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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Juan 19,25-27.

15/09/2017 02:17 El Evangelio
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Evangelio según San Juan 19,25-27. Evangelio según San Juan 19,25-27.

Junto a la cruz de Jesús,

estaba su madre y la hermana

de su madre, María, mujer

de Cleofás, y María Magdalena.

Al ver a la madre y cerca

de ella al discípulo a quien él

amaba, Jesús le dijo: “Mujer,

aquí tienes a tu hijo”.

Luego dijo al discípulo:

“Aquí tienes a tu madre”.

Y desde aquel momento, el

discípulo la recibió en su casa.

Comentario

Cuando Jesús se puso a

recorrer pueblos y ciudades

para anunciar la Buena Nueva,

María le acompañó, inseparablemente

unida a sus

pasos, pendiente de sus labios

desde que abría la boca

para enseñar. Hasta tal punto

que ni la tempestad de la

persecución ni el horror del

suplicio no consiguieron que

dejara de acompañar a su

Hijo, ni la enseñanza de su

Maestro. ‘Junto a la cruz de

Jesús, estaba María, su madre’.

Verdaderamente es madre

la que no abandonó a su

hijo ni tan sólo en los terrores

de la muerte. ¿Cómo podía

horrorizarse por la muerte,

ella cuyo ‘amor era fuerte

como la muerte’ e incluso

más fuerte que la muerte?

Sí, se mantenía de pie junto

a la cruz de Jesús y el dolor

de esta cruz le crucificaba

su corazón; todas las llagas

que veía herían al cuerpo de

su Hijo eran otras tantas espadas

que le laceraban su

alma. Es justo pues, que allí

fuera proclamada Madre y

que un protector bien escogido

fuera designado para

cuidar de ella, porque es

ahí, sobre todo, que se manifiesta

el amor perfecto de

la madre con respecto al Hijo

y la verdadera humanidad

que el Hijo había recibido de

su madre.

Jesús ‘habiéndola amado,

la amó hasta el fin’. No

tan solo ha sido para ella el

fin de su vida sino sus últimas

palabras: por así decir,

acabando de dictar su

testamento, Jesús confió el

cuidado de su madre a su

más querido heredero... Pedro,

por su parte, recibió la

Iglesia, y Juan, a María. Esta

parte le era concedida a

Juan como un signo del amor

privilegiado del que fue objeto,

pero también a causa

de su castidad. Porque convenía

que nadie más sino el

discípulo amado de su Hijo,

prestara este servicio a la

madre del Señor. Y por esta

disposición providencial, el

futuro evangelista pudo conversar

familiarmente de todo

con aquella que lo sabía todo,

ella que, desde el principio,

había observado atentamente

todo lo referente a su

Hijo, y que ‘conservaba todas

estas cosas meditándolas

en su corazón’. ?

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