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El voto virtual

29/08/2021 13:26 Opinión
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El voto virtual El voto virtual

Me enteré por la prensa que se aproximan las elecciones y recordé que entre los derechos ciudadanos está el voto, universal, secreto y obligatorio, según estableció la llamada ley Sáenz Peña en 1912, si no me equivoco. Fue entonces cuando comenzaron a utilizarse boletas y urnas, ya que hasta entonces se votaba a viva voz: era el voto “cantado”, que exigía gran esfuerzo a barítonos, tenores y contraltos, que desde entonces pudieron dedicarse a la ópera, el coro y la canción folklórica (la que más les gustaba, por otra parte).

También vale la pena recordar que en esos años el voto estaba limitado a los varones; las mujeres recién lograron ese derecho en 1946, promovido por Eva Duarte y sancionado por ley durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón.

Como vemos, el voto se ha adecuado a épocas y circunstancias, del mismo modo que las especies renovables se adaptan al clima y el ambiente. Por tanto es una práctica maleable sobre la cual nunca está dicha la última palabra.

De acuerdo al eslogan “Votad con libertad o protestad, jamás callad” que propuse a los partidos a que pertenezco (me ahorro los nombres porque no me gusta la propaganda) me decidí a promover el voto virtual, que no figura en ninguna de las plataformas de otros competidores en la maratón electoral.

Pensé que esa consigna sería mi Rocinante en la campaña que estaba iniciando, con la que me proponía lograr una banca (banqueta o silla, no todavía un banco) en la Cámara de Desayunadores, primera etapa en mi camino hacia la Cámara de Cenadores, que según el horóscopo me espera en 2029, dicho esto en forma confidencial al tiempo que profesional: el candidato o candidata debe decir no solo lo que piensa sino también lo que siente (o presiente).

Con ese fin realicé algunas entrevistas que me servirían para sustentar mi argumento. Gracias a las webs oficiales (y la agenda de un amigo periodista) conseguí el mail del Secretario General del Juzgado Electoral de Santrago del Hastío, a quien le manifesté mi deseo de votar en forma virtual en las próximas elecciones. Su secretaria me respondió al día siguiente:

“Estimado: El Sr. Secretario le informa por mi intermedio que a través de los datos de archivo sabemos que por su edad (77) se encuentra exento de la obligación de votar, que tiene impaga la patente de su automóvil (marca francesa, sedan 4 puertas modelo 1982) y que adeuda un mes de la factura de servicios de la empresa Agua y Alegría que le sugerimos abone a la brevedad. Además le informa que el voto virtual no está admitido por el Reglamento Electoral de esta provincia. Muchas gracias por su consulta. Atentamente….”

Admirado por la eficiencia del servicio de información de ese organismo (los datos eran exactos) pagué las facturas adeudadas y decidí recurrir a otras fuentes. Logré hablar con la Defensora del Pueblo del Virreinato del NOA, que después de escuchar la consulta me dijo:

-Es cierto lo que le dijeron en su provincia. La modalidad del voto virtual no ha sido incorporada en ningún país conocido.

-Eso lo sospechaba, pero en cierto país del continente –situado al norte- se admite el voto postal.

-Otras monarquías hacen lo que les parece, nuestro organismo solo puede defender los derechos establecidos en nuestro propio reino.

-Pero –respondí- ¿no le parece que es necesario adecuar el voto a las circunstancias de la pandemia? Si hay educación, reuniones de todo tipo y trabajo virtuales ¿por qué no incorporar el voto virtual?

-Puede ser, pero para eso hay que lograr acuerdo de los poderes y la opinión pública.

Esta respuesta me daba el principal argumento para mi campaña. Debíamos saltar la muralla de la costumbre, o al menos horadarla pare hacer penetrar en el viejo mundo la posmodernidad naciente.

Necesitaba como garrocha un argumento académico, indispensable para hablar en ciertas tribunas exigentes ante las que me tocaría hablar. Consulté entonces a un respetado politodólogo que había conocido años antes, cuya proverbial modestia me obliga a omitir su nombre.

-Tu propuesta es interesante pero es difícil que sea aceptada por ahora. Aunque significaría un ahorro de unos cuantos miles de patacones, privaría a los políticos de uno de sus escenarios preferidos: la urna y el escrutinio manual. Muchos jefes de mesa quedarían sin trabajo.

-No es para tanto, solo el 30% del electorado tiene acceso a la red. Entre ellos hay personas que temen el contagio de la peste y consideran el cuarto oscuro como un lugar riesgoso. Entre ellos estamos los adultos mayores.

-Tienes razón –me dijo- pero ese pequeño sector del electorado (no más del 10%) puede modificar los resultados, que se miden por puntos. Aunque cada vez son menos, los mayores pueden cambiar el rumbo de modo imprevisible. Como ves en este cuadro, el aumento o disminución de la tasa de mortalidad se corresponden con los períodos de democracia, dictablanda o dictadura.

-¡Cielos, tienes razón! –exclamé al ver las cifras-. ¿Y cómo votaremos los sobrevivientes?

-Pues no lo sé, yo me encuentro en el mismo caso. Si encuentras alguna salida me lo avisas.

Al día siguiente comencé mi campaña.


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