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La Argentina pospandemia, invertir en conocimiento e innovar

02/11/2020 11:08 Santiago
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La Argentina pospandemia, invertir en conocimiento e innovar La Argentina pospandemia, invertir en conocimiento e innovar

La necesidad de invertir

Nuestro país no ha logrado alcanzar un sendero de crecimiento sostenido en los últimos diez años; los resultados económicos, comerciales y sociales son decepcionantes. Pero, a diferencia de otras etapas, como la crisis económica que golpeó a la región en los años ochenta, en el actual período muchos países de Latinoamérica (Chile, Uruguay, Bolivia, Perú, Paraguay, Colombia, entre otros) han tenido una performance que ha superado ampliamente a la de la Argentina antes y durante la emergencia sanitaria. De este modo, mientras que Uruguay tiene en la actualidad —y por primera vez en la historia— niveles de producto por habitante superiores al nuestro, la brecha de ingresos en relación a los restantes países de la región se ha reducido de manera considerable.

Nuestro pobre desempeño, sumado a los niveles elevados de inflación, se ha traducido en un importante deterioro de los principales indicadores económicos y sociales estructurales, que van desde el producto por habitante, la tasa de inversión o la relación entre exportaciones y la producción, hasta los niveles de pobreza e indigencia. Y, en paralelo, en un contexto de creciente demanda de intervención pública con fines sociales, el frente fiscal se vio fuertemente afectado. Esto se tradujo tanto en una persistente y elevada presión tributaria como en una fuerte demanda de financiamiento del gobierno nacional y las provincias, generando un sendero de deuda insostenible.

En este marco, mejorar las condiciones de vida de los argentinos requiere de la concurrencia de dos precondiciones fundamentales. Por un lado, alcanzar una vía de crecimiento a mediano plazo y, por el otro, avanzar en la estabilización de las principales variables macroeconómicas.

En cualquier caso, para que tales objetivos sean sustentables a lo largo del tiempo (y no el reflejo de una simple fase ascendente del ciclo económico), se requiere que el gasto en inversión y las exportaciones jueguen un rol importante como motores del proceso.

Dicho de otro modo, no hay posibilidades de alcanzar un sendero de desarrollo económico-productivo sin un entorno estable y, al mismo tiempo, lograr predictibilidad y crecimiento requiere de un sistema productivo fuerte y complejo. En ese sentido, contar con un contexto de certidumbre macroeconómica, y con un conjunto de señales de mercado y políticas específicas que favorezcan de manera sostenida la inversión de riesgo (particularmente en sectores exportadores), adquiere especial relevancia.

Así, es necesario avanzar hacia una agenda de políticas enfocadas a dar una respuesta efectiva e intertemporalmente sustentable a los problemas fundamentales de la economía nacional. En materia de inversión e innovación, el diagnóstico precedente puede ser resumido en cinco cuestiones fundamentales:

Una tasa de inversión baja, aun en comparación con países de similar grado de desarrollo.

Inversores extranjeros del sector real poco interesados en desarrollar productos en nuestro mercado, privilegiando economías de menor tamaño y con menos historia como mercado de destino.

Un mercado crediticio de reducidas dimensiones y con escasa profundidad (de los más pequeños de América Latina), concentrado fundamentalmente en la banca transaccional y con capacidad limitada para financiar proyectos productivos, de infraestructura y (menos aún) de nuevas empresas con fuerte potencial de crecimiento.

Un gasto en investigación y desarrollo (I+D) en niveles bajos, con escasa participación relativa del sector privado. Recursos (públicos, privados y de organismos multilaterales) destinados a infraestructura básica erráticos e insuficientes, lo que genera sobrecostos e ineficiencias en diferentes sectores y regiones.

De todos modos, aun en este poco favorable escenario económico, social y político, existe un conjunto, ciertamente acotado pero relevante, de empresas que a lo largo de las últimas dos décadas han logrado generar experiencias exitosas (tanto en el plano productivo/comercial como en términos de su conducta innovadora), operando en áreas de mercado globales de fuerte dinamismo y potencialidad.

Gran parte de estas firmas son de capitales nacionales y pertenecen a diferentes sectores de actividad, que van desde la agroindustria hasta la manufactura de diseño, la biotecnología, pasando por los servicios empresariales, la digitalización y las tecnologías de la información. En este marco, planteamos las cuestiones vinculadas con las características generales del gasto en inversión en la economía nacional, para analizar luego el magro desempeño de la inversión extranjera directa.

Posteriormente, se analiza el comportamiento del sector público y privado en relación con la agenda de la innovación y la I+D, para pensar luego los factores más relevantes vinculados a la problemática de la infraestructura productiva. Por último, se realizan recomendaciones en materia de política, e instrumentos de estímulo vinculados a la agenda pública en la que se enmarca este libro.

El desafío de superar la dinámica de décadas

Países con las características sociales, geográficas y políticas de la Argentina no pueden orientar sus procesos de desarrollo a partir de sus ventajas naturales, costos salariales o localización. Por el contrario, y sin desmerecer la relevancia de tales atributos, las experiencias de algunas naciones con características similares a la nuestra muestran que ese desarrollo se basó en una combinación entre reglas previsibles, marcos regulatorios estables e incentivos a la inversión —directos e indirectos— por parte del sector privado. Al mismo tiempo, resulta relevante la concentración de los esfuerzos estatales en la mejora tanto de la infraestructura básica y la calidad del sistema educativo como en la apertura de mercados externos y la modernización de las relaciones entre Estado, las empresas y los trabajadores.

Tomando nota de dichos fenómenos, cabe a la política económica generar las condiciones para lograr un importante y sostenido incremento en inversión fija por parte de las empresas que operan en el país.

Es necesario favorecer y estimular la implementación de enfoques innovadores, tanto en los productos como en el gerenciamiento de los recursos humanos y de procesos. Así las cosas, el desempeño del gasto en inversión reciente se ha ubicado en niveles inferiores a los necesarios para posibilitar un proceso sostenido de crecimiento a mediano plazo. Dicho fenómeno se ha agudizado a lo largo del último trienio , habida cuenta de que, en los ciclos recesivos, la contracción del gasto en inversión suele ser notoriamente mayor al correspondiente al producto y al del resto de los componentes de la demanda agregada (consumo y exportaciones netas).

Una comparación entre economías de características diversas, pero con un comportamiento favorable en los últimos treinta años, muestra que la tasa de formación bruta de capital fijo, es decir la inversión, en la Argentina se ubica sensiblemente por debajo de otras, con una tendencia divergente en las últimas décadas.

Por ejemplo, en México dicha tasa de inversión pasó del 19,4% de la producción nacional en los años ochenta al 22,2% en la primera década de este siglo; en Uruguay trepó del 14,1% al 20% en dicho período, y en Colombia aumentó del 17,6% al 21,9%. Más aún Corea del Sur o Australia, que mostraron ratios de inversión superiores al 25% en la última década.

En cambio, la Argentina exhibió un retroceso del 19,9% del producto nacional al 15,8% en el período en cuestión. Uno de los factores que impulsan el crecimiento está relacionado con el aporte que a ese respecto realizan empresas y capitalistas no residentes en el mismo. Dichos recursos no se vinculan —salvo algunos casos excepcionales— con el cumplimiento de compromisos políticos entre países, sino con el aprovechamiento de oportunidades de negocios, para cuya obtención hay que tomar algún tipo de riesgo.

En este sentido, y más allá de los vaivenes de la cambiante coyuntura nacional y global, los flujos internacionales de inversión extranjera directa, conocidos como IED, orientados a países en desarrollo, se han incrementado fuertemente en relación a los existentes a principios de los años noventa, habiendo pasado así de unos 35.000 millones de dólares a más de 700.000 millones de dólares en el último bienio.

Así, cuando el país atraviesa por un ciclo ascendente, resulta natural que, al mismo tiempo que las empresas de origen nacional incrementen de manera paulatina sus inversiones en diferentes tipos de proyectos productivos, surja un conjunto de empresas pertenecientes a no residentes con interés en desarrollar nuevos negocios en el país o bien adquirir porciones totales o parciales de empresas nacionales ya existentes.

De este modo, el volumen de capitales en concepto de inversión extranjera directa recibido por la Argentina durante la década de 1990 guardaba cierta relación con el tamaño relativo de nuestro país en el contexto regional (esto es, inferior al de países como Brasil y México, pero por encima de economías de menor tamaño relativo, como Chile, Perú o Colombia).

No obstante, en lo que va del actual siglo, el balance a realizar en relación a esta cuestión muestra resultados notablemente diferentes. Y así como las tasas de inversión se han mantenido —en promedio— en niveles relativamente bajos, no resulta sorprendente que la performance del país como receptor también haya sido desfavorable, tanto en términos absolutos como relativos, a los restantes países de la región.

Así, de haber sido el tercer receptor de inversión de América Latina, durante los primeros diecisiete años del siglo en curso la entrada de capitales ha sufrido un fuerte retroceso; así, pasó a ubicarse por debajo de economías no solo de menor tamaño, sino que al mismo tiempo tenían mucha menor experiencia en este tipo de actividades. Como resultado de ello, el stock de inversiones extranjeras radicadas en el país ha evidenciado una importante contracción en comparación con lo que se observa en nuestra región.

La Argentina ocupa el sexto puesto en términos de stock de inversión extranjera y el séptimo si se considera el stock por habitante (con menos de la mitad que Perú, quien ocupa el sexto puesto). En un escenario internacional turbulento surgen oportunidades para las economías en desarrollo. Los conflictos entre los Estados Unidos y China, que se agudizarán en el período pospandemia, en un contexto donde las cadenas globales de valor explican la mayor parte del comercio mundial, pueden generar cambios en las estrategias empresariales de mediano y largo plazo. Esta posible reconfiguración de las redes de proveedores mundiales en los próximos años es una gran chance para los países que busquen lograrlo, en especial frente al presente escenario.

Para la teoría económica tradicional, los países en desarrollo son normalmente receptores netos de capitales en materia de inversión extranjera directa. Estos suelen tener restricciones intrínsecas, tanto en materia de capital financiero como de animal spirits, es decir, del espíritu emprendedor que busca crear y generar fuentes de producción y empleo.

Aun así, en las últimas décadas y por diferente tipo de razones, algunos países emergentes se han transformado en importantes exportadores de capital productivo, como reflejo tanto de las limitaciones existentes en sus mercados locales en términos de tamaño (por ejemplo, Corea del Sur) como de la necesidad de asegurarse la provisión de algunos recursos naturales o materias primas (por ejemplo, China o la India). Más allá de situaciones específicas, el motor central de la exportación de capital productivo está vinculado con el objetivo de algunas empresas de aprovechar y poner en valor capacidades, aptitudes y activos intangibles generados en el país de origen.

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