A 199 años de la Autonomía Provincial A 199 años de la Autonomía Provincial
E n la fecha recordamos
199 años de la Autonomía
Provincial, hecho
histórico fundamental
concretado el 27 de abril
de 1820 por la acción decidida del comandante
de Abipones, Dn. Juan Felipe
Ibarra, quien, ese día, con total
apoyo de sus milicias y la voluntad
de la mayoría de la población derrota
a las fuerzas tucumanas que pretendían
continuar con la subordinación
de nuestra provincia a los designios del
gobernador de Tucumán, Dn. Bernabé
Aráoz, tal como lo había establecido
el director supremo álvarez Thomas al
crear la jurisdicción de la Gobernación
del Tucumán (1814)
Pasado el primer momento de euforia
por la victoria de las armas, inmediatamente
un nuevo Cabildo compuesta
por partidarios de la autonomía,
proclamó gobernador al General Juan
Felipe Ibarra, quien asumió el cargo el
1° de mayo de 1820 y lo ejercería durante
31 años, hasta su muerte acaecida
el 15 de Julio de 1851.
El largo período de gobierno de
Ibarra ha sido tratado y descripto de
opuestas maneras según los prejuicios
dominantes en los autores. Para unos,
fue el férreo e insobornable defensor
de la autonomía provincial y del federalismo.
Otro grupo, lo califica como un
claro exponente del autoritarismo dictatorial.
En procura de evitar ese error, beneficio
otorgado por la perspectiva histórica,
diremos que el Ibarra- histórico,
se configura como el hombre que
las gravísimas circunstancias políticas
provinciales del momento precisaban.
Su misión histórica de proteger los derechos
autonómicos de su terruño, difundir
el sentimiento de unidad territorial
y pertenencia social más su firme
apoyo a la organización definitiva de la
nación bajo los principios del sistema
federal fue el basamento de su acción
política, con los aciertos y defectos propios
del contexto que lo tuvo como protagonista.
También surge con evidencia que
durante todo el siglo XIX (Ibarra – Taboada)
los derechos autonómicos descansaron
en los gobernantes más que
en el pueblo.
Fueron los miembros de estas dos
familias las que llevaron adelante el
proceso inicial de afirmación de la organicidad
política e institucional del
proto - estado santiagueño. Ibarra establece
la primera legislatura en 1826.
La nueva institución funcionó en el antiguo
Cabildo; hacia 1928 pasó a ocupar
los altos del Teatro 25 de Mayo, en calle
Avellaneda 380, hasta que, en 2014
pasó a su edificio propio en Avda. Roca
y Patagonia.
En busca de una apreciación objetiva
diremos que estos gobernadores hicieron
lo mejor posible con lo poco que
había. Frente a una economía desquiciada
por los gastos y contribuciones a
las guerras de la independencia primero
y las guerras civiles entre unitarios y
federales, después, tuvieron que recurrir
a medidas extremas que le aseguraran
una mínima renta estatal (acuñación
de moneda, creación de impuestos
aduaneros, contribuciones voluntarias,
y a veces no tan voluntarias, etc.)
Ya a fines de ese siglo, la situación
política nacional había tomado el rumbo
de la organización definitiva (sanción
y aprobación de la Constitución de
1853, sanción de los códigos civil, penal
y económico, organización de los tribunales
nacionales y, sobre todo, el fin de
la anarquía como consecuencia del respeto
a la investidura del Presidente de
la Nación.
Por ese mismo tiempo en nuestra
provincia, el gobernador Manuel Taboada
sancionaba en julio de 1856 la
primera constitución provincial.
Entre 1886 y 1889 gobernó la provincia
el Dr. Absalón Rojas quien realizó
una obra administrativa notable
con especial referencia a la educación
(la mitad del presupuesto provincial
fue dedicado a la creación de escuelas,
perfeccionamiento docente. Caso jamás
repetido), en el entendimiento que
con mejor instrucción pública, inclusiva,
era posible formar futuros ciudadanos
con mayores aptitudes para la convivencia
política, social y cultural
Es decir, el siglo XX, se anunciaba
como el de la modernidad institucional
y política.
La historia contemporánea santiagueña
demuestra que tales perspectivas
no pasaron el nivel de meras ilusiones,
fruto de las luchas facciosas por el
poder político, el pésimo manejo de las
finanzas provinciales y la corrupción
administrativa.
Excepción: el gobierno
del Dr. Juan Bautista Castro (1932
– 1936)
El corolario de este contexto provincial
fue el advenimiento de nuevos
grupos políticos que impusieron la hegemonía
absoluta del poder gubernamental,
al que le otorgaron atribuciones
paternalistas que ataban los proyectos
personales, individuales, al humor
del gobernante de turno.
El Estado pasó a ser el principal empleador
y de este modo casi el 80 % de
la población activa quedó sujeta y subordinada
a la maquinaria política del
poder gobernante. Un pueblo avasallado
en el ejercicio de su autonomía de
voluntad como derecho político. Posiblemente,
a este período de retroceso
bien le cabría el título de “medievalismo
santiagueño”.
Esta situación permitió al gobierno
nacional utilizar el “remedio” de la intervención
federal a la provincia, la mayoría
de las veces como instrumento
para alinear a la provincia con el proyecto
político gobernante que como
instrumento para normalizar la vida republicana,
con el consecuente avasallamiento
de su autonomía política. Entre
1900 y 2004 Santiago tuvo catorce
intervenciones (parciales o totales).
La primera el 13 de febrero de 1924,
en la presidencia de Marcelo Torcuato
de Alvear y, la última, el 01 de abril de
2004 mediante ley N° 25.881 del Congreso
Nacional, durante la presidencia
de Néstor Kirchner.
Esto significa ser la
provincia que más intervenciones federales
tuvo durante el siglo XX.
Tantas interrupciones de nuestra vida
institucional, provocaron que muchos
investigadores y analistas de la
historia local lleguen a afirmar que en
este siglo Santiago del Estero perdió su
norte histórico, pasando a revestir en la
categoría de provincia periférica, empobrecida,
inviable, sin participación
alguna en las discusiones y decisiones
del gobierno nacional
Es probable que la toma de conciencia
de este mal haya sido razón del estallido
de la rebelión popular conocida
como “el santiagueñazo” (16 de diciembre
de 1993). Pero el tiempo siguiente
atestigua que solo fue un estertor motivado
más por causas económicas que
por motivos políticos.
Por lo tanto, sin negar la importancia
fundamental del fasto que hoy se recuerda,
sostenemos como conveniente
y necesaria una reflexión sobre el resguardo
que tuvo aquel máximo legado
de aquellos santiagueños de 1820.
Tal vez así, concluyamos que por indolencia,
negligencia o desinterés republicano
hayamos permitido que aquel
fuerte espíritu autonómico inicial se diluyera
en una máscara que oculta el contexto
de una verdadera heteronomía.
Si somos capaces de asumir profundamente
y con íntima convicción nuestras
responsabilidades cívicas personales
y comprender que su realización
práctica en libertad conlleva a mayor
autonomía, más libertad, más democracia,
es posible que los festejos del
próximo bicentenario nos reconcilie
con el pendón autonómico levantado
por Juan F. Borges, aquél que guió los
primeros momentos de nuestra existencia
como jurisdicción provincial soberana
dentro de una entidad estatal
mayor, la República Argentina. l