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EL LIBERAL . Santiago

Más allá de la fundación: mirar procesos sociales por fuera de los grandes personajes

24/07/2020 21:22 Santiago
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Por el Lic. Esteban Brizuela

“Brujos y brujas se reunían por la noche, generalmente en lugares solitarios, en los campos o en los montes. Unas veces llegaban volando, tras haberse untado el cuerpo con ungüentos, cabalgando sobre bastones o mangas de escoba. Otras veces montados en animales o transformado en animales ellos mismos. Los que acudían a la reunión por vez primera tenían que renunciar a la fe cristiana, profanar los sacramentos y rendir homenaje al demonio”.

Carlo Ginzburg, “Historia nocturna”

Un día venía caminando con un gran profesor de historia por el centro de nuestra ciudad, y mientras charlábamos sobre los debates acerca de la fundación de Santiago del Estero, él me ofreció un punto de vista que me pareció muy interesante. Palabras más, palabras menos, este profe decía que la discusión Núñez de Prado-Aguirre era una discusión inútil. O un debate propio de historiadores que interesaba solo a unos cuántos. Porque no cambiaba nada para los pueblos indígenas -que ya estaban en este territorio cuando llegaron los conquistadores- que fuera uno u otro. Que la fundación hubiera sido el 29 de junio de 1550 o el 25 de julio de 1553 daba exactamente lo mismo para los pueblos originarios. Es decir, era un debate sobre cuál “okupa” llegó primero. Y eso, a este profe, le parecía intrascendente.  

Al despedirnos, me quedé pensando en esa idea y cada vez que llega el mes de julio vuelvo a analizarla. 

Por eso nos proponemos, en este artículo, no mencionar a los protagonistas (perdón, al protagonista) de la fundación de la “Madre de Ciudades” sino ir por otro lado. Porque sabemos que allí, con la llegada de los españoles, nació una nueva sociedad: la llamada “sociedad colonial”. ¿Qué características tuvo ese mundo que fue fruto del mestizaje entre conquistadores que arribaron a este suelo con los miles de habitantes que ya poblaban el territorio?  ¿Qué tipo de sociedad emergió allí?    

      Hubo una generación de historiadores que enseñaron a mirar el periodo colonial desde otro lado. Algunos de ellos fueron Juan Carlos Garavaglia, Enrique Tandeter, Zacarías Moutoukias, Jorge Gelman, Raúl Fradkin, Silvia Palomeque, entre otros. Ellos ofrecieron nuevas perspectivas sobre los siglos que van desde el XVI hasta el XVIII. Y tomando esos modelos, tenemos algunos trabajos de autoras que estudiaron a Santiago del Estero.

Tal vez uno de los mejores trabajos que se han escrito en los últimos 15 años sobre el Santiago del Estero colonial sea el libro de la investigadora Judith Farberman, “Las Salamancas de Lorenza” (Editorial Siglo Veintiuno). Aunque ella no es oriunda de esta provincia, se dedicó largo tiempo a explorar los archivos locales. 

¿En qué sentido consideramos que el trabajo de Farberman es un enorme aporte y vale rescatarlo aún hoy? ¿Qué riqueza tiene estudiar casos de denuncias de hechicería y maleficios en contra de mujeres que vivían en zonas rurales del territorio provincial? En otras palabras, ¿en qué reside el interés y la novedad en analizar la brujería? Porque es eso lo que hace Farberman: estudiar el caso de Lorenza y otras mujeres que hacia mediados del siglo XVIII fueron acusadas de provocar maleficios a una criada del alcalde del pueblo de Tuama.  

Tenemos, al comenzar este artículo, un epígrafe del genial historiador italiano Carlo Ginzburg en donde describe aquellos “aquelarres” propios de la Europa de los siglos de la Inquisición que aquí, en nuestra región, van a tomar el nombre de “salamancas”.  ¿Qué eran las salamancas? Esas reuniones nocturnas celebradas en el monte santiagueño en las que, rituales mediante, aparecía el baile, la desnudez, la entrega de la sangre, la presencia del Supay y el renegar de la fe cristiana. 

Judith Farberman se planteó la idea de ingresar en la sociedad santiagueña colonial desde una puerta alternativa: la brujería. Pero era la sociedad santiagueña y, en particular, los indios de los pueblos quienes le interesaban mucho más que la magia y la hechicería. Estas últimas eran más que nada un pretexto, un camino para conocer otras dimensiones de la historia de Santiago del Estero. Allí aparece un mundo poco descripto en los clásicos libros de historia, en donde estas mujeres eran señaladas por la sociedad de entonces como las culpables de la maldición de otros habitantes. Podemos así reconocer las cosmovisiones de otro período y penetrar en procesos sociales de épocas más o menos lejanas, con prácticas y lógicas muy distintas a las que tenemos hoy. 

“Esta perversa canalla de los hechiceros fue siempre muy válida entre las naciones de esta gobernación del Tucumán y aún con estar hoy casi todos extinguidos, no obstante quedan vestigios de lo que sería en la gentilidad, pues hay todavía no pocos que después de haber abrazado la ley de Cristo profesan estrecha familiaridad con el demonio”, decía el cronista jesuita Pedro Lozano allá por mediados del siglo XVIII.  Lozano publicó cuatro obras históricas de fundamental importancia para el análisis de las sociedades coloniales argentina y paraguaya, y en una de ellas hace estas consideraciones fuertemente peyorativas en contra de brujos y brujas. Con esta cita podemos darnos cuenta de la importancia que tenía estas “supersticiones” (así las llamamos hoy) en dicha época. 

Investigar y adentrarse en la historia de un periodo tiene la virtud de desmentir algunos prejuicios o supuestos que uno podría tener. Por ejemplo, en la actualidad hablamos mucho del machismo y la sociedad patriarcal, por lo que sospecharíamos que, si viajamos siglos atrás, las cosas serían igual o peor. Pero resulta que nos ubicamos en el siglo XVIII y encontramos un importante peso de las jefaturas de familia femeninas. ¿Por qué sucede esto? En rigor, como sostiene Farberman, esto excede la jurisdicción de Santiago del Estero. Pero aquí se trata de un fenómeno especialmente relevante porque los hogares “matrifocales” suelen superar el 30% de los registrados en censos y padrones de los siglos XVIII y XIX. Una de las principales razones de esta soledad femenina se explica a partir de la emigración masculina. Es decir, hace siglos que los hombres buscaban su trabajo afuera y en el interín las mujeres se las arreglaban como podían.

Lorenza, una de las indias estudiadas en “Las Salamancas…”, murió en octubre de 1761 como consecuencia de las terribles torturas que sufrió cuando tuvo que declarar y defenderse de las acusaciones que le imputaban. En los archivos se puede comprobar cómo va cambiando su testimonio hasta “aceptar” su participación en los maleficios por los que era denunciada.  Su cuerpo fue exhibido en la plaza de la ciudad. Y esa exposición de los cuerpos era común en la época: una forma de la crueldad y del escarmiento público. 

Lorenza era de Tuama, Departamento Silípica, Hoy allí, en esa zona, no viven más que unas pocas familias. Pero en el siglo XVIII había un pueblo de indios en el que vivieron mujeres que fueron denunciadas por actos de brujería. Pero acusadas en serio: o sea con participación de la justicia civil de por medio, con denuncias formales, traslado de las denunciadas, declaraciones ante las autoridades del Cabildo, torturas, muerte, etc. Eso pasaba también en el Santiago colonial. Eso les sucedía a las clases populares. Y al mirar con ojo analítico dichos procesos judiciales podemos entender ciertas particularidades de la sociedad de ese entonces. Así podemos aprender un poco más como era este Santiago que nació con una fundación tan discutida, una discusión que le parecía banal a ese gran profe de historia con el que una vez charlábamos por las calles céntricas de la ciudad.  l

Un día venía caminando con un gran profesor de historia por el centro de nuestra ciudad, y mientras charlábamos sobre los debates acerca de la fundación de Santiago del Estero, él me ofreció un punto de vista que me pareció muy interesante. Palabras más, palabras menos, este profe decía que la discusión Núñez de Prado-Aguirre era una discusión inútil. O un debate propio de historiadores que interesaba solo a unos cuántos. Porque no cambiaba nada para los pueblos indígenas -que ya estaban en este territorio cuando llegaron los conquistadores- que fuera uno u otro. Que la fundación hubiera sido el 29 de junio de 1550 o el 25 de julio de 1553 daba exactamente lo mismo para los pueblos originarios. Es decir, era un debate sobre cuál “okupa” llegó primero. Y eso, a este profe, le parecía intrascendente.

Al despedirnos, me quedé pensando en esa idea y cada vez que llega el mes de julio vuelvo a analizarla.

Por eso nos proponemos, en este artículo, no mencionar a los protagonistas (perdón, al protagonista) de la fundación de la “Madre de Ciudades” sino ir por otro lado. Porque sabemos que allí, con la llegada de los españoles, nació una nueva sociedad: la llamada “sociedad colonial”. ¿Qué características tuvo ese mundo que fue fruto del mestizaje entre conquistadores que arribaron a este suelo con los miles de habitantes que ya poblaban el territorio? ¿Qué tipo de sociedad emergió allí?

Hubo una generación de historiadores que enseñaron a mirar el periodo colonial desde otro lado. Algunos de ellos fueron Juan Carlos Garavaglia, Enrique Tandeter, Zacarías Moutoukias, Jorge Gelman, Raúl Fradkin, Silvia Palomeque, entre otros. Ellos ofrecieron nuevas perspectivas sobre los siglos que van desde el XVI hasta el XVIII. Y tomando esos modelos, tenemos algunos trabajos de autoras que estudiaron a Santiago del Estero.

Tal vez uno de los mejores trabajos que se han escrito en los últimos 15 años sobre el Santiago del Estero colonial sea el libro de la investigadora Judith Farberman, “Las Salamancas de Lorenza” (Editorial Siglo Veintiuno). Aunque ella no es oriunda de esta provincia, se dedicó largo tiempo a explorar los archivos locales.

¿En qué sentido consideramos que el trabajo de Farberman es un enorme aporte y vale rescatarlo aún hoy? ¿Qué riqueza tiene estudiar casos de denuncias de hechicería y maleficios en contra de mujeres que vivían en zonas rurales del territorio provincial? En otras palabras, ¿en qué reside el interés y la novedad en analizar la brujería? Porque es eso lo que hace Farberman: estudiar el caso de Lorenza y otras mujeres que hacia mediados del siglo XVIII fueron acusadas de provocar maleficios a una criada del alcalde del pueblo de Tuama.

Tenemos, al comenzar este artículo, un epígrafe del genial historiador italiano Carlo Ginzburg en donde describe aquellos “aquelarres” propios de la Europa de los siglos de la Inquisición que aquí, en nuestra región, van a tomar el nombre de “salamancas”. ¿Qué eran las salamancas? Esas reuniones nocturnas celebradas en el monte santiagueño en las que, rituales mediante, aparecía el baile, la desnudez, la entrega de la sangre, la presencia del Supay y el renegar de la fe cristiana.

Judith Farberman se planteó la idea de ingresar en la sociedad santiagueña colonial desde una puerta alternativa: la brujería. Pero era la sociedad santiagueña y, en particular, los indios de los pueblos quienes le interesaban mucho más que la magia y la hechicería. Estas últimas eran más que nada un pretexto, un camino para conocer otras dimensiones de la historia de Santiago del Estero. Allí aparece un mundo poco descripto en los clásicos libros de historia, en donde estas mujeres eran señaladas por la sociedad de entonces como las culpables de la maldición de otros habitantes. Podemos así reconocer las cosmovisiones de otro período y penetrar en procesos sociales de épocas más o menos lejanas, con prácticas y lógicas muy distintas a las que tenemos hoy.

“Esta perversa canalla de los hechiceros fue siempre muy válida entre las naciones de esta gobernación del Tucumán y aún con estar hoy casi todos extinguidos, no obstante quedan vestigios de lo que sería en la gentilidad, pues hay todavía no pocos que después de haber abrazado la ley de Cristo profesan estrecha familiaridad con el demonio”, decía el cronista jesuita Pedro Lozano allá por mediados del siglo XVIII. Lozano publicó cuatro obras históricas de fundamental importancia para el análisis de las sociedades coloniales argentina y paraguaya, y en una de ellas hace estas consideraciones fuertemente peyorativas en contra de brujos y brujas. Con esta cita podemos darnos cuenta de la importancia que tenía estas “supersticiones” (así las llamamos hoy) en dicha época.

Investigar y adentrarse en la historia de un periodo tiene la virtud de desmentir algunos prejuicios o supuestos que uno podría tener. Por ejemplo, en la actualidad hablamos mucho del machismo y la sociedad patriarcal, por lo que sospecharíamos que, si viajamos siglos atrás, las cosas serían igual o peor. Pero resulta que nos ubicamos en el siglo XVIII y encontramos un importante peso de las jefaturas de familia femeninas. ¿Por qué sucede esto? En rigor, como sostiene Farberman, esto excede la jurisdicción de Santiago del Estero. Pero aquí se trata de un fenómeno especialmente relevante porque los hogares “matrifocales” suelen superar el 30% de los registrados en censos y padrones de los siglos XVIII y XIX. Una de las principales razones de esta soledad femenina se explica a partir de la emigración masculina. Es decir, hace siglos que los hombres buscaban su trabajo afuera y en el interín las mujeres se las arreglaban como podían.

Lorenza, una de las indias estudiadas en “Las Salamancas…”, murió en octubre de 1761 como consecuencia de las terribles torturas que sufrió cuando tuvo que declarar y defenderse de las acusaciones que le imputaban. En los archivos se puede comprobar cómo va cambiando su testimonio hasta “aceptar” su participación en los maleficios por los que era denunciada. Su cuerpo fue exhibido en la plaza de la ciudad. Y esa exposición de los cuerpos era común en la época: una forma de la crueldad y del escarmiento público.

Lorenza era de Tuama, Departamento Silípica, Hoy allí, en esa zona, no viven más que unas pocas familias. Pero en el siglo XVIII había un pueblo de indios en el que vivieron mujeres que fueron denunciadas por actos de brujería. Pero acusadas en serio: o sea con participación de la justicia civil de por medio, con denuncias formales, traslado de las denunciadas, declaraciones ante las autoridades del Cabildo, torturas, muerte, etc. Eso pasaba también en el Santiago colonial. Eso les sucedía a las clases populares. Y al mirar con ojo analítico dichos procesos judiciales podemos entender ciertas particularidades de la sociedad de ese entonces. Así podemos aprender un poco más como era este Santiago que nació con una fundación tan discutida, una discusión que le parecía banal a ese gran profe de historia con el que una vez charlábamos por las calles céntricas de la ciudad. 

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