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Falleció Pepe Casares, gloria de Rosario Central y el fútbol santiagueño

31/03/2014 14:43 Deportivo
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Falleció Pepe Casares, gloria de Rosario Central y el fútbol santiagueño Falleció Pepe Casares, gloria de Rosario Central y el fútbol santiagueño

El fútbol santiagueÑo está de luto. Este lunes falleció José Casares, Pepe para los santiagueÑos, La Chocha para los rosarinos.

El futbolista que vistió los colores de Sarmiento y Central Córdoba en Santiago del Estero, y fue uno de los máximos ídolos de Rosario Central jugando 182 partidos desde 1960, dejó de existir este lunes, luego de luchar contra una enfermedad por mucho tiempo.

Casares fue también jugador de la Selección Argentina y desparramó su estilo como ninguno. Un zaguero central con calidad y fineza a la hora de tener el balón en sus pies.

CASARES EN LA OPINIóN DE RAFAEL BIELSA

Confesiones con Fontanarrosa

Rafael Bielsa

¿Sabés qué, Negro? Hoy sí que te lo voy a contar. Será porque la congoja devastadora del día siguiente empezó a perder las primeras escamas, será porque existe una familiaridad de la ausencia, así como existe la familiaridad de la presencia, por mucho que ésta sea frutal y jugosa y aquélla más seca, más sosegada. Pero te lo voy a contar, hoy sí que te lo voy a contar. A mí me gustaba la Chocha Casares, esa es la pura verdad. Lo comparaba con el “dos” nuestro de entonces, Daniel Musante y, ¿cómo te lo puedo explicar? Casares levantaba la cabeza para salir jugando y los nuestros parecían seguir embobados el rumbo aquilino de su mirada en vez de la pelota; al césped lo rasgaba como a una guitarra. En cambio el nuestro era lo que hoy llamaríamos un jugador disciplinado, que marcaba con el ceÑo fruncido y que -en un rapto de romanticismo- creía que una patada descalificadora era como un beso, un modo de quedarse en alguien. A mí ya me gustaba la aventura, y verlo salir del área chica a Casares era como ver zarpar al bergantín de Espronceda rumbo a la próxima correría. Musante llevaba la pelota como si fuera un contenedor, y aunque yo le reconocía la enjundia y el sacrificio, me hubiera gustado que la Chocha tuviera la rojinegra, en vez de la de ustedes. Ahora, Negro, vos me tenés que entregar algo: ¿no sentiste algo parecido con Juan Simón, o con el Negro Gamboa? ¿Me vas a decir que te rascabas la nuca con hastío cuando Simón disimulaba con su exactitud en los cruces que no cabeceaba bien, o que se te cerraban los ojos de embole cuando Gamboa metía la chilena inversa, en esos aÑos dichosos en los que todavía se podía entregar la pelota con el pie al propio arquero, y el Negro Gamboa sentía la necesidad de recurrir a la gimnasia artística para quitarle trivialidad al recule? Bueno, está bien, si no querés no me lo digás. Yo, en cambio, más que gustarme, lo padecía al Chango Gramajo, y ese martirio –como todos, por lo demás- tenía una cuota de ambigüedad. Cuando se puso fino (porque, ¿te acordás?, llegó de Santiago con una panza de somalí), y escondía la bola con el hombro mientras la hacía transitar con su zurda, me dejaba con la boca abierta de enajenación. Pero cuando en 1970 lo gambeteó a Fenoy, y la puso adentro menos de medio metro, de un instante para otro mi vida se volvió un sondeo para la muerte. A vos te habrá pasado lo mismo cuando el 8 de marzo el Pájaro Domizzi absolvió la pelota de cabeza y la mandó rumbo a su cielo en esta tierra, el ángulo superior derecho de Tito Bonano. Ya sé, Negro, ya sé, no me mirés con esos ojos de agua taura, no estoy hablando de arte futbolístico, estoy hablando de un gol, sólo de eso, uno de esos goles –el del Chango que gritaste vos, el del Pájaro que yo grité- que tienen una textura de otro telar, que son como un combustible de alto octanaje que nos hace rugir las dieciséis válvulas del cuore. Pero te voy a contar otra cosa, a lo mejor porque están desposados por la época, o porque uno usaba el diez en la Selección Nacional, y el otro la diez leprosa. Kempes también me gustaba, te lo envidiaba. A vos, decímelo o por lo menos no me lo niegues, te gustaba Marito Zanabria. Aunque te concedo que Kempes lastimaba, vos me vas a tener que aceptar que cuando Mario cortaba hacia el centro con la zurda, haciendo pasar como el Expreso de Oriente a dos perdigueros que se comían el amague, algo adentro se te licuaba. “El Matador” sabía con la pelota, era rápido y tenía polenta, además de gol, pero la zurda bendita pasó por mostrador el día que debió hacerlo: a comienzos de junio del ’74, ante 40.495 espectadores. No festejamos en tu cancha, a pesar de la hospitalidad de los baldosones que volaban como escarabajos, pero como habíamos concentrado en San Genaro, entre el frío y la soledad, a los jugadores no les costó nada irse sin el baÑo de rigor a correr en el Estadio del Parque. Y bueno, ya que estamos te voy a contar otra cosa: me gustaba el Negro Palma; en los tiros libres, miraba para otro lado. Un diez diestro, cosa fina. Un día le pregunté si le pegaba con las dos: “si le pego con las dos, me caigo”, dijo, con la misma economía de gestos que lo caracterizaba dentro de la cancha. Y me gustó el Sapito Encina, que desapareció de un día para otro sin llegar a ser ídolo, símbolo de esta época tarambana en la que podés firmar avales por millones de dólares un día, y al día siguiente olvidarte de que los firmaste. Pero bueno, tengo entendido que uno de los peores días de tu vida fue cuando Diego firmó para Ñuls, cuando estaba flaco como un senegalés de maratón, por más que en los ojos se le viera la deflagración con la que todavía convive. No salió bien, aunque todavía recuerdo una rabona que le tiró a Islas en cancha de Independiente, que si Luis hubiese sido un tipo más preocupado por la historia del arte de lo que es, habría debido dejarla pasar, con lo que hubiera entrado en el libro de los récords. ¿Sabés qué, Negro? Hoy me desperté como si yo estuviese de un lado del confesionario y vos del otro lado de la mirilla, esplendoroso en tu vaguedad, y tuve ganas de contártelo. ¡Tantas veces nos cruzaron antes de un clásico, por radio o por tele, vos defendiendo a los centauros auriazules sin claudicación, y yo a los rojinegros como un púgil! Allí, donde estás, me imagino que habrás pintado tu jurisdicción de azul y amarillo. Yo estoy todavía en la cola, entre sombras rojas y negras. Pero quería contártelo hoy. Cuando nos toque encontrarnos, no nos van a faltar temas de conversación.

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