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Selectividad alimentaria y obesidad infantil: entre la preocupación familiar y el riesgo invisible

Por la Lic. Mariel Gabe,

21/12/2025 11:56 Opinión
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¿Quién no vio a un niño que se niega rotundamente a probar algo nuevo? Algunos padres sienten que la hora de comer se vuelve una batalla. "Solo come tres cosas", "si no hay milanesa, no come nada", "no puedo lograr que pruebe una fruta". Estas frases son más comunes de lo que creemos, y detrás de ellas puede esconderse un tema que merece atención: la selectividad alimentaria.

Solemos asociar esta conducta con bajo peso o falta de nutrientes, pero cada vez más estudios muestran otra cara del problema: cuando esa selectividad se combina con una dieta basada en productos ultraprocesados, puede contribuir al desarrollo de obesidad infantil. Sí, aunque parezca contradictorio, un niño "selectivo" también puede aumentar de peso.

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Los niños selectivos suelen preferir sabores dulces, texturas suaves y presentaciones uniformes. En ese patrón repetitivo, los alimentos frescos pierden terreno frente a las galletitas, los snacks o las comidas rápidas. Son productos que llenan, pero no nutren, y están diseñados para ser irresistibles. Su alto contenido de azúcar, grasas y sal altera las señales naturales de hambre y saciedad. Así, el niño "no tiene hambre" para lo saludable, pero pide una y otra vez lo mismo.

Este círculo vicioso tiene consecuencias. Aunque la cantidad de comida no sea grande, la baja calidad nutricional y el exceso de calorías pueden generar acumulación de grasa abdominal y alterar el metabolismo. A largo plazo, esto favorece la aparición de resistencia a la insulina y otras complicaciones generales en el organismo. Detrás de un cuerpo aparentemente "normal" puede haber un proceso silencioso que conviene detectar a tiempo.

Por eso, más que contar "cuánto come", vale observar qué come y cómo. No se trata de forzar, sino de acompañar. La presión solo refuerza el rechazo y el malestar en torno a la comida. En cambio, ofrecer opciones variadas y permitir que el niño elija dentro de un marco saludable puede marcar la diferencia. La exposición repetida a nuevos alimentos, sin exigencias ni premios, suele dar mejores resultados que cualquier "negociación" a la hora de comer.

También ayuda el ejemplo: comer en familia, disfrutar juntos y mostrar interés genuino por los alimentos diversos transmite un mensaje más potente que cualquier explicación. Involucrar al niño en la cocina, dejarlo tocar, oler, mezclar, elegir un color o una forma, puede despertar curiosidad y disminuir la ansiedad que generan los sabores desconocidos.

Cada experiencia positiva con la comida cuenta. Crear un ambiente tranquilo, sin pantallas ni presiones, transforma el acto de comer en un momento de encuentro. Cuando logramos que la mesa sea un espacio de vínculo y no de lucha, el cambio se vuelve posible.

Si el rechazo persiste o aparecen señales de angustia, siempre es recomendable pedir ayuda. Un equipo interdisciplinario, pediatra, nutricionista, psicólogo y/o terapeuta ocupacional puede acompañar a la familia para comprender qué hay detrás de esa selectividad y proponer estrategias acordes a cada caso.

La selectividad alimentaria no siempre es un capricho ni un problema menor. Puede ser una oportunidad para repensar cómo acompañamos a nuestros hijos en su relación con la comida. Porque alimentarse no es solo incorporar nutrientes: es también aprender, compartir y disfrutar. Y eso empieza en casa.

Por la Lic. Mariel Gabe - Nutricionista y docente de la Licenciatura en Nutrición de UADE.

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