Desenredarse en vacaciones Desenredarse en vacaciones
Por Mariángeles Castro Sánchez. Familióloga, especialista en educación. Directora de la Licenciatura en Orientación Familiar de la Universidad Austral.
Conectar o desconectar: un
clásico dilema existencial se
reedita. Ya no se trata de ser o
no ser, sino de conectar o no
ser; o de ser o desconectar. En
suma, de vivir o aparentarlo, en
contextos en los que las dimensiones
on y offline de la vida se
solapan, se cruzan, se hibridan.
Bajo esta lógica, un día de
playa en vacaciones es una experiencia
acabada recién en el
instante en que sus imágenes
circulan en redes, recién cuando
dejan esa huella que permite
que otros confirmen su existencia
y encanto. En ese espacio
no hay soliloquios, como en Hamlet,
sino interacción constante,
permanente, inevitable. Sí;
somos feedback dependientes
en redes sociales. Y es así como
la maraña de retroalimentaciones
y presencias remotas termina
por definir nuestro estilo de
vida, también en vacaciones.
Inmersos ya en este período
del año, vale preguntarnos si
concebimos un veraneo sin redes.
Tal vez la claudicación total
sea una idea extrema, pero ¿podremos
dosificar, medir, limitar
nuestros niveles de exposición
online? ¿Podremos disfrutar
también de la cercanía corporal,
del cara a cara con los seres
más próximos? ¿Estaremos
abiertos a compartir la intimidad
que depara la interacción
física directa?
Yuval Harari reflexiona sobre
la vida online y refiere que
esta separación progresiva del
cuerpo, de los sentidos y del
ambiente físico que las personas
experimentamos puede
provocar cierta desorientación.
Y se cuestiona sobre si habrá un
camino de retorno: en verdad,
esta es una pregunta que todos
nos formulamos. En una línea
análoga, Byung-Chul Han denuncia
una progresiva descorporalización
del mundo.
Así las cosas, el mirarnos a
los ojos parece ser aún una vía
necesaria para el desarrollo
de habilidades socioafectivas.
Porque esta aproximación nos
brinda, entre otras bondades, la
posibilidad de practicar la empatía,
esa capacidad emocional
y cognitiva de ponernos en la
piel del otro para reafirmarlo en
su ser, desde una comprensión
genuina y respetuosa de sus circunstancias.
Que las redes no nos enreden.
Que no nos impidan trascender
la superficialidad. ¿Podríamos
asegurar que somos
los mismos que sonreímos desde
un post o una story? ¿Expresan
esas intervenciones nuestra
índole personal o los filtros la
distorsionan? Todo el tiempo,
en ambos espacios, on y offline,
jugamos el juego de mostrar
y ocultar; no obstante, la
experiencia digital activa nuestro
sistema de recompensa cerebral,
multiplicando exponencialmente
la necesidad de que el
otro corrobore mi valor con su
like. Y esperamos, además, respuestas
inmediatas.
Sin embargo, para compartir
mis vivencias con los demás,
debería pasarlas primero
por mi conciencia, analizarlas
y entenderlas. Si solo tomo
como referencia las reacciones
ajenas sobre mis propios actos,
me alejo de mí mismo, me disocio.
Porque aprender a conocerme
tal como soy -y no tan solo
como me ven- es el primer paso
hacia el desarrollo de una autoestima
sana y realista.
En el espacio red las digresiones
son tenidas como nuevas
interacciones en un continuum
que amenaza con una existencia
fragmentada a sus usuarios.
¿Declaro lo que me gusta
en verdad?. ¿Comparto con
los demás desde mi ser generoso
o respondo a un imperativo
social?. En todos los casos, encontrarse
con uno mismo es el
prólogo necesario del encuentro
con los otros. También en vacaciones.
Sin interrupciones, ruidos,
ni aturdimientos. Buscando
que la experiencia no transcurra
vertiginosamente y se
desvanezca, sino que se asiente
y decante. En familia, con
amigos, el verano se presta para
fortalecer vínculos y repensar
mediaciones. Desenredarse,
por fin, parece ser una buena
idea.