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EL LIBERAL . Santiago

Un testimonio de entrega y vocación al servicio de los niños

24/03/2018 23:33 Santiago
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Un testimonio de entrega y vocación al servicio de los niños Un testimonio de entrega y vocación al servicio de los niños

La disciplina y el respeto mutuo en el aula fueron quizá la mejor escuela que don Oscar Alberto Sayago supo cultivar a lo largo de su vida como docente rural.

Allí donde todo parece estar lejos, la cercanía de los afectos representó la mejor retribución como aprendizaje.

“He aprendido mucho de la gente del campo, algo que supe devolverlo en cuestiones formativas a los hijos de los pobladores”, asiente don Oscar, al reconocer que la función del maestro rural “es un trabajo muy amplio, y no apunta solamente a erradicar la ignorancia, sino a brindar muchas cosas que apunten a mejorar la vida en comunidad”.

Es por eso que en su vocación de enseñar, también estudian de manera compartida fue uno de sus grandes desafíos que como docente aprendió de los lugares donde dejó su enseñanza, sostenido también por un amplio trabajo comunitario y social muy fuerte que lo vinculó con los padres de sus alumnos. “Esta es una profesión de vocación, así me enseñaron. Ser docente te da la posibilidad de vivir siempre con lo justo, con lo suficiente para tu familia, una tarea noble que tiene sus frutos en los alumnos”, apuntó.

Entre 1978 y 1982 se desempeñó como maestro rural en la localidad de El Palmar, departamento Aguirre; Percas, departamento Avellaneda; en La Verde, departamento San Martin y en La Costosa departamento Jiménez, llegando a terminar su carrera docente en la ciudad de Fernández.

“La gente tiene un enorme respeto y confianza hacia el maestro, y eso es algo que uno debe retribuirlo con la enseñanza y los valores para que los niños lo internalicen. El niño del campo es un alumno muy obediente y atento, y con orden y disciplina se pueden lograr grandes cosas para

ellos”, reconoce, a pesar de las limitaciones de las herramientas para transmitir esa enseñanza que de una u otra manera, pudo consumarse con la palabra y la transmisión de los saberes.

CURAR A LA MANERA DEL CAMPO

Hoy, a sus 67 años, afincado en la ciudad de Fernández, don Oscar (docente jubilado), rememora algunos hábitos que tuvo incorporar en su paso por la docencia, quizás aprendido desde pequeño en su breve paso por la ciudad de Lugones (Avellaneda), y recurrir a la medicina natural, aprendida de antiguas prácticas familiares, todavía muy bien conservadas en la vida del campo santiagueño.

“Cuando un niño se golpeaba después de jugar, le frotaba en la zona del golpe con talco o maicena, y salían contentos con la “curación” que le había hecho el maestro, pero si era algo más grave recurría a mi botiquín”, explica. También, al recurrente dolor de cabeza lo curaba a su manera: “Les pedía que se detengan y que retrocedan caminando, y de esa manera se desenvolvían las tensiones y se aliviaba el dolor”, relata entre otras técnicas comunes.

LOS TíPICOS JUEGOS

La tierna recreación que en su tiempo libre disfrutaban los más pequeños, obliga consultar a don Sayago por aquellos juegos que eran tan comunes entre ellos, que quizás muchos de esos entretenimientos tengan vigencia. La piyadita, el juego del potro, las bolitas y el trompo elaborado artesanalmente con palo de chañar que era lanzado al piso de tierra, formaron parte de la alegría de los niños del campo. “Yo llevaba unas cañas para hacer barriletes, especialmente en el Día del Niño para alegrar sus días”, comenta don Oscar. 

En las horas de clases, los niños aprendían la lección en castellano, aunque al quichua “lo utilizaban en el recreo, porque se inhibían de hablarlo delante del maestro. Pero sí recuerdo que hablaban en  su lengua al jugar y hasta se retaban entre ellos en quichua”, comenta, entre tantas anécdotas.

EL USO DEL QUICHUA

Al igual que en muchos lugares de la provincia donde persiste la lengua quichua, por muchos años, el hablante sufrió el tener que ocultar el uso de su dialecto materno, por eso es que el maestro rural advierte que aquellos pequeños alumnos “se soltaban jugando en el recreo para hablar en quichua”.

“Con guitarra, bombo y acordeón, a la gente del campo le alegras su vida”, resalta don Oscar Sayago, sobre aquellas tradicionales juntadas en el pueblo que permiten lograr la integración de los niños y la familia con la escuela y las costumbres pueblerinas.

Y así rememora algunas viviendas aprendidas en la localidad El Verde, donde sus pequeños alumnos fueron los grandes protagonistas, y así pudo advertir el talento musical de los hermanos “Gera” y ángel More, a quien les enseñaba a cantar temas folclóricos siendo niños, y que hoy continúan abrazando la música, alegrando los bailes de los pueblos. “La música une a los chicos y a los grandes, porque es el denominador común entre ellos, porque es además una herramienta formativa”, señala.

Así como Oscar, los maestros rurales son los referentes indiscutibles de los niños del campo, pero también de sus familias, que siempre guardan gratos recuerdos de momentos compartidos entre la educación y la inocencia de la felicidad.

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