaba con gran cariño a Regina, por su gran corazón, pero su carácter era tan fuerte que en 23 años de compartir el almuerzo de los lunes, él nunca pudo decirle que las pastas no le gustaban.
Murió en su casa inacabada de Don Torcuato el 18 de setiembre de 1965, a los 94 años. Fue sepultada junto a su esposo en la Recoleta. En su homenaje varias calles del país llevan su nombre, así como un pueblo en Río Negro: Villa Regina y varios teatros del país. Una mujer que encontró su destino abandonando su pasión por el canto y que perdura en el cariño de los artistas que se ocupan de los artistas, en su obra magna: la Casa del Teatro.








