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EL LIBERAL . Santiago

Mama Antula, la santa santiagueña

06/10/2018 21:28 Santiago
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Mama Antula, la santa santiagueña Mama Antula, la santa santiagueña

El relato histórico de los argentinos,

por alguna razón

ideológica y sobre todo por

alguna explicación no muy

clara, ha sido injusto con los

personajes vinculados a la

religión, ya desde los tiempos

coloniales.

Sin duda, con

la llegada del imperio español

a América, desde el primer viaje de Cristóbal

Colón en 1492, se produce un hecho notable

como fue el mandato que se dieron a sí mismos

los reyes católicos Fernando e Isabel y sus sucesores,

de acompañar el proceso de transculturación

que se produjo en el encuentro, muchas veces

traumático, entre las poblaciones que habitaban

el nuevo mundo y los europeos, con la imposición

de la fe católica.

Esta decisión política iba a convertir la organización

estatal española en nuestro continente

en una compleja trama de instituciones seculares

y religiosas, que en general actuaron en consenso,

aunque en determinados momentos fueron

fuente de discordia y conflictos que alcanzaron

un nivel de violencia insólito, siendo el más

paradigmático de esos episodios de disputa, la

expulsión de la Compañía de Jesús, la orden religiosa

mejor organizada de aquellos años, por

su mala relación con virreyes y obispos en la

América española, en 1767.

Por esos tiempos surge la figura de una mujer

extraordinaria, María Antonia de Paz y Figueroa.

Encarar una modesta biografía de esta

mujer es una tarea que entusiasma y viene a

combatir el olvido metódico de las grandes mujeres

de fe, hecho que constituye una curiosa

omisión que trataremos de corregir, sin la ambición

de hacerlo con toda justicia.

NACIMIENTO Y JUVENTUD

María Antonia nace en 1730 en el seno de

una familia tradicional de Santiago del Estero,

la más antigua fundación española (1553) y sede

del primer obispado (entre 1570 y 1699) en

el actual territorio argentino.

Desde su infancia

mostró una indudable vocación por lo religioso,

y era fiel de la iglesia de los jesuitas en la “Madre

de Ciudades”. Desde su primera juventud,

colaboró con los sacerdotes que realizaban los

ejercicios espirituales siguiendo las enseñanzas

de San Ignacio de Loyola. María Antonia reunía

a las jóvenes de Santiago, para participar

de las actividades vinculadas a la promoción de

los ejercicios.

Esta tarea la realizó durante veinte

años, por lo que era habitualmente llamada,

junto a sus compañeras, “beata”.

La expulsión de los jesuitas, en 1767, cerró

bruscamente esa etapa de su vida. Pero María

Antonia, que contaba con 37 años, consiguió

que el fraile Diego Toro asumiera la predicación

y realizara las confesiones de quienes realizaran

los ejercicios espirituales, ya sin la dirección de

los jesuitas.

Este grupo de mujeres siguió ocupándose

de las tareas que hacían posible el alojamiento

de los ejercitantes y de todo lo necesario

para que no se dejaran de realizar los ejercicios

en Santiago.

A mediados de la década de 1770, en los

tiempos de la fundación del Virreinato del Río

de la Plata, su fama de santidad había llegado a

Salta, Jujuy, Tucumán, Catamarca y La Rioja, y

ya era conocida como “Mamá Antula”. Comenzó

entonces peregrinaciones hacia aquellos lugares

donde era solicitada para organizar ejercicios

espirituales, caminatas que se caracterizaban

por hacerlas sola, descalza y confiando en la

mano de Dios, ya que vivía gracias a la generosidad

de las personas con las que tenía contacto en

esos viajes.

Un cálculo conservador señala que fueron

centenares los ejercicios guiados por esta mujer

en el actual territorio del noroeste argentino.

Eran los tiempos de los obispos cordobeses

Manuel de Abad e Illanar, Juan Manuel Moscoso

y Peralta y José Campos Julián. Su fe en Dios

era inconmensurable y asignaba todas sus acciones,

padecimientos y alegrías a la voluntad

divina. Cuando enfrentaba enfermedades, atribuía

sus curaciones a Dios. Se conservan cartas

en las que Mama Antula dice: “Me encomendé al

Sagrado Corazón y me encontré curada pronto,

sin ningún remedio”, y más adelante: “Pero fui

curada una y otra vez por una mano invisible”.

VIAJE A CóRDOBA

El centro de la vida de los jesuitas en el territorio

que luego se iba a convertir en el Virreinato

del Río de la Plata era Córdoba. Una de las razones

para la creación de la nueva jurisdicción fue

la necesidad de imponer orden en el gigantesco

caos en que se sumieron las estancias, las misiones

y los colegios jesuíticos. Por eso la llegada de

Mama Antula a la sede del obispado del Tucumán

(Córdoba) fue muy bien recibida y en poco

tiempo organizó tandas de ejercitantes, algunas

de ellas de doscientos y hasta trescientos fieles.

Toda la organización económica de estos

ejercicios espirituales, como el alojamiento y las

comidas, corría por cuenta de Sor María Antonia,

quien conseguía lo necesario a través de las

limosnas. Pero además los sobrantes de dinero

le permitían dedicarse a los pobres, que vivían

más allá de La Cañada, y de los presos.

Al tiempo,

hacia 1780 decide viajar a Buenos Aires, para

seguir adelante con su tarea espiritual. En cada

población en la que organizara los ejercicios,

Mama Antula conseguía jóvenes mujeres que se

incorporaban a lo que iba a terminar siendo una

congregación religiosa, a la que llamó “Hijas del

Divino Salvador”.

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