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EL LIBERAL . Santiago

Hipólito Yrigoyen: el hombre del misterio, el primer presidente del voto universal

03/02/2018 21:39 Santiago
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Hipólito Yrigoyen: el hombre del misterio, el primer presidente del voto universal Hipólito Yrigoyen: el hombre del misterio, el primer presidente del voto universal

Entre las grandes biografías escritas sobre

presidentes argentinos se encuentra “El

hombre del misterio”, la obra de Manuel

Gálvez sobre Hipólito Yrigoyen, que ya en su

título encontró una definición categórica e

indiscutible. Mucho se ha escrito, tanto en la

forma de ensayo político como sociológico,

o de panegírico, sobre el primer presidente

radical de la historia argentina, y es una coincidencia

que algunas condiciones y particularidades

de la forma de ser de Yrigoyen

lo conviertan en un hombre inescrutable, y

sobre todo, por su manejo de la palabra y de

los silencios.

Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús

Yrigoyen nace en un casona del barrio de

Balvanera, en Buenos Aires, el 12 de julio de

1852, en el hogar formado por el vasco francés

Martín Yrigoyen y la criolla Marcelina

Alen.

Eran tiempos de gran convulsión posteriores

a la derrota de Rosas en la batalla de

Caseros, por Urquiza, que queda demostrada

por el hecho de que cuando nace Hipólito

era gobernador el autor del Himno Nacional,

don Vicente López y Planes, pero al tiempo

de su bautismo en la iglesia de La Piedad,

tres meses después, ya habían pasado por el

cargo el propio Urquiza, Galán y Pinto.

La familia de Yrigoyen sufría entonces el

escarnio social debido a la pertenencia de su

abuelo materno Leandro Antonio Alen a la

Sociedad Popular Restauradora, la temible

“Mazorca” de Rosas, que lo llevó a la pena de

muerte por fusilamiento, aunque peor para

los parientes, fue el hecho del ahorcamiento

del cadáver, que se produjo hacia fines de

1853. Así fue que los Alen fueran señalados

al grito de “Son los hijos del ahorcado”.

Esta

circunstancia fue medular en el carácter de

Leandro, el sexto hijo de Leandro Antonio

y tío de Hipólito, que decidió más adelante,

cambiar la última letra de su apellido, n por

m, y colocar esa n entre su nombre y su apellido,

convirtiéndose en Leandro N. Alem.

Esa n no corresponde a ningún nombre, solo

a la memoria oculta del padre ejecutado.

Desde niño, Hipólito mostró un carácter

taciturno, reflexivo, silencioso y sobre todo

intimista. Esto lo acompañará hasta el fin de

sus días. También será perpetua en su vida

la dedicación a la cosa pública. Estudió en el

colegio San José, y luego pasó al América del

Sur.

Inició sus estudios de abogacía, y hasta

hoy se discute si los terminó. Se sabe que

no hizo su tesis pero una ley autorizó a graduarse

a quienes hubieran rendido todas las

materias. Yrigoyen lo hizo. Nunca ejerció la

abogacía salvo cuando acompañó a Alem en

su estudio jurídico. Su primer cargo público

fue ser comisario de Balvanera, en 1872. Más

adelante fue diputado provincial, hacia 1878.

En los fragores de la revolución de 1880,

encabezada por el gobernador de Buenos

Aires, Carlos Tejedor, para impedir la federalización

de la ciudad porteña, es elegido

diputado nacional, ejerciendo durante sólo

dos años.

La década del 80 lo verá consolidar

una fortuna, y llama la atención que

nunca llevó amigos a sus estancias, donde

solía compartir con sus peones las tareas

camperas y recluirse varias veces en su vida.

Compra su primera casa al 1600 de la calle

Victoria, que hoy lleva su nombre, y luego

se muda a la calle Brasil, frente a la estación

Constitución. Siempre vivió en forma austera

y como curiosidad al morir su sucesión no

dejó saldo. Se comprobó que había usado su

fortuna para la vida política.

La trayectoria de Hipólito Yrigoyen inicia

su camino hacia la cumbre cuando se produce

la revolución del Parque, durante la crisis

política y económica de 1890, que acabó con

el gobierno de Juárez Celman. Los combates

alrededor del Parque de Artillería fueron

feroces y la derrota militar de los sublevados

no impidió la consolidación de dos fuertes

sectores opositores: la vieja Unión Cívica

se dividió entre los seguidores de Bernardo

de Irigoyen y de Mitre, por un lado, y los de

Alem, junto a quién quedó su sobrino Hipólito,

fundando el radicalismo, que “se rompe,

pero no se dobla”. Nace en esos tiempos

la metodología del “Peludo”, sobrenombre

que lo acompañará para siempre y alude

a su capacidad de quedarse quieto ante los

conflictos y pasar desapercibido, tal como

hace el animal querible de las pampas.

Los radicales adoptaron el modelo del

partido demócrata de los Estados Unidos,

formado por comités y convenciones.

Esto

fue una modernización enorme del sistema

político de partidos del país. Luego, ante

la negativa de los gobiernos liberales que

iban mutando en conservadores de mejorar

el sistema electoral, Yrigoyen comenzó

una tradición que aún conserva su partido,

de reuniones, conciliábulos y negociaciones,

que lo ubicaron como el líder próximo que

los seguidores sentían cercano. Nadie vio venir

el imponente respaldo que Yrigoyen fue

consolidando con los años. Mientras tanto,

el radicalismo intentó, por medio de dos

revoluciones, llegar al poder.

En 1893 y en

1905 fracasaron, pero en el primer caso, el

liderazgo de Yrigoyen se consolidó, porque

con su estrategia, se logró tomar el gobierno

de la provincia de Buenos Aires. No sólo

era un caudillo a la vieja usanza, sino que

mostró sus ansias de poder. Luego propuso

la abstención hasta obtener el voto limpio, y

logró que el partido la sostuviera hasta 1912.

El presidente Roque Sáenz Peña propone

eliminar los vicios electorales. Es el primero

con quien se reúne Yrigoyen. Sáenz Peña le

ofrece dos ministerios para concretar las reformas.

El radicalismo no acepta, desconfiando.

Pero llegará 1912 y se promulgará la

ley del voto universal, secreto y obligatorio.

Los radicales se entusiasman, pero no su líder.

A regañadientes Yrigoyen acepta la participación

electoral, luego de casi veinte años

de abstención voluntaria y revolucionaria,

en los comicios para gobernador de Santa

Fe. Los radicales consagran a Manuel Menchaca

como el primer gobernador radical

de la historia. El único comentario que hace

Yrigoyen es: “Me venció el ensayo”.

Comenzaba

la carrera hacia la presidencia.

En marzo de 1916, se reúne la convención

radical, de la que no participa Hipólito Yrigoyen,

y que elige a Pelagio B. Luna para que

entreviste, en su casa, al líder y lo convenza

para ser candidato a la presidencia. Yrigoyen

se resiste, pero finalmente dicta su sentencia:

“Hagan de mí lo que quieran”. En abril gana

las elecciones sin holgura, ayudado el radicalismo

por la división de los conservadores.

La mayoría en el colegio electoral la logró con

el voto de los radicales santafecinos, que no

aceptaban su liderazago.

El 12 de octubre de

1916 juró el cargo ante la Asamblea Legislativa,

pero no leyó su discurso, como nunca lo

haría. Lo derivó a la secretaría parlamentaria

y es por eso que prácticamente no hay grabaciones

con su voz. El carruaje presidencial

fue tomado por el público, que desenganchó

los caballos y lo condujo a pulso hasta la Casa

Rosada. Allí, Victorino de la Plaza le entregó

los atributos. Es el primer caso de un traspaso

presidencial en el que el saliente no conocía

al entrante.

La Causa, como Yrigoyen llamaba al radicalismo,

había llegado al poder.

La Constitución

Nacional era su programa. Sin embargo,

la gestión de gobierno se vio dificultada

por el obstruccionismo legislativo de

los conservadores. Sus logros fueron importantes,

dado el contexto interno y externo en

que se desenvolvió su tarea. Siguiendo una

línea histórica, reafirmó la neutralidad en la

Primera Guerra Mundial, mostrando una

actitud decidida frente a las presiones de Inglaterra,

Alemania y Estados Unidos.

En la

Liga de las Naciones sostuvo la autodeterminación

de los pueblos, la igualdad de las naciones

y el repudio a la guerra, retirando a la

delegación argentina al no aceptarse estos

temperamentos. Ordenó saludar la bandera

dominicana, cuando la invasión de los Estados

Unidos, en ocasión del paso del crucero

9 de Julio frente a Santo Domingo, mientras

llevaba los restos de Amado Nervo a México.

Se creó Yacimientos Petrolíferos Fiscales,

aunque el mérito de elegir a Enrique

Mosconi como director fue de Alvear. Fomentó

el sindicalismo reformista. Instrumentó

la reforma universitaria, ejemplo de

gestión que aún rige en nuestro país y el continente,

que cumple un siglo este año.

En la

configuración de un régimen político de absoluta

limpieza electoral, no dudó en abusar

de las intervenciones federales. En el caso

de Santiago del Estero, la división entre los

radicales permitió el triunfo de José Cabanillas.

La amenaza de la intervención nunca

se concretó porque era necesaria la firma

de Ramón Gómez, ministro del Interior y el

candidato santiagueño derrotado por Cabanillas.

Yrigoyen tuvo la delicadeza de decidir

la intervención una vez que Cabanillas renunció

por enfermedad.

Es el tiempo en el

que se comienza a construir el puente metálico

entre Santiago y La Banda.

En los conflictos sociales, recurrió al ejército

para reprimir tres movimientos que fueron

paradigmáticos: la Semana Trágica, la

Patagonia Rebelde y la Forestal. Sin duda

los represores aprovecharon la amplitud e

imprecisión de las órdenes para imponer los

métodos que los sectores patronales buscaban

aplicar. Esto no elimina su responsabilidad

en los hechos.

José C. Crotto, quién como gobernador

de Buenos Aires permitió a los desocupados

a viajar en los trenes de carga, dándoles su

nombre hasta hoy.

Resultó ser el gran elector

de su sucesor. En ello está el germen del

antipersonalismo que prosperará durante la

presidencia de Alvear. Una vez entregado el

mando, se sumió en un voluntario ostracismo,

para no entorpecer el gobierno de su sucesor.

Sin embargo, la acción de sus seguidores

hizo necesaria su postulación para gobernar

el país una vez que terminara la gestión

de Alvear. La marginación de éste de las

luchas partidarias hizo más fácil su retorno.

Su triunfo electoral fue tan rotundo que

los radicales hablaron del “plebiscito”.

Al

morir el vicepresidente electo Francisco Beiró,

se recurrió al discutible método de convocar

nuevamente a los extinguidos colegios

electorales, de donde surgió el mandato de

Enrique Martínez. Vuelve a asumir la presidencia

el 12 de octubre de 1928. Su avanzada

edad, 76 años, y cierto deterioro intelectual,

sumados a la crisis provocada por la debacle

del capitalismo de 1929, no fueron ser compensados

por el predominio político del radicalismo.

Pero sobre todo no pudieron con

la convicción que los conservadores tenían

respecto de la imposibilidad de vencer la supremacía

electoral radical.

Comenzó a verse

a la revolución militar como el único camino

para una restauración conservadora. Es

el comienzo de la tragedia institucional argentina,

que llevará 53 años reparar.

El 6 de setiembre de 1930, acompañado

sólo por los cadetes del Colegio Militar y sus

instructores, entre ellos el capitán Juan Perón,

el general José Félix Uriburu tomó la

Casa Rosada y, en un episodio poco recordado,

le pidió a la Corte Suprema de Justicia

un fallo sobre la legitimidad de su gobierno,

al que llamó provisional. Dos días después,

la Corte estableció que nada obstaba para

el ejercicio del poder por los sublevados, “si

se respetan los derechos establecidos por la

Constitución”.

Esta gravísima contradicción

significó un desastre para el derecho argentino.

Yrigoyen fue puesto preso en la isla Martín

García, dudoso privilegio que lo une a

Frondizi, Perón y Alvear. Siguió con dedicación

las causas judiciales con las que lo persiguió

la dictadura de Uriburu. Luego del

triunfo radical en las elecciones de abril de

1931, que fueron anuladas por el gobierno, se

intentó su indulto, que él mismo rechazó, ya

que nunca se llegó a una sentencia. Fue liberado

para asistir al funeral de su hermana en

Buenos Aires. Nada pudo rescatar de su casa

saqueada. Pudo sobrevivir gracias a la solidaridad

de sus amigos y de sus seguidores.

Su muerte, en una casa que le prestaron

sus amigos, en Sarmiento casi esquina Carlos

Pellegrini, en el centro de Buenos Aires,

se produjo el 3 de julio de 1933. Tenía ochenta

años. El partido radical decidió hacer el velatorio

en el Comité Nacional, donde aún hoy

funciona, en la calle Alsina.

Fue multitudinario,

y más lo fue el cortejo fúnebre que llevó

sus restos mortales hasta el Cementerio de la

Recoleta. Fue una sorpresa para la sociedad

la popularidad de quien había sido sometido

a todo tipo de humillaciones y vejaciones.

Sus partidarios llevaron el ataúd en andas, a

lo largo de las cuadras que conducían hasta

el Cementerio de la Recoleta.

Su féretro, curiosamente, estaba pintado

de plateado, y fue sepultado en el Panteón

de los Revolucionarios del 90, la tumba

partidaria de los radicales. Vale aclarar que

este mausoleo posee la única escultura que

hay en la Argentina en homenaje a un civil

armado, junto a un soldado y un marinero:

los tres representan a los combatientes de

la revolución del Parque. Se puede observar

desde la puerta de la cripta algo único: los

ataúdes del fundador del partido, Alem; de

los presidentes Yrigoyen y Arturo Umberto

Illia.

Es llamativo que todos los mandatarios

radicales fallecidos se encuentran en la Recoleta,

ya que Alfonsín y Alvear está en sus

tumbas famiiares.

Su estatua, bastante minimalista, fue

ubicada en la Plaza Lavalle, escenario de la

revolución que dio origen al radicalismo.

Una de las calles que bordea la Plaza de Mayo

lleva su nombre y la estación de trenes de

la barriada obrera de Barracas también fue

bautizada Hipólito Yrigoyen. Queda para la

historia seguir desentrañando sus gestos silenciosos

para interpretarlos correctamente.

Queda para la memoria popular la acción de

un hombre para quien la cosa pública era su

vida. Queda para un capítulo aparte, la historia

de sus amores, de sus mujeres y de sus

hijos que es tan intensa que la abordaremos

más adelante. Vale recordar lo que dijo una

de sus parejas: “Hipólito me quiso mucho,

pero su verdadero amor era la política”.

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