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EL LIBERAL . El Evangelio

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (20,2-8)

26/12/2018 22:04 El Evangelio
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Lectura del Santo Evangelio según San Juan (20,2-8) Lectura del Santo Evangelio según San Juan (20,2-8)

El primer

día de la semana, María

Magdalena echó a correr

y fue donde estaba Simón

Pedro y el otro discípulo,

a quien tanto quería Jesús,

y les dijo: “Se han llevado

del sepulcro al Señor

y no sabemos dónde lo han

puesto”.

Salieron Pedro y el otro

discípulo camino del sepulcro.

Los dos corrían juntos,

pero el otro discípulo

corría más que Pedro; se

adelantó y llegó primero al

sepulcro; y, asomándose,

vio las vendas en el suelo;

pero no entró.

Llegó también Simón

Pedro detrás de él y entró

en el sepulcro: vio las vendas

en el suelo y el sudario

con que le habían cubierto

la cabeza, no por el

suelo con las vendas, sino

enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también

el otro discípulo, el que había

llegado primero al sepulcro;

vio y creyó.

Comentario

Martirio significa testimonio,

y ese testimonio

puede exigir en ocasiones

el sacrificio de la propia vida.

Pero esta forma de testimonio

extremo no es lo

frecuente.

Y, sin embargo, el cristiano,

que ha reconocido la

presencia del Mesías en el

niño nacido en Belén, tiene

que estar siempre dispuesto

a llegar a ese extremo.

El discípulo amado, que

la tradición ha identificado

con el evangelista San

Juan, nos enseña un camino

de testimonio radical,

que no llega al derramamiento

de sangre, pero que

no implica una entrega menor

de la propia vida.

El ver, oír y palpar con

las propias manos indican

una extraordinaria cercanía

a Cristo. Y se trata de

un ver, oír y palpar la Palabra

que se ha hecho carne.

E l p r ime r p a s o p a -

ra poder dar un testimonio

vital y radical es acercarse

a esa Palabra, escucharla,

contemplarla y ponerla

en práctica. Son formas

de oír, ver y tocar que

están al alcance de todos

nosotros, no sólo de lo que

convivieron con el Jesús

histórico. Haciéndolo así

nos unimos, por medio de

la tradición de toda la Iglesia,

a los discípulos de primera

hora, y participamos

plenamente en su alegría.

Se trata de la alegría de la

Resurrección.

Como aquellos primeros

discípulos, oímos el

testimonio de María Magdalena,

corremos al sepulcro

y somos capaces de

ver en los signos de muerte

el triunfo de la vida, de palpar,

gracias a la fe, la victoria

de la Resurrección.

Y así, los que hemos

visto, oído y palpado no

podemos no transmitirlo

con palabras y con el testimonio

de nuestra vida.

El que da testimonio

hoy es el discípulo amado,

cuya identidad cierta sigue

siendo un misterio. Pero

ello nos permite a cada uno

de nosotros ponernos en el

lugar del discípulo amado,

porque ¿qué hemos visto,

oído y palpado, sino la manifestación

del extremos

amor de Dios, que se ha

encarnado en la humanidad

de Cristo, nacido en Belén,

y ha entregado su vida en

la cruz y resucitado para la

salvación de todos?

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