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EL LIBERAL . Interior

Usina de historias imperceptibles

15/07/2020 01:45 Interior
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El 1 de marzo de 1948, el general Juan Domingo Perón, presidente argentino por entonces, tomó la decisión de nacionalizar todas las líneas ferroviarias del país. Esta medida fue muy discutida al igual que la creación de la Empresa de Ferrocarriles del Estado Argentina, la cual estaría a cargo de la organización y el control del transporte tanto de carga como de pasajeros a lo largo y ancho del país.

Este decreto fue el comienzo de una larga vía que recorrió el tiempo para encontrar su estación final en el gobierno de Carlos Menem, quien en 1991 efectivizó la privatización de los trenes argentinos, acción que tuvo como consecuencia directa el cierre de muchos ramales ferroviarios, entre ellos el que diera nacimiento a nuestra ciudad, y a localidades vecinas al oeste como Laprida, y más al norte como Nueva Francia, lugares donde quedaron familias sin ingresos y muchas historias para compartir.

 

Las tormentas y el miedo

Rudencido Medina (1932-1986) fue un trabajador ferroviario que llegó a estación Loreto cuando ésta era apenas una desordenada comarca que se extendía hacia el oeste. Medina se instaló cerca de la estación de trenes con su esposa, Olga Cecilia Morales, ahora de 85 años, con quien formó una familia de once hijos; hoy ellos se sienten orgullosos de ser hijos de un ferroviario que les transmitió valores y les marcó un camino en el que el estudio fue el norte a seguir.

Su habilidad para el fútbol lo llevó a lucir los colores del centenario club Juan Bautista Alberdi, el que fuera fundado precisamente por los empleados del ferrocarril hace más de cien años. Conocido como Rudy, rápidamente se transformó en un personaje de la villa, de carácter jocoso, siempre dispuesto a sacar una sonrisa a sus vecinos, llegó a ser dirigente y técnico del club de sus amores y, en el tendedero del patio de su casa flameaban las camisetas blancas y negras del ferroviario loretano, que eran lavadas y reparadas por su esposa e hijas.

“Teníamos todo, con el sueldo de él nos alcanzaba para vivir bien y para que todos los chicos estudien. Esa era su preocupación, que sus hijos se alimenten bien y que estudien. Se sentía muy orgulloso de su trabajo y de sus compañeros con quienes compartía casi toda la jornada. Cuando él se iba a trabajar, yo siempre miraba el cielo, me aterraban las tormentas, temía por los rayos en las vías. Cuando se nublaba, mi angustia no desaparecía hasta que él llegaba”, recuerda Olga.

Entre sus añosas manos tiene una pequeña olla. “ésta era su ollita, ella lo acompañaba todos los días a su trabajo, aquí cocinaban con sus compañeros; estos recuerdos guardaron sus hijas al igual que una camisa de su uniforme que está en Buenos Aires, es una forma de tenerlo siempre presente”, indica con vos nostálgica Olga, cuyo relato ayuda a transitar un Loreto con calles de tierra alumbradas con focos de luz mortecina. l

 


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