Dolar Oficial: - Dolar Blue:- Dolar CCL:- Dolar Bolsa: - Dolar Mayorista: -

EL LIBERAL . Santiago

La violencia política en la historia argentina (octava entrega): El fusilamiento de Dorrego: un crimen sin sentido

Gregorio Ar�oz de LaMadrid se despide de Manuel Dorrego quien va a ser fusilado en un trabajo del pintor argentino de fines del siglo XIX Augusto Ballerini

Gregorio Aráoz de LaMadrid se despide de Manuel Dorrego, quien va a ser fusilado, en un trabajo del pintor argentino de fines del siglo XIX, Augusto Ballerini.

22/02/2020 21:39 Santiago
Escuchar:

La violencia política en la historia argentina (octava entrega): El fusilamiento de Dorrego: un crimen sin sentido La violencia política en la historia argentina (octava entrega): El fusilamiento de Dorrego: un crimen sin sentido

El nombre de una época: ¿Guerras Civiles Argentinas?

Los historiadores han discutido, a lo largo de los años, sobre la caracterización del período, original comparado con otros países del continente sudamericano, que va desde el tiempo de la Independencia argentina hasta la sanción de la Constitución. La historiografía liberal lo llamó “anarquía”, por la ausencia de un gobierno central. El revisionismo, a inicios del siglo XX definía al sistema de caudillos como una federación perfecta, que obligaba a las provincias a plantear sus acuerdos y alianzas permanentemente.

El historiador y jurisconsulto entrerriano Juan álvarez, de destacada actuación pública, iba a plantear este largo período como una guerra civil, y lo abordó como el de “Las guerras civiles argentinas”, título de un libro extraordinario que incluyó la perspectiva económica, describiendo los enfrentamientos políticos entre federales y unitarios como una guerra civil multicausal con distintos grados de intensidad.

La historia que transcurre entre los congresos y asambleas de 1813, 1815 y 1816, y la renuncia de Bernardino Rivadavia a la presidencia en 1827, puede ser tomado como una proto - guerra civil, en la que el cambio permanente de posición de los distintos actores políticos y militares, no permite un relato ordenado que haga entender las motivaciones en juego, mucho más si tomamos los enfrentamientos como una simple forma de conservación del poder, que prevaleció sobre las convicciones ideológicas. Quizá el ejemplo más rotundo fue el tucumano Gregorio Aráoz de Lamadrid, que transitó la mayor parte de la guerra civil en el bando unitario, pero no cejó en participar de campañas ordenadas por los federales Rosas y Urquiza. Muchas veces, el espíritu guerrero se imponía a la pertenencia partidaria.

El fin de la presidencia de Rivadavia

Las consecuencias funestas del final de la guerra contra el Brasil, en 1827, arrasaron el sistema político en ciernes, acabando con la presidencia de Rivadavia y el Congreso General. Las victorias del ejército argentino, llamado así por primera vez, al mando del general Carlos de Alvear, en Rincón, Bacacay, Ombú e Ituzaingó, sumada a su penetración en territorio brasileño, y la campaña naval del almirante Guillermo Brown, que prácticamente acabó con la flota imperial en Los Pozos, Quilmes y Juncal, iban a ser ignoradas por el negociador argentino Manuel J. García en la convención de paz que se celebró en Río de Janeiro.

La llegada a Buenos Aires del documento del 24 de mayo de 1827 provocó un escándalo que acabó con todo el orden establecido. García había firmado que: “La República de las Provincias Unidas del Río de la Plata reconoce la Independencia é Integridad del Imperio de Brasil, y renuncia a todos los derechos que podría pretender al territorio de la Provincia de Montevideo, llamada hoy Cisplatina.”. Si bien no estaba claro que el Brasil se quedaría con el Uruguay, la brutal decepción del pueblo oriental, que se sintió abandonado por el gobierno argentino, fue devastadora. Vale recordar la declaración de independencia que, luego de la expedición de los 33 orientales, el general Juan Lavalleja había jurado el 25 de agosto de 1825, con el objeto de reincorporar la Banda Oriental a las Provincias Unidas.

El presidente Rivadavia rechazó el acuerdo de paz, acompañado por el pleno del Congreso, en el que proclamó que “un argentino debe perecer mil veces con gloria antes de comprar su existencia con el sacrificio de su dignidad y de su honra”, se hizo responsable de la horrible negociación y presentó su renuncia el 26 de junio. Lo reemplazó Vicente López y Planes, quien tuvo por misión restaurar la provincia de Buenos Aires, convocar a elecciones para una nueva legislatura, clausurar el Congreso y aniquilar la presidencia. La desaparición del gobierno central dio lugar a un nuevo sistema de negociación entre las provincias, desde entonces todas pares, sin preeminencias, que generó una federación de hecho, que en poco tiempo iba a llamarse Confederación Argentina.

Manuel Dorrego:

gobernador del

partido Federal

La legislatura porteña eligió gobernador

al coronel Manuel Dorrego,

jefe del sector constitucionalista

del partido Federal. Los gobernadores

del interior, incluyendo al santiagueño

Juan Felipe Ibarra, delegaron

en Dorrego el manejo de las relaciones

exteriores, ya que debía concluirse

la negociación con Brasil. El panorama

había cambiado, ya que en el

sur del Brasil estalló una revolución

para incorporar Río Grande do Sul a

las Provincias Unidas. Pero el pésimo

estado de las cuentas públicas y

la debilidad política de Buenos Aires

llevaron a Dorrego a reconocer la independencia

del Estado Oriental del

Uruguay, a principios de 1828.

Las medidas económicas que tomó

el gobierno provincial, como

por ejemplo congelar el precio del

pan y de la carne, le valieron la pérdida

del apoyo de los estancieros federales,

que adherían al sector apostólico

(o caudillista) encabezado por

Juan Manuel de Rosas. El regreso a

Buenos Aires del ejército republicano

que se sentía vencedor en la guerra,

fue una enorme fuente de conflictos,

por el gran descontento de oficiales

y soldados contra el gobernador

que había firmado la independencia

oriental.

El comandante a cargo del ejército

era el general Juan Lavalle, que

había suplantado a Alvear, quien fue

contactado por varios unitarios, entre

ellos Salvador María del Carril,

Valentín Gómez y Juan Cruz Varela,

que lo convencieron con facilidad de

la necesidad de derrocar a Dorrego.

El 1° de diciembre de 1828 el ejército

bajo el mando de Lavalle se sublevó y

destituyó al gobernador, quien se replegó

a la campaña.

La revolución de

los sombreros.

Lavalle

Gobernador

Al día siguiente, en el atrio de la

capilla de San Roque, a metros de la

plaza de Mayo, se reunió una multitud

unitaria que proclamó a Lavalle

gobernador. Al no existir padrones ni

urnas, se llamó a los presentes a votar

levantando sus sombreros, por lo

que la historia registra este hecho como

la “revolución de los sombreros”.

Lavalle partió en persecución de Dorrego

y dejó al almirante Brown como

gobernador delegado, quien inmediatamente

comenzó gestiones

para lograr el destierro del federal.

Dorrego intentó reagrupar fuerzas

y se entrevistó con el comandante de

campaña Rosas, para que lo apoyara.

No tuvo éxito y el caudillo de las pampas

le propuso replegarse hasta Santa

Fe, tierra del gobernador Estanislao

López. Dorrego no aceptó y presentó

batalla el 9 de diciembre, siendo

derrotado en toda la línea. Intentó

escapar, pero en las afueras de Salto

fue capturado por dos oficiales sublevados,

Acha y Escribano, quienes

lo llevaron ante el gobernador de facto,

que había acampado en Navarro.

El fusilamiento de

Dorrego: el inicio

de la guerra civil

como tal

La presión sobre Lavalle fue inmensa.

Su franca labilidad le valió

el sobrenombre, impuesto por Esteban

Echeverría, de “la espada sin cabeza”.

La carta del 12 de diciembre de

Del Carril es dramática y marca el tono

de la impronta unitaria: “…la ley

es que una revolución es un juego de

azar en el que se gana hasta la vida

de los vencidos cuando se cree necesario

disponer de ella. … la cuestión

parece de fácil resolución. Si usted,

general, …, a sangre fría, la decide;

si no, yo …habré escrito inútilmente,

y lo que es más sensible, habrá

usted perdido la ocasión de cortar

la primera cabeza a la hidra y no

cortará usted las restantes; ¿entonces,

qué gloria puede recogerse en

este campo desolado por estas fieras?….

Nada queda en la República

para un hombre de corazón.”. La

suerte de Dorrego estaba echada y la

decisión de Lavalle en soledad fue el

fusilamiento.

El 13 de diciembre, en el campamento

de Lavalle, a unos centenares

de metros de la laguna de Navarro,

fue fusilado el coronel Dorrego. Su

póstuma carta, dirigida a su esposa,

es estremecedora: “Mi querida Angelita:

En este momento me intiman

que dentro de una hora debo morir.

Ignoro por qué; mas la Providencia

divina, en la cual confío en este momento

crítico, así lo ha querido… Mi

vida: educa a esas amables criaturas.

Sé feliz, ya que no lo has podido

ser en compañía del desgraciado

Manuel Dorrego”.

Lavalle se hace cargo de su decisión

y envía una comunicación que

reza: “Participo al Gobierno Delegado

que el coronel don Manuel Dorrego

acaba de ser fusilado por mi orden…

La Historia, señor ministro,

juzgará imparcialmente si el señor

Dorrego ha debido o no morir, y si al

sacrificarlo a la tranquilidad de un

pueblo enlutado por él, puedo haber

estado poseído de otro sentimiento

que el del bien público. Quiera el

pueblo de Buenos Aires persuadirse

que la muerte del coronel Dorrego es

el mayor sacrificio que puedo hacer

en su obsequio”.

Lavalle actuó pensando en el juicio

de la historia. Dorrego murió

sin entender el porqué. El 13 de diciembre

de 1828 fue la declaración

de la guerra civil. Todos, federales

y unitarios, entendieron que sólo

quedaba el camino de la eliminación

del enemigo para constituir el

país. Pasaría un cuarto de siglo hasta

la sanción de un texto constitucional.

Esta esquela del delegado

Brown no llegó a tiempo: “La carta…

de Dorrego que incluyo… le informará

de sus deseos de salir a un

país extranjero, bajo seguridades:

mi opinión a este respecto…, está

de conformidad, pero asegurando

su comportamiento de no mezclarse

en los negocios políticos de

este país… Esta es mi opinión privada,

mas usted dispondrá lo que

considere mejor, para asegurar los

grandes intereses de la provincia…

W. Brown”. Brown, que firmaba en

inglés, había logrado un pasaje hacia

Estados Unidos para el ya fusilado.

No es tarea de historiadores

imaginar qué hubiera pasado con el

destierro de Dorrego, pero sin duda

podemos afirmar que la historia

hubiera sido diferente. Nunca podremos

saber si mejor o peor.

Lo que debes saber
Lo más leído hoy