“Yo les doy la vida eterna” “Yo les doy la vida eterna”
Se celebraba en Jerusalén
la fiesta de la Dedicación del
templo. Era invierno, y Jesús
se paseaba por el pórtico de
Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le
preguntaban: “¿Hasta cuándo
nos vas a tener en suspenso?
Si tú eres el Mesías,
dínoslo francamente”.
Jesús les respondió: “Os
lo he dicho, y no creéis; las
obras que yo hago en nombre
de mi Padre, esas dan testimonio
de mí. Pero vosotros
no creéis, porque no sois de
mis ovejas. Mis ovejas escuchan
mi voz, y yo las conozco,
y ellas me siguen, y yo les
doy la vida eterna; no perecerán
para siempre, y nadie
las arrebatará de mi mano.
Lo que mi Padre me ha dado
es más que todas las cosas,
y nadie puede arrebatar nada
de la mano de mi Padre”.
Las ovejas distinguen la voz de su pastor
La escena del evangelio
tiene lugar en el templo, durante
la fiesta de la Dedicación
al mismo.
En ésta se
conmemoraba la nueva consagración
del altar del santuario
que había sido profanado
años antes por Antíoco
Epífanes (164 a. C). Jesús se
pasea por el pórtico de Salomón
que rodea la gran explanada,
situada al lado Este
del templo.
Los enemigos hacen corro
a su alrededor, en cierta
manera, acosándolo como
hacen los hombres violentos
contra el justo del Sal. 22, y
provocándolo a fin de que
diga una palabra que sirva de
excusa para la condenación
oficial: «¿Hasta cuándo nos
vas a tener en suspenso?
Si
tú eres el Mesías, dínoslo
francamente”.
En el fondo, el conflicto
viene dado porque la imagen
del Mesías de aquellos coetáneos
de Jesús dista mucho
de la imagen del Mesías con
la que se autopresenta el
Maestro de Nazaret.
Mientras
la primera responde a
un líder nacionalista y político
contra la ocupación romana,
Jesús se identifica con
el Mesías de la promesa davídica
encarnado en el pastor
de Ezequiel, que “apacienta
a sus ovejas y las hace
reposar, busca la oveja
perdida, recoge a la descarriada,
venda a las heridas,
fortalece a la enferma” (Ez
36,15-16). Sus obras, los signos
realizados, han ido mostrando
esa realidad, pero no han
querido creerle porque no
son de sus ovejas. En cambio,
sus ovejas escuchan su
voz, y él las conoce en sus
luces y sus sombras. Las
ovejas del rebaño de Jesús
distinguen la voz de su pastor
entre las miles de voces
que escuchan (Jn 10,3) y van
tras él porque saben que solo
él puede ofrecer la vida
para siempre , esa que
transforma toda la existencia,
aquí ahora, y luego en “la
otra vida” o mejor en “la vida
otra”; esa vida eterna no es
ni más ni menos que sumergirse
en la comunión amorosa
del Padre y del Hijo, participar
de su vida divina, unirse
a la danza eterna del Dios
Trinidad.
El evangelio me interpela
¿soy de las ovejas de Jesús
Pastor? ¿Reconozco su voz
entre otras muchas? ¿Qué
signos experimento que me
hacen saberme sumergido
en el Dios Trinidad? ¿Cómo
ayudo a otros a encontrarse
con ese Pastor cuidadoso
que da vida y vida en abundancia?