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EL LIBERAL . Santiago

En el Día de la Madre, una madre de fierro, con corazón de oro, y otras historias

18/10/2015 07:48 Santiago
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Con la convicción de que el amor se siente y no se exige, supo amar como madre y ocupar el rol de padre desde el día que se enteró que en su vida ya no estaría sola. La vida no le fue fácil, en momentos, se ensañó en medir cuán fuerte era, poniéndole pruebas tan difíciles que sólo el amor por sus hijos la mantuvo de pie, aún en días en que se sentía decaer. Sin embargo, también hubo muchos momentos de los otros, esos en los que la felicidad se multiplicaba cuando los compartía con sus pequeños. Momento, situaciones y vivencias que lograron borrar los sinsabores.

Así fue hasta hoy la vida de Carolina Paz, la mamá de Jeremías, el pequeño que salvó su vida de milagro luego de que un escorpión esparciera su veneno por su cuerpito y lo dejara postrado en terapia intensiva durante tres meses. Hoy, a noventa días de haber logrado el alta médica, el niño se recupera en su casa, rodeado del amor de su familia y del incondicional acompañamiento de su mamá.

Allí celebrarán el Día de la Madre, y además, brindarán por la nueva oportunidad que les dio la vida de poder abrazarse en un día tan especial.

Pero detrás de esa desafortunada historia, que mantuvo en vilo a toda la provincia durante el tiempo que Jeremías estuvo internado, hay otra aún más conmovedora.

Carolina tuvo dos embarazos, y en ambos le dieron la espalda. A pesar del dolor que le provocó la situación, los distanciamientos y la falta de amor, jamás se arrepintió de nada. Sola, con el apoyo de su familia, supo enfrentar una nueva etapa de su vida, en la cual se convertiría en madre y ya nunca más estaría sola.

“Sé que no soy la mejor. Temo que mis hijos algún día me reclamen que no pude darles una familia, pero si de algo estoy segura es que por ellos daría mi vida si fuera necesario. Sus padres me abandonaron y jamás les exigí presencia. Soy una convencida de que un Juez o una Carta Documento no pueden enseñarte a amar a un hijo.

Mi amor de madre es tan grande que desde que nacieron no hago otra cosa que luchar por ellos. Son mi motor, mi gran felicidad”, definió Carolina a su entrega diaria, a su rol de madre.

Jeremías es mellizo con Isaías, nacieron hace tres años y su papá se alejó de ellos cuando apenas tenían dos meses. Ismael tiene 13. Su papá biológico nunca se hizo cargo de él y abandonó a Carolina cuando gestaba sus primeros meses de embarazo. Desde entonces, comenzó la lucha de esa madre, que tuvo que duplicar sus horas de trabajo, siempre previendo no descuidar a sus niños para brindarles lo que una madre sueña para ellos.

“Me tocó ser madre sola y no me arrepiento. Nunca pedí nada a nadie, aunque mi familia siempre estuvo conmigo en cada momento de la crianza de ellos. Cuando sus padres se alejaron de mi, redoblé la apuesta. Lejos de quedarme a llorar, salí a trabajar para que a mis hijos no les faltara nada. Mientras estudiaba, trabajaba por la mañana, en el tiempo que tenía libre hacía pan casero, pizzas, tortas o pastafrolas para vender en la calle. Todo contribuía para el bienestar de mis hijos, así que nunca tuve pereza ni vergüenza de hacer lo que fuera necesario. Lo hago hasta el día de hoy, que soy profesora de Biología. Todo ingreso es bienvenido, así que seguiré trabajando para darle lo mejor a mis hijos”, contó Carolina.

El rencor no tiene lugar en su corazón

El corazón de esa madre es tan grande y generoso que nunca hubo lugar para los resentimientos. Jeremías pasó el peor de los calvarios, luchó por su vida como un verdadero león y fue Carolina y su familia, quienes se unieron a la lucha junto al pequeño. Días sin dormir, interminables horas de llanto, preguntas sin respuestas, y tantos sentimientos encontrados invadieron a la familia Paz durante el tiempo que el pequeño estaba internado. Pero hubo un día en el que el destino quiso que Carolina tuviera al frente al padre de Jeremías. Las reacciones tenían dos direcciones y ella optó por la que consideró la mejor.

“El papá de Jeremías me abandonó al poco de que ellos nacieron, desde entonces no supe nada más de él hasta que se enteró por los medios de que su hijo estaba grave. Vino al hospital y lo recibí. No tengo resentimiento. Se sintió padre y lo quiso ver, y yo no lo iba a impedir. Pero fueron unos días. Después desapareció nuevamente, y ya no supo más de Jere”, contó.

En sus ojos se refleja el amor hacia sus hijos; mientras ellos juegan, ella fija su mirada en sus travesuras: “Le doy gracias a Dios por mantenernos siempre unidos y por ayudarnos todos los días a ser una familia”, repite Carolina, mientras acaricia a Jeremías. “Soy madre y padre, pero no me considero la mejor –repite-. Mis hijos le dicen “papu” a mi papá. Ven en su abuelo la figura paterna. No necesitamos nada más de nadie para ser felices”, expresó Carolina.

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