Hipólito Yrigoyen: el hombre del misterio, el primer presidente del voto universal Hipólito Yrigoyen: el hombre del misterio, el primer presidente del voto universal
Entre las grandes biografías escritas sobre
presidentes argentinos se encuentra “El
hombre del misterio”, la obra de Manuel
Gálvez sobre Hipólito Yrigoyen, que ya en su
título encontró una definición categórica e
indiscutible. Mucho se ha escrito, tanto en la
forma de ensayo político como sociológico,
o de panegírico, sobre el primer presidente
radical de la historia argentina, y es una coincidencia
que algunas condiciones y particularidades
de la forma de ser de Yrigoyen
lo conviertan en un hombre inescrutable, y
sobre todo, por su manejo de la palabra y de
los silencios.
Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús
Yrigoyen nace en un casona del barrio de
Balvanera, en Buenos Aires, el 12 de julio de
1852, en el hogar formado por el vasco francés
Martín Yrigoyen y la criolla Marcelina
Alen.
Eran tiempos de gran convulsión posteriores
a la derrota de Rosas en la batalla de
Caseros, por Urquiza, que queda demostrada
por el hecho de que cuando nace Hipólito
era gobernador el autor del Himno Nacional,
don Vicente López y Planes, pero al tiempo
de su bautismo en la iglesia de La Piedad,
tres meses después, ya habían pasado por el
cargo el propio Urquiza, Galán y Pinto.
La familia de Yrigoyen sufría entonces el
escarnio social debido a la pertenencia de su
abuelo materno Leandro Antonio Alen a la
Sociedad Popular Restauradora, la temible
“Mazorca” de Rosas, que lo llevó a la pena de
muerte por fusilamiento, aunque peor para
los parientes, fue el hecho del ahorcamiento
del cadáver, que se produjo hacia fines de
1853. Así fue que los Alen fueran señalados
al grito de “Son los hijos del ahorcado”.
Esta
circunstancia fue medular en el carácter de
Leandro, el sexto hijo de Leandro Antonio
y tío de Hipólito, que decidió más adelante,
cambiar la última letra de su apellido, n por
m, y colocar esa n entre su nombre y su apellido,
convirtiéndose en Leandro N. Alem.
Esa n no corresponde a ningún nombre, solo
a la memoria oculta del padre ejecutado.
Desde niño, Hipólito mostró un carácter
taciturno, reflexivo, silencioso y sobre todo
intimista. Esto lo acompañará hasta el fin de
sus días. También será perpetua en su vida
la dedicación a la cosa pública. Estudió en el
colegio San José, y luego pasó al América del
Sur.
Inició sus estudios de abogacía, y hasta
hoy se discute si los terminó. Se sabe que
no hizo su tesis pero una ley autorizó a graduarse
a quienes hubieran rendido todas las
materias. Yrigoyen lo hizo. Nunca ejerció la
abogacía salvo cuando acompañó a Alem en
su estudio jurídico. Su primer cargo público
fue ser comisario de Balvanera, en 1872. Más
adelante fue diputado provincial, hacia 1878.
En los fragores de la revolución de 1880,
encabezada por el gobernador de Buenos
Aires, Carlos Tejedor, para impedir la federalización
de la ciudad porteña, es elegido
diputado nacional, ejerciendo durante sólo
dos años.
La década del 80 lo verá consolidar
una fortuna, y llama la atención que
nunca llevó amigos a sus estancias, donde
solía compartir con sus peones las tareas
camperas y recluirse varias veces en su vida.
Compra su primera casa al 1600 de la calle
Victoria, que hoy lleva su nombre, y luego
se muda a la calle Brasil, frente a la estación
Constitución. Siempre vivió en forma austera
y como curiosidad al morir su sucesión no
dejó saldo. Se comprobó que había usado su
fortuna para la vida política.
La trayectoria de Hipólito Yrigoyen inicia
su camino hacia la cumbre cuando se produce
la revolución del Parque, durante la crisis
política y económica de 1890, que acabó con
el gobierno de Juárez Celman. Los combates
alrededor del Parque de Artillería fueron
feroces y la derrota militar de los sublevados
no impidió la consolidación de dos fuertes
sectores opositores: la vieja Unión Cívica
se dividió entre los seguidores de Bernardo
de Irigoyen y de Mitre, por un lado, y los de
Alem, junto a quién quedó su sobrino Hipólito,
fundando el radicalismo, que “se rompe,
pero no se dobla”. Nace en esos tiempos
la metodología del “Peludo”, sobrenombre
que lo acompañará para siempre y alude
a su capacidad de quedarse quieto ante los
conflictos y pasar desapercibido, tal como
hace el animal querible de las pampas.
Los radicales adoptaron el modelo del
partido demócrata de los Estados Unidos,
formado por comités y convenciones.
Esto
fue una modernización enorme del sistema
político de partidos del país. Luego, ante
la negativa de los gobiernos liberales que
iban mutando en conservadores de mejorar
el sistema electoral, Yrigoyen comenzó
una tradición que aún conserva su partido,
de reuniones, conciliábulos y negociaciones,
que lo ubicaron como el líder próximo que
los seguidores sentían cercano. Nadie vio venir
el imponente respaldo que Yrigoyen fue
consolidando con los años. Mientras tanto,
el radicalismo intentó, por medio de dos
revoluciones, llegar al poder.
En 1893 y en
1905 fracasaron, pero en el primer caso, el
liderazgo de Yrigoyen se consolidó, porque
con su estrategia, se logró tomar el gobierno
de la provincia de Buenos Aires. No sólo
era un caudillo a la vieja usanza, sino que
mostró sus ansias de poder. Luego propuso
la abstención hasta obtener el voto limpio, y
logró que el partido la sostuviera hasta 1912.
El presidente Roque Sáenz Peña propone
eliminar los vicios electorales. Es el primero
con quien se reúne Yrigoyen. Sáenz Peña le
ofrece dos ministerios para concretar las reformas.
El radicalismo no acepta, desconfiando.
Pero llegará 1912 y se promulgará la
ley del voto universal, secreto y obligatorio.
Los radicales se entusiasman, pero no su líder.
A regañadientes Yrigoyen acepta la participación
electoral, luego de casi veinte años
de abstención voluntaria y revolucionaria,
en los comicios para gobernador de Santa
Fe. Los radicales consagran a Manuel Menchaca
como el primer gobernador radical
de la historia. El único comentario que hace
Yrigoyen es: “Me venció el ensayo”.
Comenzaba
la carrera hacia la presidencia.
En marzo de 1916, se reúne la convención
radical, de la que no participa Hipólito Yrigoyen,
y que elige a Pelagio B. Luna para que
entreviste, en su casa, al líder y lo convenza
para ser candidato a la presidencia. Yrigoyen
se resiste, pero finalmente dicta su sentencia:
“Hagan de mí lo que quieran”. En abril gana
las elecciones sin holgura, ayudado el radicalismo
por la división de los conservadores.
La mayoría en el colegio electoral la logró con
el voto de los radicales santafecinos, que no
aceptaban su liderazago.
El 12 de octubre de
1916 juró el cargo ante la Asamblea Legislativa,
pero no leyó su discurso, como nunca lo
haría. Lo derivó a la secretaría parlamentaria
y es por eso que prácticamente no hay grabaciones
con su voz. El carruaje presidencial
fue tomado por el público, que desenganchó
los caballos y lo condujo a pulso hasta la Casa
Rosada. Allí, Victorino de la Plaza le entregó
los atributos. Es el primer caso de un traspaso
presidencial en el que el saliente no conocía
al entrante.
La Causa, como Yrigoyen llamaba al radicalismo,
había llegado al poder.
La Constitución
Nacional era su programa. Sin embargo,
la gestión de gobierno se vio dificultada
por el obstruccionismo legislativo de
los conservadores. Sus logros fueron importantes,
dado el contexto interno y externo en
que se desenvolvió su tarea. Siguiendo una
línea histórica, reafirmó la neutralidad en la
Primera Guerra Mundial, mostrando una
actitud decidida frente a las presiones de Inglaterra,
Alemania y Estados Unidos.
En la
Liga de las Naciones sostuvo la autodeterminación
de los pueblos, la igualdad de las naciones
y el repudio a la guerra, retirando a la
delegación argentina al no aceptarse estos
temperamentos. Ordenó saludar la bandera
dominicana, cuando la invasión de los Estados
Unidos, en ocasión del paso del crucero
9 de Julio frente a Santo Domingo, mientras
llevaba los restos de Amado Nervo a México.
Se creó Yacimientos Petrolíferos Fiscales,
aunque el mérito de elegir a Enrique
Mosconi como director fue de Alvear. Fomentó
el sindicalismo reformista. Instrumentó
la reforma universitaria, ejemplo de
gestión que aún rige en nuestro país y el continente,
que cumple un siglo este año.
En la
configuración de un régimen político de absoluta
limpieza electoral, no dudó en abusar
de las intervenciones federales. En el caso
de Santiago del Estero, la división entre los
radicales permitió el triunfo de José Cabanillas.
La amenaza de la intervención nunca
se concretó porque era necesaria la firma
de Ramón Gómez, ministro del Interior y el
candidato santiagueño derrotado por Cabanillas.
Yrigoyen tuvo la delicadeza de decidir
la intervención una vez que Cabanillas renunció
por enfermedad.
Es el tiempo en el
que se comienza a construir el puente metálico
entre Santiago y La Banda.
En los conflictos sociales, recurrió al ejército
para reprimir tres movimientos que fueron
paradigmáticos: la Semana Trágica, la
Patagonia Rebelde y la Forestal. Sin duda
los represores aprovecharon la amplitud e
imprecisión de las órdenes para imponer los
métodos que los sectores patronales buscaban
aplicar. Esto no elimina su responsabilidad
en los hechos.
José C. Crotto, quién como gobernador
de Buenos Aires permitió a los desocupados
a viajar en los trenes de carga, dándoles su
nombre hasta hoy.
Resultó ser el gran elector
de su sucesor. En ello está el germen del
antipersonalismo que prosperará durante la
presidencia de Alvear. Una vez entregado el
mando, se sumió en un voluntario ostracismo,
para no entorpecer el gobierno de su sucesor.
Sin embargo, la acción de sus seguidores
hizo necesaria su postulación para gobernar
el país una vez que terminara la gestión
de Alvear. La marginación de éste de las
luchas partidarias hizo más fácil su retorno.
Su triunfo electoral fue tan rotundo que
los radicales hablaron del “plebiscito”.
Al
morir el vicepresidente electo Francisco Beiró,
se recurrió al discutible método de convocar
nuevamente a los extinguidos colegios
electorales, de donde surgió el mandato de
Enrique Martínez. Vuelve a asumir la presidencia
el 12 de octubre de 1928. Su avanzada
edad, 76 años, y cierto deterioro intelectual,
sumados a la crisis provocada por la debacle
del capitalismo de 1929, no fueron ser compensados
por el predominio político del radicalismo.
Pero sobre todo no pudieron con
la convicción que los conservadores tenían
respecto de la imposibilidad de vencer la supremacía
electoral radical.
Comenzó a verse
a la revolución militar como el único camino
para una restauración conservadora. Es
el comienzo de la tragedia institucional argentina,
que llevará 53 años reparar.
El 6 de setiembre de 1930, acompañado
sólo por los cadetes del Colegio Militar y sus
instructores, entre ellos el capitán Juan Perón,
el general José Félix Uriburu tomó la
Casa Rosada y, en un episodio poco recordado,
le pidió a la Corte Suprema de Justicia
un fallo sobre la legitimidad de su gobierno,
al que llamó provisional. Dos días después,
la Corte estableció que nada obstaba para
el ejercicio del poder por los sublevados, “si
se respetan los derechos establecidos por la
Constitución”.
Esta gravísima contradicción
significó un desastre para el derecho argentino.
Yrigoyen fue puesto preso en la isla Martín
García, dudoso privilegio que lo une a
Frondizi, Perón y Alvear. Siguió con dedicación
las causas judiciales con las que lo persiguió
la dictadura de Uriburu. Luego del
triunfo radical en las elecciones de abril de
1931, que fueron anuladas por el gobierno, se
intentó su indulto, que él mismo rechazó, ya
que nunca se llegó a una sentencia. Fue liberado
para asistir al funeral de su hermana en
Buenos Aires. Nada pudo rescatar de su casa
saqueada. Pudo sobrevivir gracias a la solidaridad
de sus amigos y de sus seguidores.
Su muerte, en una casa que le prestaron
sus amigos, en Sarmiento casi esquina Carlos
Pellegrini, en el centro de Buenos Aires,
se produjo el 3 de julio de 1933. Tenía ochenta
años. El partido radical decidió hacer el velatorio
en el Comité Nacional, donde aún hoy
funciona, en la calle Alsina.
Fue multitudinario,
y más lo fue el cortejo fúnebre que llevó
sus restos mortales hasta el Cementerio de la
Recoleta. Fue una sorpresa para la sociedad
la popularidad de quien había sido sometido
a todo tipo de humillaciones y vejaciones.
Sus partidarios llevaron el ataúd en andas, a
lo largo de las cuadras que conducían hasta
el Cementerio de la Recoleta.
Su féretro, curiosamente, estaba pintado
de plateado, y fue sepultado en el Panteón
de los Revolucionarios del 90, la tumba
partidaria de los radicales. Vale aclarar que
este mausoleo posee la única escultura que
hay en la Argentina en homenaje a un civil
armado, junto a un soldado y un marinero:
los tres representan a los combatientes de
la revolución del Parque. Se puede observar
desde la puerta de la cripta algo único: los
ataúdes del fundador del partido, Alem; de
los presidentes Yrigoyen y Arturo Umberto
Illia.
Es llamativo que todos los mandatarios
radicales fallecidos se encuentran en la Recoleta,
ya que Alfonsín y Alvear está en sus
tumbas famiiares.
Su estatua, bastante minimalista, fue
ubicada en la Plaza Lavalle, escenario de la
revolución que dio origen al radicalismo.
Una de las calles que bordea la Plaza de Mayo
lleva su nombre y la estación de trenes de
la barriada obrera de Barracas también fue
bautizada Hipólito Yrigoyen. Queda para la
historia seguir desentrañando sus gestos silenciosos
para interpretarlos correctamente.
Queda para la memoria popular la acción de
un hombre para quien la cosa pública era su
vida. Queda para un capítulo aparte, la historia
de sus amores, de sus mujeres y de sus
hijos que es tan intensa que la abordaremos
más adelante. Vale recordar lo que dijo una
de sus parejas: “Hipólito me quiso mucho,
pero su verdadero amor era la política”.