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Del desencanto al odio: Por qué sectores populares votan contra sí mismos

Por: El Dr. Carlos I Scaglione -Docente de la Unse

21/12/2025 11:37 Opinión
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El avance de derechas autoritarias, reaccionarias y, en muchos casos, reivindicadoras de tradiciones fascistas, se ha convertido en uno de los rasgos centrales de la política contemporánea. Este fenómeno no es aislado ni coyuntural: atraviesa a países con historias, culturas políticas y trayectorias institucionales distintas, como Chile, Brasil y Argentina. La pregunta que interpela no es solo por qué ganan estas fuerzas, sino por qué sectores populares que históricamente acompañaron opciones moderadas o de izquierda hoy terminan votando proyectos que, objetivamente, no los favorecen.

Lejos de tratarse de un acto consciente de "suicidio político", estamos ante una crisis profunda de representación, expectativas y sentido.

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La ruptura del pacto de expectativas

Durante décadas, amplios sectores populares sostuvieron proyectos progresistas con la expectativa de mejoras concretas: trabajo digno, ascenso social, acceso a derechos y protección estatal. Cuando esas promesas no se materializaron o quedaron a mitad de camino, el desencanto se acumuló.

En Chile, el estallido social de 2019 expresó el agotamiento de un modelo que, aun con crecimiento macroeconómico, dejó amplias franjas de la población en situación de endeudamiento, inseguridad y fragilidad social. El posterior proceso político no logró traducir esa demanda de transformación en resultados percibidos como efectivos, abriendo la puerta al avance de opciones reaccionarias.

En Brasil, tras los gobiernos del Partido de los Trabajadores, que lograron avances indiscutibles en reducción de la pobreza, persistieron problemas estructurales como la precarización laboral, la violencia urbana y la corrupción sistémica. La destitución de Dilma Rousseff y el descrédito del sistema político alimentaron una narrativa anti política que Jair Bolsonaro supo capitalizar, incluso en sectores populares beneficiados previamente por políticas sociales.

En Argentina, el fenómeno adopta una forma particular. Tras años de crisis recurrentes, inflación crónica y promesas incumplidas de distintos signos políticos, amplios sectores sociales ingresaron en una fatiga democrática. La percepción de estancamiento permanente debilitó la confianza en proyectos que se presentaban como defensores de los intereses populares, generando un terreno fértil para discursos antisistema, individualistas y profundamente regresivos.

Del desencanto al resentimiento: la política del enojo

En los tres países, el fracaso de expectativas no derivó simplemente en apatía, sino en enojo social. Las derechas autoritarias supieron transformar ese enojo en capital político.

En Brasil, Bolsonaro construyó su liderazgo sobre el miedo, el odio al "otro" y la promesa de orden, combinando militarismo, conservadurismo religioso y un discurso violento contra minorías y movimientos sociales. En Argentina, discursos que desprecian la justicia social, reivindican la represión y demonizan al Estado encontraron eco en sectores populares cansados de la inestabilidad y la frustración cotidiana.

En todos los casos, el enojo fue dirigido hacia enemigos internos cuidadosamente construidos: la "casta política", el progresismo, los pobres organizados, los inmigrantes o quienes reclaman derechos.

El desplazamiento del conflicto: de lo económico a lo cultural

Uno de los rasgos comunes es el corrimiento del conflicto social hacia el terreno cultural y moral. La discusión deja de centrarse en la distribución de la riqueza y pasa a enfocarse en valores, identidades y supuestas amenazas al orden.

En Chile, el rechazo a los procesos constituyentes estuvo fuertemente atravesado por campañas que apelaron al miedo al cambio. En Brasil, el conservadurismo religioso fue clave para movilizar electoralmente a sectores empobrecidos contra agendas de derechos. En Argentina, el ataque sistemático a la idea de lo colectivo y solidario avanzó incluso entre quienes dependen directamente de políticas públicas. Así, sectores populares votan contra sus intereses materiales, pero a favor de una identidad simbólica que sienten amenazada.

La ilusión autoritaria

Cuando la política democrática aparece como ineficaz, la promesa autoritaria se vuelve seductora. "Orden", "mano dura", "liderazgo fuerte" se presentan como soluciones inmediatas frente a realidades complejas.

En Brasil, esa ilusión derivó en un gobierno que agravó la desigualdad y debilitó instituciones democráticas. En Argentina, la reivindicación de salidas autoritarias y el desprecio por los consensos básicos ponen en riesgo conquistas sociales históricas. En Chile, el endurecimiento discursivo frente a demandas sociales anticipa retrocesos similares.

¿Votan contra sí mismos?

En términos objetivos, sí. Pero subjetivamente, muchos votan para castigar, para expresar bronca y para romper con un sistema que sienten ajeno. No esperan mejorar: buscan que "algo cambie", aun cuando ese cambio los perjudique. Es un voto desesperado, emocional, profundamente marcado por la experiencia del abandono.

El triunfo cultural del odio

El mayor triunfo de estas derechas no es solo electoral, sino cultural. Logran erosionar la solidaridad entre los sectores populares, enfrentar a quienes comparten problemas comunes y naturalizar la exclusión como respuesta política. Cuando el otro deja de ser un semejante y se convierte en enemigo, el terreno queda preparado para la regresión social y democrática.

Reflexión final

El auge de las derechas reaccionarias en Chile, Brasil y Argentina no se explica por la potencia de sus ideas, sino por el vacío dejado por proyectos que no lograron transformar de manera sostenida la vida cotidiana de las mayorías.

Recuperar una alternativa política exige reconstruir la credibilidad, ofrecer soluciones concretas y volver a colocar la solidaridad en el centro. Sin ese esfuerzo, el odio seguirá avanzando, incluso entre quienes terminarán siendo sus principales víctimas.

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