Mama Antula, la santa santiagueña Mama Antula, la santa santiagueña
El relato histórico de los argentinos,
por alguna razón
ideológica y sobre todo por
alguna explicación no muy
clara, ha sido injusto con los
personajes vinculados a la
religión, ya desde los tiempos
coloniales.
Sin duda, con
la llegada del imperio español
a América, desde el primer viaje de Cristóbal
Colón en 1492, se produce un hecho notable
como fue el mandato que se dieron a sí mismos
los reyes católicos Fernando e Isabel y sus sucesores,
de acompañar el proceso de transculturación
que se produjo en el encuentro, muchas veces
traumático, entre las poblaciones que habitaban
el nuevo mundo y los europeos, con la imposición
de la fe católica.
Esta decisión política iba a convertir la organización
estatal española en nuestro continente
en una compleja trama de instituciones seculares
y religiosas, que en general actuaron en consenso,
aunque en determinados momentos fueron
fuente de discordia y conflictos que alcanzaron
un nivel de violencia insólito, siendo el más
paradigmático de esos episodios de disputa, la
expulsión de la Compañía de Jesús, la orden religiosa
mejor organizada de aquellos años, por
su mala relación con virreyes y obispos en la
América española, en 1767.
Por esos tiempos surge la figura de una mujer
extraordinaria, María Antonia de Paz y Figueroa.
Encarar una modesta biografía de esta
mujer es una tarea que entusiasma y viene a
combatir el olvido metódico de las grandes mujeres
de fe, hecho que constituye una curiosa
omisión que trataremos de corregir, sin la ambición
de hacerlo con toda justicia.
NACIMIENTO Y JUVENTUD
María Antonia nace en 1730 en el seno de
una familia tradicional de Santiago del Estero,
la más antigua fundación española (1553) y sede
del primer obispado (entre 1570 y 1699) en
el actual territorio argentino.
Desde su infancia
mostró una indudable vocación por lo religioso,
y era fiel de la iglesia de los jesuitas en la “Madre
de Ciudades”. Desde su primera juventud,
colaboró con los sacerdotes que realizaban los
ejercicios espirituales siguiendo las enseñanzas
de San Ignacio de Loyola. María Antonia reunía
a las jóvenes de Santiago, para participar
de las actividades vinculadas a la promoción de
los ejercicios.
Esta tarea la realizó durante veinte
años, por lo que era habitualmente llamada,
junto a sus compañeras, “beata”.
La expulsión de los jesuitas, en 1767, cerró
bruscamente esa etapa de su vida. Pero María
Antonia, que contaba con 37 años, consiguió
que el fraile Diego Toro asumiera la predicación
y realizara las confesiones de quienes realizaran
los ejercicios espirituales, ya sin la dirección de
los jesuitas.
Este grupo de mujeres siguió ocupándose
de las tareas que hacían posible el alojamiento
de los ejercitantes y de todo lo necesario
para que no se dejaran de realizar los ejercicios
en Santiago.
A mediados de la década de 1770, en los
tiempos de la fundación del Virreinato del Río
de la Plata, su fama de santidad había llegado a
Salta, Jujuy, Tucumán, Catamarca y La Rioja, y
ya era conocida como “Mamá Antula”. Comenzó
entonces peregrinaciones hacia aquellos lugares
donde era solicitada para organizar ejercicios
espirituales, caminatas que se caracterizaban
por hacerlas sola, descalza y confiando en la
mano de Dios, ya que vivía gracias a la generosidad
de las personas con las que tenía contacto en
esos viajes.
Un cálculo conservador señala que fueron
centenares los ejercicios guiados por esta mujer
en el actual territorio del noroeste argentino.
Eran los tiempos de los obispos cordobeses
Manuel de Abad e Illanar, Juan Manuel Moscoso
y Peralta y José Campos Julián. Su fe en Dios
era inconmensurable y asignaba todas sus acciones,
padecimientos y alegrías a la voluntad
divina. Cuando enfrentaba enfermedades, atribuía
sus curaciones a Dios. Se conservan cartas
en las que Mama Antula dice: “Me encomendé al
Sagrado Corazón y me encontré curada pronto,
sin ningún remedio”, y más adelante: “Pero fui
curada una y otra vez por una mano invisible”.
VIAJE A CóRDOBA
El centro de la vida de los jesuitas en el territorio
que luego se iba a convertir en el Virreinato
del Río de la Plata era Córdoba. Una de las razones
para la creación de la nueva jurisdicción fue
la necesidad de imponer orden en el gigantesco
caos en que se sumieron las estancias, las misiones
y los colegios jesuíticos. Por eso la llegada de
Mama Antula a la sede del obispado del Tucumán
(Córdoba) fue muy bien recibida y en poco
tiempo organizó tandas de ejercitantes, algunas
de ellas de doscientos y hasta trescientos fieles.
Toda la organización económica de estos
ejercicios espirituales, como el alojamiento y las
comidas, corría por cuenta de Sor María Antonia,
quien conseguía lo necesario a través de las
limosnas. Pero además los sobrantes de dinero
le permitían dedicarse a los pobres, que vivían
más allá de La Cañada, y de los presos.
Al tiempo,
hacia 1780 decide viajar a Buenos Aires, para
seguir adelante con su tarea espiritual. En cada
población en la que organizara los ejercicios,
Mama Antula conseguía jóvenes mujeres que se
incorporaban a lo que iba a terminar siendo una
congregación religiosa, a la que llamó “Hijas del
Divino Salvador”.