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EL LIBERAL . Santiago

Los golpes de estado en la Argentina (Cuarta y Última Parte)

11/04/2021 00:23 Santiago
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Los golpes de estado en la Argentina (Cuarta y Última Parte) Los golpes de estado en la Argentina (Cuarta y Última Parte)

Los 53 años que separan el 6 de septiembre de 1930 del 10 de diciembre de 1983 constituyen un período histórico que ya, a la distancia de casi cuatro décadas desde su finalización, se puede considerar como un bloque homogéneo en su diversidad, con cinco golpes de estado que derrocaron gobiernos elegidos según las normas constitucionales (1930, 1943, 1955, 1966 y 1976), un golpe de estado que quiso ser legal y fue de facto civil (1962), y varios gobiernos elegidos con diversa suerte: dos períodos constitucionales completos (1932-38 y 1946-1952) ycinco períodos truncos (1938-43, 1952-55, 1958-1962, 1963-66 y 1973-1976).

Sin duda, el golpe de estado del 24 de marzo de 1976 marca una cumbre siniestra porla organización previa de varios meses, la preparación de normas con pretensión de perpetuidad, una duración muy extensa (siete años y nueve meses) y una estructura interna originalmente sólida que no resistió los avatares de la historia. Pocos dudan que la década de 1970 fue la más violenta de la vida moderna argentina, y que en la medianía de ese tiempo haya surgido el “Proceso de Reorganización Nacional” es un símbolo del deterioro político y social al que el país había llegado, y que pocos esperaban que se precipitar tal cual ocurrió.

Para dar por concluida esta serie de artículos dedicados a los golpes de estado que asolaron al país y que permiten considerar a ese período como el de la “inestabilidad institucional” por la alternancia de gobiernos de facto con democracias fallidas, dedicamos hoy esta página de “El Liberal” al quiebre constitucional de 1976, que a pesar de las dificultades actuales, sin duda que sea el último de la historia es el gran consenso que la Argentina ha logrado desde la restauración de las instituciones republicanas, hace ya más de 37 años.

Los meses anteriores al 24 de marzo de 1976

Desde la muerte del presidente Juan Perón el 1° de julio de 1974, el país entró en una pendiente decadente. La presidente María Estela Martínez de Perón no estaba preparada para enfrentar los retos de la época, y a pesar de los testimonios de sus colaboradores que aseguran que poseía contracción a las responsabilidades de su cargo, los hechos finalmente la desbordaron, al no contar con el respaldo de una estructura política sólida, ya que el partido de gobierno estaba atravesado por un conflicto brutal entre sus distintos componentes.

El incremento de la violencia de las organizaciones guerrilleras, fundamentalmente Montoneros y Ejército Revolucionario del Pueblo,fue combatido desde el Estado a través de una institución clandestina, la Triple A, y más adelante con la participación de las Fuerzas Armadas a través del operativo “Independencia” circunscripto a la provincia de Tucumán, y luego extendido a todo el territorio nacional.

Una profunda crisis económica con múltiples causas, como el aumento del precio del petróleo en el mercado internacional, el fracaso del plan “Inflación 0” y el Pacto Social, sumado al “Rodrigazo”, un ajuste de las variables económicas a través de una gigantesca devaluación y un aumento de los servicios públicos que culminó en una crisis de gobierno, donde la presidente decidió cambiar sus apoyos políticos, desprendiéndose del oscuro personaje que dominaba la escena por entonces, José López Rega, y acordando con los sindicatos más poderosos liderados por el metalúrgico Lorenzo Miguel.

En un hecho estrambótico, en setiembre la presidente pide licencia médica y se aloja en Ascochinga, en una residencia de la Fuerza Aérea, junto a las esposas de los comandantes de las tres fuerzas armadas: Alicia Hartridge de Videla, Delia Vieyra de Massera y Lía González de Fautario, conviviendo con ellas un mes. Durante ese tiempo gobernó ItaloLuder. Finalmente, y a sólo meses de las elecciones presidenciales, que se preveían para noviembre de 1976, la profundidad y multiplicidad de las crisis, sumada a la habitualidad del recurso al “partido militar” para corregir el rumbo, hizo que para fines de 1975 nadie dudara que estaba en marcha un golpe de estado.

En enero de 1976 un levantamiento dentro de la Aeronáutica produce el relevo del único comandante contrario a la intentona golpista, Héctor Luis Fautario, que sostenía ante sus pares que “había que llegar a las elecciones para que el peronismo fuera derrotado en las urnas”. El golpe estaba tan anunciado que decenas de diputados y senadores aprovecharon el receso veraniego para vaciar sus despachos en el Congreso Nacional y ante la requisitoria pública, los líderes políticos negaran tener una solución a la mano.

El “Proceso de Reorganización Nacional”

El diario “La Razón” en su edición vespertina del 23 de marzo de 1976 anunciaba con tipografía de catástrofe: “TODO ESTá DICHO”. Sólo la lealtad del jefe del Regimiento de Granaderos, custodia presidencial, salvó algo de honor para la historia al no permitir la detención de Isabel Perón en la Casa Rosada. Por eso, la mandataria fue puesta presa durante el vuelo del helicóptero presidencial que fue desviado hacia el Aeroparque, iniciando la prisión más extensa de un derrocado en la historia nacional: 5 años.

El 24 de marzo asumió el poder la Junta Militar, que se atribuyó ser el órgano supremo del Estado, formada por el general Jorge Videla, el almirante Emilio Massera y el brigadier Orlando Agosti. Ese día se conoció el “Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional”, pomposo título para el documento que otorgaba un enorme poder discrecional a los comandantes y ponía al presidente de facto un plazo de tres años de mandato. La Comisión de Asesoramiento Legislativo, formada por tres oficiales de cada fuerza, actuaba en reemplazo del Congreso. El cambio de los miembros de la Corte Suprema completaba la concentración del poder, que no iba a estar exento de conflictos feroces entre Videla y Massera, el marino con mayor ambición política del último siglo.

En una curiosa división de tareas, para intervenir las provincias se optó por repartir las 24 jurisdicciones (22 provincias, 1 territorio nacional y la Capital Federal) entre las tres fuerzas: 8 para cada una. Santiago del Estero le correspondió al Ejército y por eso gobernó casi seis años el general César Fermín Ochoa.

El 29 de marzo asumía Videla como presidente de facto y las políticas que se implementaronfueron un cambio copernicano en la orientación del Estado. La pretensión de “reorganizar la nación”, casi en una imitación exagerada de los constituyentes de 1853, se convertiría en el motor que impulsaría la falsa idea de la perpetuidad en el poder. Iba a cobrar una notable preponderancia en el gobierno la figura del ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, que finalmente sería recordado por uno de los instrumentos más ruinosos para el país: la “tablita” que fijaba un precio del dólar estadounidense con años de anticipación, a pesar de la cual el gran enemigo, la inflación, no pudo ser doblegado.

El Mundial ’78 y la CIDH

En 1978 el Campeonato Mundial de Fútbol, con el triunfo de la selección argentina, significó un respiro para el gobierno militar, acosado sobre todo desde el extranjero por las acusaciones por las violaciones de los derechos humanos. La disputa entre Videla y Massera terminó en el retiro de ambos como comandantes, con la permanencia de Videla como “presidente civil”, a tal punto que dejó de usar el uniforme militar y vestía de paisano.

1979 marca la apertura de la caja de Pandora: la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos hace público el drama de las desapariciones de personas cometidas en el marco de los operativos militares.En ese contexto Videla pronunció una de las frases más crueles en boca de un mandatario argentino: “los desaparecidos no son, no están…” para tratar de explicar lo inexplicable.

El año de los tres presidentes y el paísen guerra

En 1981 Videla es reemplazado por su sucesor en el Ejército, Roberto Viola, quien permanecería en la presidencia sólo nueve meses, para ser reemplazado por el general Leopoldo Galtieri, a quien alguien bautizó como un “general esplendoroso”. Galtieri se jactó de que “las urnas están bien guardadas”. 1982 iba a ser el peor año de la historia moderna argentina: la guerra contra Gran Bretaña, con su saldo de héroes y de combatientes posteriormente maltratados; la quiebra de la economíacon un aumento inédito de la pobreza y de la desocupación, el abandono del gobierno por parte de la Marina y de la Fuerza Aérea; la aparición de casos y más casos de violaciones a los derechos humanos; y, sobre todo la conciencia del desastre nacional,marcaron a fuego un año tristemente inolvidable para los argentinos.

Tan extraña era la situaciónque, a pesar de la derrota militar, el “último de facto” Reinaldo Bignone pudo conducir el gobierno en un estado de debilidad extrema hasta las elecciones de 1983. No existía un liderazgo político con capacidad para llamar a una coalición nacional de emergencia. El propio Bignone bromeaba en las reuniones de gabinete con la consigna electoral del peronismo: “luche y se van”, contestando que “soplen y nos vamos”.

El fin de una época

No cabe duda del aprendizaje cívico de los argentinos respecto del valor de la democracia. Haber logrado que el 10 de diciembre de 1983 se convirtiera en una verdadera bisagra en la historia es una epopeya que debe convertirse en ejemplo para enfrentar los desafíos que nos lleven a reconducir la Argentina en el camino del progreso, a través del desarrollo de los ciudadanos para que puedan realizar sus objetivos,simplemente cumpliendo los mandatos del preámbulo de la Constitución, un camino tan claro que cuesta creer que no lo sigamos con mayor asiduidad.


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