“No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra” “No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra”
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos: «No atesoréis
para vosotros tesoros
en la tierra, donde la polilla y la
carcoma los roen y donde los
ladrones abren boquetes y los
roban.
Haceos tesoros en el cielo,
donde no hay polilla ni carcoma
que los roen, ni ladrones
que abren boquetes y roban.
Porque donde está tu tesoro,
allí estará tu corazón.
La lámpara del cuerpo es
el ojo. Si tu ojo está sano, tu
cuerpo entero tendrá luz; pero
si tu ojo está enfermo, tu cuerpo
entero estará a oscuras. Si,
pues, la luz que hay en ti está
oscura, ícuánta será la oscuridad!”.
Ese tesoro de buenas obras lo llevaremos
en vasijas de barro hasta el cielo
Jesús nos dice “no atesoréis para vosotros tesoros”, pero nos
preguntamos: ¿qué tesoros poseemos o de cuáles nos podemos
apropiar?
Podemos apegarnos a las obras buenas que hayamos hecho,
apropiándonos todo el mérito de esas acciones, cuando en realidad
es un don de Dios. Si hay algo bueno en todo ello, se lo debemos
a él, que se ha valido de nosotros como instrumentos suyos.
Ese tesoro de buenas obras lo llevaremos en vasijas de barro
hasta el cielo, porque será el mérito de Jesucristo en nosotros,
que se ha valido de nuestra fragilidad para hacer su obra maravillosa,
pero siempre, siempre, es él quien mueve los hilos de nuestra
vida.
Por eso es tan importante tener la mirada y el corazón limpios,
para valorar y colocar todo en su lugar correcto y dar a cada cosa
el valor que tiene según el corazón de Dios.
Tenemos que buscarle
en la intimidad de nuestro corazón, en la oración, para entregarle
nuestro ser y ser libres caminando confiados totalmente en él.
También podemos acumular cosas, dinero, bienes, pensando
en nuestro bienestar y confort y esto en muchas ocasiones nos
lleva a cerrar y achicar el corazón, quitándole espacio al Señor,
que es el único Tesoro que tiene que llenarlo y al que debe dirigir
toda su atención y cuidado.
Si tenemos una mínima sensibilidad,
ayudaremos a los demás con alguna limosna para tranquilizar
nuestra conciencia, pero, sin tocar nuestro tesoro. No nos damos
cuenta que los tesoros de este mundo son pasajeros, nunca nos
satisfacen, porque siempre nos parecerán insuficientes y necesitaremos
tener un poco más.
El corazón se hace pequeño y se queda atrapado, preso y centralizado
en nuestro yo.
Es necesario discernir y preguntarse: ¿Tengo el corazón atado?,
¿a qué?, ¿tengo paz o continuamente necesito justificar mis
actos incluso delante de Dios?