La imaginación en TENSIóN NARRATIVA La imaginación en TENSIóN NARRATIVA
Su amiga Leila Guerriero
había sentenciado que “un periodista
que no lee, es lo mismo
que un carnicero a quien le
da asco la carne”. Desde adolescente,
Federico Bianchini se
inmiscuyó en el ámbito literario,
hasta que vio en el periodismo
“una opción” para que
le paguen por escribir.
Un cronista nato que no
descuida las herramientas básicas
de la narrativa para contar
una historia, sabe meterse
de lleno a esas aventuras de
consecuencias azarosas. Aprovechando
su visita a Santiago,
Federico dictó en la Unse un
taller intensivo de herramientas
narrativas para profesionales,
estudiantes de periodismo
y de comunicación social.
En diálogo con EL LIBERAL,
el escritor habló de su faceta
de cronista en el periodismo
y la ficción, el experimento
de la creatividad narrativa y el
uso de las herramientas que se
utilizan en la ficción para poder
contar una historia verosímil.
También, contó acerca
del crowdfunding o financiamiento
colectivo, para poder
publicar sus libros, una herramienta
que habilita internet,
y que exige que los que solicitan
el apoyo financiero ofrezcan,
a cambio, determinadas
“recompensas” según el aporte
realizado. Pero además de todo
eso, Bianchini presentó en
Santiago del Estero su primer
trabajo de cuentos “Personajes
Secundarios” (El bien del Sauce
edita), y para hablar de “qué
pasa cuando los periodistas escriben
ficción”.
¿Cuál es el material del
que te nutriste para armar
los cuentos de “Personajes
Secundarios”?
-Este libro “Personajes secundarios”
lo vine escribiendo
hace mucho tiempo. En
realidad, empecé escribiendo
ficción y en un momento,
me puse a pensar cómo podía
hacer para vivir de la ficción
y me di cuenta que era
muy complejo. Entonces vi
en el periodismo una manera
de acercarme a la escritura
de manera rentable. Paralelamente
escribía cuentos, hasta
que empecé a publicar crónicas,
y me acerco aplicando las
herramientas de la ficción al
periodismo, y después se generó
una cuestión de publicar
libros de crónicas y aparecieron
interesantes temas
que fueron tratados en “Antártida,
25 días encerrado en
el hielo” (Tusquets) y “Cuerpos
al límite” (Aguilar) y ahora
“Personajes Secundarios”.
¿Hasta dónde llega tu
libertad narrativa? ¿Empleas
las mismas herramientas
narrativas en la
crónica y en el cuento o
van por caminos distintos?
-Yo siempre hablo de la
analogía de un carpintero que
tiene que hacer una mesa o un
adorno. La crónica sería la mesa,
de ahí lo que se utiliza como
materia prima: la madera, el
hierro, martillo y demás herramientas.
Ahora, la intención y
el procedimiento son diferentes.
Hay muchas similitudes
en cuanto a lo que hacemos
hay que trabajar con palabras
en ambos casos, sin embargo,
son como dos juegos distintos
con reglas diferentes. Cuando
uno escribe ficción o hace periodismo,
la materia prima siguen
siendo las palabras, y las
herramientas retóricas que
se emplean en uno u otro caso,
son iguales. En la ficción,
lo que uno busca es construir
un verosímil, y que de alguna
manera las palabras desaparezcan,
y lo que se genere con
ese artificio narrativo, sea una
historia que se mete en la cabeza
del lector. En cambio en la
crónica, lo verosímil está dado.
Ya se sabe lo que sucedió y lo
que hay que hacer es otra cosa,
porque incluso el lector ya tiene
alguna noción previa de un
determinado hecho, porque lo
vio en alguna agencia de noticas
o porque es un tema conocido,
y entonces con la crónica
lo que se hace es una visita más
profunda a ese tema. Son distintos
juegos, pero interesantes
al fin.
Al tener una base de
lectura amplia y con cierto
entrenamiento de escritura,
pareciera ser más
fácil volcar tu experiencia
de narrar una historia al
mundo del periodismo, lo
cual explica la importancia
de leer siempre…
-Justamente esto tiene que
ver con la lectura. Muchas veces
me pasa en el taller con algún
alumno que quiere contar
un hecho en su crónica con frases
hechas y trilladas. Siempre
pregunto qué autor les gusta
leer y pido que lean algún texto
para saber cómo contarlo. Esto
tiene mucho que ver con la
representación de la crónica,
que a veces alguien dice “esto
es poético”, y no sé si es así,
en todo caso, esa persona cree
que es poético.
En Santiago es posible
advertir jóvenes que están
aportando otro estilo de
narrar y contar historias
desde la crónica, ¿vos como
te relacionas con tus
alumnos o jóvenes que recién
se vuelcan en el periodismo?
-Me hiciste acordar un caso
particular con mi hija de 7
meses. Cuando le hablo y, la
manera en que le cuento algo,
es impresionante como ella,
cuando hago una pausa, o pongo
un quiebre en el tono de voz,
su atención aumenta. Y esto
tiene que ver con que nosotros
desde muy chicos, aprendemos
a través de relatos, entonces
si a esa persona le interesa
construir un relato en el sentido
más neutro de la palabra,
como cualquier texto periodístico
que no deja de ser un relato,
me parece que es importante
la lectura. También es una
cuestión muy personal, y no
se puede obligar a alguien que
lea. Cuando doy un taller, digo:
“Leí un texto que me explotó
la cabeza, se los mando y si
pueden, lo leen…”, y así lo leen
muchos, y no vas en contra de
ellos, como obligándolos, pero
sí generas mayor curiosidad.
Siempre destacas que
hacer crónicas es una excusa
para vivir las experiencias,
para estar atento
de esos pequeños detalles
que van a enriquecer
nuestro trabajo…
- Eso es una cosa interesante,
pero también lo está quizá
al buscarlo en la nota cotidiana
en algo que uno cubre todo
el tiempo, cuando decides
ver el lado particular de las cosas.
A lo mejor, el recepcionista
de la Casa de Gobierno, sea
un personaje secundario para
muchos, pero para un periodista
puede ser un protagonista
de historias interesantes,
por qué no.
¿Qué lugar ocupa Abelardo
Castillo en tu formación
literaria?
-Hice varios años de taller
con él, y la verdad que fue
un hombre de una lucidez impresionante,
era una persona
que invitaba mucho a la lectura.
Hay muchos talleristas que
lo que hacen es decirte cómo
resolverían ellos un texto, pero
eso no es una ayuda, porque
eso, se dice en función de
criterios que el otro no tiene.
Abelardo hacía preguntas de
por qué había tomado tal decisión.
A fin de cuentas, una cosa
muy importante en la construcción
de un texto, es que cada
palabra o frase esté decidida.
Es decir que el comienzo
de un texto sea claro, está decidido
en función de lo que está
en el medio y lo que viene
en el final. Lo importante es lo
que uno decida, en función de
todo lo que quiere contar y tener
claro a lo largo de lo que
está escribiendo. Lo que tomo
de Abelardo es que era muy incisivo,
puntual y reflexivo en
torno al texto del otro. Ahora
en febrero salen los diarios de
Abelardo que es como otra faceta
de este gran escritor, más
allá de los cuentos y novelas,
ya que su faceta ensayística es
más que interesante.
¿Cómo te fue con la experiencia
de crowdfunding?
-Lo interesante y lo que se
recomienda cuando uno hace
un crowdfunding (micromecenazgo),
es generar una comunidad
y destinatarios de lo que
uno busca hacer. La idea del
crowdfunding no es que sea un
mecenazgo como el de siglos
atrás, donde alguien ponía plata
en función de lo que el otro
quisiera que se haga, sino que
alguien pone plata a cambio de
recibir otra cosa. Entonces, la
recompensa más barata es que
aparezca el nombre de quien
colaboró al final de la página
del libro. Después le regalamos
un libro, también una foto
ampliada de la tapa, y así sucesivamente.
Cuando yo lo hice,
no tenía muchas expectativas,
y finalmente fue buena la
experiencia del trabajo.
Vos popularizaste una
frase de Fogwill que dice
“Para escribir bien
hay que saber mentirse y
mentir a los demás” ¿cómo
lo interpretaste?
-Fogwill era un personaje.
Más allá de que su literatura
era seria. Alrededor de eso,
él generaba una especie de maquinaria
de prensa y escenas
todo el tiempo. Lo que me pasó
en esa pileta (donde le hizo
una nota para Anfibia) y
que incluso en la crónica, el tipo
buscaba generar un especie
de escena para que lo cuente el
otro. Yo creo que era un personaje
muy histriónico y tenía
una veta muy actoral en todo
lo que estaba fuera de su escritura.
Me parece que esto implica
un trabajo de paciencia y de
simpatía, y de conseguir que el
otro te permita acompañarlo,
estar cerca sin molestar al otro,
pero sí estar lo suficientemente
cerca para poder ir viendo
todos los detalles que te permiten
construir una nota.