Evangelio según San Juan 21,1-19 Evangelio según San Juan 21,1-19
Ante la muerte de Jesús,
sus discípulos habían
dejado Jerusalén,
ciudad hostil, y regresaron
a su tierra de origen,
Galilea, y a su antiguo
trabajo de pescadores.
Ahora, se encuentran
juntos, a orillas del mar
de Tiberíades, donde Jesús
multiplicó los panes.
Siguiendo una iniciativa
de Simón –Pedro, embarcan
todos para ir a
pescar. Pero aquella noche
no consiguieron nada.
Y es que de noche, sin
la presencia de Jesús, la
pesca será inútil.
Al regresar, al amanecer,
Jesús resucitado los
espera en la orilla y los
interpela: “¿muchachos
tendrían algo de comer?”
Ante la respuesta negativa,
les dice: “echen la red
al lado derecho de la barca
y encontrarán”. El resultado
fue sobreabundante,
la red se llena de
peces hasta el punto que
no consiguen subirla a
bordo. El discípulo que
Jesús amaba dice a Pedro:
“es el Señor”. Pedro
se echó al mar y salió al
encuentro de Jesús. Los
de más discípulos vinieron
con la abarca, arrastrando
la red llena de peces
y al llegar a la costa
encontraron preparado
un fuego de brasas y
puesto encima pescado y
pan. Luego, ante la orden
de Jesús de traer los peces,
Pedro subió a la barca
y los sacó a tierra.
En este relato de aparición,
el signo nos permite
reconocer la tarea
evangelizadora de la comunidad
cuyo éxito depende
de la presencia de
Jesús que hace eficaz la
acción de sus discípulos.
Luego, Jesús les dice:
“vengan a almorzar”. Reunidos,
él “toma el pan
y se lo da, lo mismo hizo
con el pescado”. El horizonte
es claramente eucarístico,
la comida atestigua
la plena reconciliación
entre el Señor y los
discípulos que lo habían
abandonado.
Conclusión
Después de la cena,
Jesús interpela a Pedro
acerca de su amor: “¿Me
amas más que a éstos?”
El amor a Jesús es la única
exigencia que se le pide
al discípulo, no sólo
a Pedro, sino a todos los
que escuchan el llamado
y quieren seguirlo.
La Iglesia es la comunidad
de los que aman a Jesús,
sobre todo y principalmente
los que lo aman con
todo el corazón, los que lo
consideran su tesoro más
importante. Es esa la clave
para entender lo que muchas
veces pasa en nuestras
comunidades, avejentadas,
sin rumbo, sin reacción
ante las necesidades
del mundo, encerradas
en sus propios límites.
Nos falta el fuego del
amor, la presencia resucitada
de Jesús, que nos hace
vivir en comunión y nos
envía al mundo para ser
sus testigos.
El amor a Jesús
es la única carta de presentación
de los discípulos,
amor incondicional, que
hace fecunda la tarea evangelizadora,
porque acompaña
gestos de misericordia,
tal como los realizó Jesús,
perdonando, sanando,
cuidando la vida.
El amor a Jesús debería
ser la única razón del
comportamiento del discípulo,
de la acción de la
Iglesia, no puede haber
otra, así se hace fecunda,
se multiplica, busca a los
perdidos, a los últimos,
llega con la alegría de la
gratuidad, nada espera a
cambio, sólo agradar al
Señor y hacer felices a los
hermanos.