¡Cállate y sal de este hombre! ¡Cállate y sal de este hombre!
en Cafarnaún. Siguiendo
la tradición judía, Jesús va
el sábado a la sinagoga para
participar de la instrucción
de la Torá. Allí, se pone
a enseñar sobre la cercanía
del Reino de Dios,
provocando el asombro de
la gente por su autoridad.
Los escribas, intérpretes
de la Ley y la tradición, que
ejercían en tiempos de Jesús
una fuerte influencia
política y religiosa sobre el
pueblo, aparecen ya desde
el comienzo del evangelio
como férreos opositores a
Jesús. La autoridad de Jesús
se manifiesta en que su
enseñanza va acompañada
de acciones poderosas, de
un testimonio insoslayable
de la bondad de Dios.
En la Sinagoga había
un hombre poseído por
un “espíritu inmundo” que
dijo a Jesús: “¿Qué tenemos
nosotros contigo, Jesús
de Nazaret? ¿Has venido
a destruirnos? Sé quién
eres tú, el Santo de Dios”.
Jesús le ordena salir de
aquel hombre, no permite
que nada ni nadie oprima
a sus hermanos. El grito
del demonio al salir del
hombre es un signo de la
derrota del mal en manos
de Jesús. Su poder amoroso
promueve la vida y libera
a los excluidos de este
mundo.
Jesús ha venido a sanar,
a curarnos de toda patología
social, religiosa y política
que oprime a los hombres;
su anuncio es buena
noticia que sana y salva,
sus gestos curativos manifiestan
que Dios es un Padre
bueno, que quiere que
nosotros sus hijos tengamos
salud integral y alcancemos
la felicidad.
Conclusión
No caben dudas de que
este es un “relato de misión”
que se inserta no sólo
en tiempos de Jesús sino
que apunta al trabajo de
evangelización de la Iglesia
de todos los tiempos.
Con Jesús, el Reino de
Dios se ha hecho presente,
éste implica una transformación
radical de los hombres,
de sus relaciones con
los demás, con Dios y con la
naturaleza. El mal, lo demoníaco
es vencido por Jesús,
el Santo de Dios, portador
de un poder que salva.
La Iglesia, continuadora
de la misión de Jesús, tiene
que seguir anunciando al
mundo con palabras y gestos
que el Reino de Dios actúa
en la historia aniquilando
todos los poderes que
oprimen a los hombres impidiéndoles
acceder a los
bienes de la vida ofreciéndoles
la cercanía de Dios
que es gozo y alegría que incluye
y fraterniza.
Hoy más que nunca
los cristianos estamos llamados
a sanar las heridas
de todos aquellos que han
quedado fuera de la mesa
de la vida, acercarnos haciéndolos
nuestro prójimo,
levantándolos, curando
sus heridas, dándoles consuelo
y protección. Entonces
sí, lo que anunciamos
será una luz de esperanza
para el mundo, y seguirá
sosteniendo la fe en el Señor
de la vida.