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Camino del héroe

06/10/2019 08:16 Opinión
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Camino del héroe Camino del héroe

Por Gisela Colombo. Profesora y Licenciada en Letras

Es llamativo el modo en que civilizaciones muy distantes en tiempo y espacio dan a luz a mitos y leyendas similares. Mucho más cuando esos contenidos son observados diacrónicamente y vuelven a emerger una y otra vez en las mismas culturas.

Pongamos un ejemplo: un bebé es rechazado por sus padres por algún tipo de creencia. Así inicia el mito de “Edipo” y la tragedia de Sófocles, inspirada en él. El niño parte de la casa paterna para ser asesinado pero el agresor, cuando debe cumplir su misión de matarlo, se conmueve y lo deja vivo. Demasiado parecido a Blancanieves, ¿no? Luego el niño se hace adulto y debe reconocer su identidad y reclamar la dignidad real que le corresponde. Suena al Orestes de “Electra” que escribieron tanto Eurípides como Sófocles. O a las “Erinias” de Esquilo. Este mismo esquema sucede con la figura de Paris, el príncipe troyano. Se educa como un pastor ordinario hasta que las diosas olímpicas que compiten por el trono de la más bella lo tientan a decidir y le revelan su sangre azul. Pero luego, cuando la Edad Media propone al Rey Arturo vemos el mismo esquema: Merlín entrega al Arturo recién nacido a Héctor, un hombre común, para que lo críe como un hijo. Pero un día Arturo asume su identidad cuando el hechizo de la espada en la piedra le certifica que es él el hijo de Uther Pendragón, último rey. Por eso sólo él, el heredero genuino del trono, puede extraer Excálibur de la piedra.

Estos ejemplos se multiplican y retornan una y otra vez a develar un esquema que trasciende tiempos y geografías.

Muchos filólogos han llamado la atención sobre el asunto desde la literatura, pero también lo han hecho sociólogos, antropólogos, psicólogos y expertos en otras áreas del saber. Como suele ocurrir en las ciencias humanas, nadie tiene la certeza de estar en la verdad. En algunos casos, esas civilizaciones que dieron origen a relatos similares tuvieron contacto; en otros, en absoluto. Las hipótesis se acumulan sin resolución. Incluso formalistas rusos como Todorov detectan esta constante, en producciones populares y de transmisión oral como los cuentos folclóricos y las historias de hadas. Algunos lo atribuyen a causas políticas: creen que se imponen desde las clases dominantes para ejercer el poder. Pero tampoco ellos pueden explicar el origen de las similitudes entre culturas tan distantes.

Una de las respuestas más interesantes es la que esgrime Carl Gustav Jung.

El psicoanalista nos habla de “arquetipos” que están grabados en nuestra naturaleza como si se tratara de una carga de cultura que se participa por herencia. Un formato psíquico que es connatural y se transmite por A.D.N. El arquetipo es, para él, la carga psíquica con la que se relacionan los instintos. El arquetipo opera como Intermediario entre el cuerpo y el alma. Es una estructura de pensamiento que subyace a todo ser humano y es de origen y validez colectiva.

Jung hereda esta mirada de la corriente neoplatónica renacentista, pero también de la interpretación cristiana que hace San Agustín del platonismo y su “mundo de las ideas”. Según Platón, hay un universo arquetípico que posee los mismos elementos que refleja el mundo material pero en grado absoluto. Todas las esencias viven allí en plenitud. Lo que aquí nos llega no son más que sombras o reflejos de sus seres. La alegoría de la caverna refleja precisamente este asunto. Desde el interior de la caverna, sólo nos es dado vislumbrar sombras, pero la luz que ilumina todo está fuera, más allá de esta vida.

Lo cierto es que aunque desconozcamos la causa, hay un esquema que se repite sin explicación y parece estar adherido a la propia naturaleza humana. Platón diría que son recuerdos provenientes del mundo de las ideas, donde estuvimos antes de caer en la cárcel del cuerpo y las recordamos porque esa evocación es un modo de religar por el furor divino con nuestro origen perfecto.

Mircea Eliade, Jung, Fraser y otros tantos han abordado el tema. Ninguno más puntualmente que Joseph Campbell. Fue él quien acuñó el término de “monomito”. En rigor, es una denominación que toma de James Joyce. Detrás de ese nombre plantea que existe un esqueleto natural de todo relato esencial, sin importar su procedencia. Se trata del camino del héroe. Es decir, el tópico del viaje físico y la transformación espiritual que opera en el protagonista que se aventura.

Campbell postula que la raíz más honda de todo relato supone un arquetipo fundamental: el periplo del héroe. Y sostiene que no sólo en los textos populares y anónimos se reproduce el esquema. También en textos clásicos como la Eneida, La Odisea, la Divina Comedia es posible vislumbrarlo.

Campbell fue un mitólogo norteamericano que, más allá de sus libros y su trabajo académico, fue motivo de un documental que se proyectó por televisión y dio a conocer su visión a un público más amplio.

¿Qué plantea su visión? Cree que la humanidad siempre vuelve a expresar mediante distintas historias lo que le resulta más esencial: el destino de su alma.

Y si bien descubre la estructura en el ámbito de la literatura, los mitos y los relatos religiosos, no obstante, el mitólogo cree que el esquema revela la matriz de la experiencia espiritual del hombre real. Todo se reduce, para Campbell, al itinerario del “Viaje del héroe”.

El periplo del héroe:

El protagonista inicia en un estado de armonía interior y exterior. Algo, que puede surgir como un hastío, una incomodidad interna, o como un estímulo que llega desde fuera, rompe la calma, desequilibra la situación y lo obliga a aventurarse. A salir de su “zona de confort” para conquistar el orden perdido.

Comienza el viaje, después de alguna señal que el sujeto comprende como un llamado a la aventura. Y en la medida en que se atreve a seguirla aparece un auxilio que raya con lo sobrenatural. Si emprende un viaje hacia lo desconocido tendrá que ser alguien que lo haya recorrido quien lo guíe. Para Dante Alighieri será Virgilio; para Cenicienta su hada madrina; para Jung, en la travesía de su libro Rojo, Filemón. El guía ayuda a domar los miedos y a manejar la propia resistencia a probarse. Ambos llegan juntos al sitio del umbral, donde se acaba el mundo conocido y un guardián debe permitirles el paso. Una vez dentro de la zona desconocida vienen las pruebas, las tentaciones, donde el héroe recibe ayuda de diversos personajes (ayudantes). No obstante, la mayor prueba llega cuando queda en el Abismo, en una oscuridad de aislamiento que recuerda a la ballena bíblica de Jonás, otro relato que actualiza el esquema arquetípico. En esa oscuridad en que se pierde noción del tiempo se produce una muerte del sujeto antiguo y un renacimiento como héroe. Sobreviene una revelación que lo ilumina todo y el viajero comienza a asumir su dignidad de héroe. Eso significa que se transforma y comienza a expiar sus culpas, errores y defectos. Es cuando emprende el regreso.

No llama la atención que se les diga “peripecias” a las vicisitudes que enfrenta o “periplo del héroe” al viaje, la imagen de la circularidad está supuesta en ambas etimologías. “Peri” (alrededor de) nos habla de una travesía que se hace para regresar. Y esto sucede después de la transformación. El viajero vuelve a ingresar en la zona conocida y recibe una bendición extra que es como un premio a la valentía y la resistencia. Con eso en mano, llega al destino que es el mismo sitio del que partió, pero que ahora se ve diferente. Ha profundizado la experiencia, ha descubierto sus raíces y ya no mirará más el mundo superficialmente. Se ha ido y ha vuelto más él que nunca, aunque es otro. Cada vez que vuelva a sentir la incomodidad o el llamado a la aventura, si es fiel al heroísmo, habrá de emprender un viaje similar.

En estrecha relación con el género al que se denominó “Bildungsroman” o novela iniciática, novela de aprendizaje, el viaje del héroe supone el esquema en cada ciclo de la vida espiritual y no sólo en el pasaje de la niñez a la vida adulta. Siempre que esté vivo, el héroe está invitado a emprender viaje.

“Las oportunidades de encontrar poderes más profundos dentro de nosotros mismos vienen cuando la vida parece más difícil. Negarse al dolor y a la ferocidad de la vida es negarse a la vida.”, dice Campbell directamente. Cada vez que el héroe se atreva a la aventura, vendrá el momento en que los saberes adquiridos se encarnen y su espíritu se transforme.

La pregunta es ¿quién merece esa categoría de héroe en la vida concreta?

El mitólogo identifica con la figura heroica a todo ser humano que está despierto y en búsqueda del sentido. El héroe es cualquiera que haya decidido emprender el viaje, superando el temor a los peligros, con el propósito de ganar saberes.

Es héroe quien desea aprender a dominarse y cincela sus tendencias con el fin de hacerse dueño de sí mismo. ésa, y ninguna erudición torpe, es la clave de la Sabiduría.

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