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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Marcos 6,7-13.

31/01/2018 23:29 El Evangelio
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Evangelio según San Marcos 6,7-13. Evangelio según San Marcos 6,7-13.

Entonces llamó a los Doce

y los envió de dos en dos, dándoles

poder sobre los espíritus

impuros.

Y les ordenó que no llevaran

para el camino más que un bastón;

ni pan, ni alforja, ni dinero;

que fueran calzados con sandalias,

y que no tuvieran dos túnicas.

Les dijo: “Permanezcan en

la casa donde les den alojamiento

hasta el momento de

partir.

Si no los reciben en un lugar

y la gente no los escucha, al salir

de allí, sacudan hasta el polvo

de sus pies, en testimonio

contra ellos”.

Entonces fueron a predicar,

exhortando a la conversión; expulsaron

a muchos demonios

y curaron a numerosos enfermos,

ungiéndolos con óleo.

Comentario

Del evangelio de hoy me

quedo con una paradoja. Jesús

envía a los Doce de dos en dos

como misioneros. Les pide que

no lleven encima casi nada, lo

cual nos deja desconcertados

a quienes nos sentimos aludidos

por ese mismo envío. Pero,

previamente, les había regalado

algo importantísimo: “poder

sobre los espíritus inmundos”.

Con sólo eso les era suficiente

para evangelizar.

Hoy le tendríamos que pedir

al Señor que nos conceda

a raudales ese extraño poder.

Lo exige la endeblez y flaqueza

de nuestros jadeantes esfuerzos

misioneros, tan tercamente

ineficaces. ¿De qué poder se

trata? ¿Con qué poder capacita

Jesús a los Doce? ¿Qué clase

de poder tenemos que pedir

a Dios para evangelizar hoy?

Lo evoca el mismo texto evangélico.

Es el poder de la comunión,

o sea, el ir siempre de dos

en dos. Su secreto consiste en

la facultad de ser amigos. La

amistad se asienta sobre todo

en la capacidad de hablar uno

con el otro. El lenguaje constituye

la irrupción de la forma

más elevada de comunión, cuya

cumbre es el silencio (no la mudez).

Nos la jugamos en eso de

aprender a escuchar y a hablar.

Por ese orden. El diálogo es un

poder que destroza los espíritus

inmundos del individualismo,

de la competitividad, del

particularismo, de la xenofobia.

Es el poder de la pobreza,

contrario a toda deificación de

los bienes y del dinero. De seminarista

había oído que “a los

misioneros nos envía la obediencia

y nos hace creíbles la

pobreza”. Pero la pobreza no es

nada si no se la “ve”. Ella modera

nuestros deseos sin límites,

cuya violencia puede llegar a

ser voraz y destructiva. Aniquila

ese maldito afán de “quererlo

todo, quererlo ya y quererlo al

precio que sea” cuyo exponente

primero es el consumismo y

la adicción que más desencadena

es el comprar. Es el poder

de la paz. Lo podemos traducir

en tantas expresiones: mansedumbre,

ternura, cordialidad,

empatía, serenidad... Lo de menos

es el nombre. Lo más importante

es luchar por esa paz.

Hemos sido enviados con capacidad

para irradiar la paz.

El lenguaje de la hostilidad,

de la acusación, del victimismo

y de la acepción deben haber

desaparecido de nuestras relaciones

y hábitos.

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