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Sencilla y emotiva ceremonia por los 29 años de Nueva Esperanza

El acto se desarrolló con un reducido grupo de invitados encabezado por el intendente Guerrero

El acto se desarrolló con un reducido grupo de invitados, encabezado por el intendente Guerrero.

19/10/2020 23:36 Interior
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Sencilla y emotiva ceremonia por los 29 años de Nueva Esperanza Sencilla y emotiva ceremonia por los 29 años de Nueva Esperanza

Impedidos por la pandemia de Covid de organizar las acostumbradas celebraciones con todas las familias de la ciudad y alrededores, la comunidad de Nueva Esperanza celebró el 29° aniversario de su declaración como municipio de tercera categoría con un sencillo y emotivo acto en la plaza San Martín.

La ceremonia se desarrolló el domingo con un reducido grupo de invitados, encabezado por el intendente Hugo Guerrero, quien estuvo acompañado de ex intendentes, ex comisionados, concejales y autoridades policiales.

El izamiento de las banderas estuvo a cargo del propio Guerrero, los ex comisionados Esteban Boix y Máximo Colombres y el primer intendente Jorge Corvalán.

También se hizo una ofrenda floral en homenaje a la fundadora del pueblo, Simona Vargas, a cargo del presidente del Concejo Deliberante, Ariel Corvalán, el jefe de la Seccional 32ª, subcomisario Cáceres, y del concejal David Sánchez. La invocación religiosa estuvo a cargo del párroco Rubén Lassaga

Palabras alusivas a cargo del intendente Hugo Guerrero, quien hizo una reseña histórica de Nueva Esperanza y alentó a los vecinos a seguir trabajando para el crecimiento de esta comunidad, aún en este tiempo de pandemia.

De la recordada “Villa Vieja” a la ciudad pujante

Según el testimonio de don José Manuel Luna, vecino del lugar y que consta en el libro histórico de la Escuela N° 418, el caserío originario de la actual población de Nueva Esperanza se encontraba situado más al norte, siempre sobre el camino nacional al río Salado, más o menos a un kilómetro y cerca del río Horcones.

Este caserío se denominaba “Villa”, de la que se conservan algunas viviendas como la de don Lucio Sánchez. A este lugar simiente en la actualidad se lo llama la “Villa Vieja”.

Corría la década del 60’ y este antiguo vecindario se despertó de su letargo con los auspicios y festejos del casamiento de la señorita Simona Vargas (nacida en 1846, hija de Cosme Vargas y Trinidad Ledesma) y el joven hacendado, don Francisco de Borja Ruiz (nacido en 1856, hijo de Nazario Ruiz y María de la Paz Correa).

Esta flamante pareja conyugal dispuso el trazado de la villa. Hicieron construir la primera vivienda de material de lo que hoy es Nueva Esperanza. La obra estuvo a cargo de un albañil proveniente de la provincia de Tucumán, don Estrabón Castro.

Este acontecimiento sentó la base para la fundación del nuevo pueblo al que llamaron Nueva Esperanza. Se demarcó a 70 metros de la vivienda de los Ruiz Vargas una manzana cuadrada destinada a plaza y dejando suficiente espacio para calles. Alrededor de esta plaza se subdividió el terreno en lotes de 30 por 60 metros, que se entregaron en donación, un lote para la construcción de la capilla, otro de una cuadra para la escuelita Los demás para aquellos que quisieran formar parte del nuevo pueblo. De estos acontecimientos surge que la primitiva Villa Vieja se fue despoblando hasta que desapareció tomando impulso la Villa Nueva Esperanza.

De acuerdo con los relatos que se transmitieron en el seno familiar, Simona en agradecimiento por haberle salvado la vida a uno de sus hijos, Francisco Cicerón Ruiz Vargas, que padecía viruela, mandó a construir una capilla, que fue inaugurada el 2 de febrero de 1869 y que lleva desde entonces como patrono a San Roque, dando origen a una fiesta que se celebra anualmente cada 16 de agosto.

Antes de esto en casa de doña Simona, mujer buena y generosa, se destinaba una de las piezas de la casona para la práctica de las virtudes religiosas, con una importante santería y un sencillo campanario. A este lugar concurrían muchos vecinos que profesaban la religión católica. Con el tiempo y el aumento de feligreses, esta pieza resultó pequeña, por lo que Simona Vargas mandó a construir de su peculio una capilla, destinada especialmente para el culto, donando toda su santería y el campanario de su propiedad.

La casa de la familia Ruiz Vargas se convirtió en el centro de todas las actividades sociales del lugar. La residencia tenía una quinta de plantas frutales que rodeaba la mansión y complementado por verdes alfalfares. Además, contaba con un molino harinero, que era útil no solo para la producción de la casa, sino para aquellos productores que desde grandes distancias llegaban para convertir sus cosechas en harina.


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