La mansedumbre La mansedumbre
virtud de la Iglesia, que ha salido
del corazón de Jesús, ya que
él la ha vivido: la mansedumbre.
Jesús decía a sus discípulos:
“Vengan a mí los que van cansados,
llevando pesadas cargas,
que yo los aliviaré. Carguen con
mi yugo y aprendan de mí que
soy paciente y humilde de corazón,
y sobre todo soy manso. En
su calma encontrarán el descanso,
pues mi yugo es suave y mi
carga liviana”.
La mansedumbre es una virtud
que da la posibilidad a muchas
personas de controlar sus
impulsos y todo lo que hay adentro
para poder tener una buena
relación con los demás.
La mansedumbre es una fuerza
interior y una enorme convicción
para enfrentar situaciones
difíciles o adversas sin recurrir a
la violencia o caer presa de sentimientos,
cólera y rencor. Con
todo lo que vivimos hoy, como la
libertad, la violencia, el orgullo,
como cristianos debemos imitar
a Jesús manso. A él que ha
aceptado cumplir la voluntad de
Dios.
La mansedumbre nos ayuda
a desarrollar el autodominio
y a fortalecer nuestra condición
personal y espiritual.
Felices los manso porque recibirán
la tierra y la herencia”,
son la bienaventuranza de Jesús.
Mateo 5.5.
Jesús acepta cumplir esa voluntad
para salvar la humanidad.
Jesús no acepta por debilidad,
sino porque tiene la misión
de dar la posibilidad a la humanidad
de vivir en la salvación.
La mansedumbre se gana con
la lucha diaria contra uno mismo.
Es la virtud de los pacíficos,
que son valientes sin violencia,
que son fuertes sin ser duros.
A veces pensamos que las
personas que viven de esa manera
no tienen carácter o la posibilidad
de decir “no”, y por eso hay
que ir en contra. Pero no es así.
Jesús ha venido para enseñarnos
la no violencia, para mostrar
que es posible hoy vivir con paz,
vivir nuestras relaciones con los
demás sin buscar enfrentamiento
generando violencia en los
otros.
Hoy necesitamos esa virtud
en nuestras relaciones para
dar testimonio de ese Dios que
nos ama. Sin esa virtud podemos
cometer muchas cosas, demostrando
lo contrario. Hay que
mostrar la verdadera imagen de
Dios, que es un Dios manso, misericordioso,
de paz.
Hay que saber que esa virtud
es el fruto del Espíritu Santo.
Debemos dar testimonio de eso.
Y sobre todo debemos pensar
que Dios está con nosotros, que
siempre nos da la posibilidad de
actuar.
San Pablo, hablando a los colosenses
dice: “Pónganse pues el
vestido que conviene a los elegidos
de Dios. Sus santos muy
queridos, la compasión, la ternura,
la bondad, la humildad, la
mansedumbre, la paciencia”.
Entonces, nuestras relaciones
no pueden dejar de lado esas
virtudes, para poder perdonarnos
y vivir como elegidos.
Sopór t ens e y pe rdónense
unos a los otros, si uno tiene
motivo de quejas. Como el Señor
los perdonó a su vez hagan ustedes
lo mismo. Por encima de esa
vestidura pongan como cinturón
el amor para que el conjunto sea
perfecto.
Así es como debemos vivir
hoy en nuestras familias. Hoy
hablamos de violencia de género,
de violencia en la familia. Pidamos
hoy a Cristo su fuerza,
que nos ayude a poner en práctica
esa virtud en nuestras relaciones.
Nuestro mundo y nuestra
familia lo necesitan para vivir
en paz.
Que Dios aleje todo lo que es
convicción y el espíritu orgulloso;
que dejemos toda la vanidad
y lo que nos haga vivir la
venganza sin perdonar. Cuando
no hay perdón podemos experimentar
la venganza como poder.
Nuestra Madre ha dejado todo
para estar al servicio de Dios
y de la humanidad. Que Ella nos
ayude en nuestro camino hacia
el destino final para dar testimonio
como Ella lo hizo con paciencia,
paz y sobre todo con serenidad.
Que nuestro mundo llegue a
aceptar y vivir esa virtud, por el
bien de todos.
Amén.