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El margen de maniobra del próximo gobierno, atado al final del actual

24/03/2023 14:15 Opinión
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El anuncio reciente sobre el canje de los bonos en dólares enfatiza un elemento inconfundible de la administración de los Fernández: empecinarse en acumular una cantidad inédita de desatinos y errores no forzados y, al mismo tiempo, mostrarse dispuestos a hacer casi cualquier cosa para evitar –o al menos postergar– un descalabro económico generado por esas mismas decisiones. Todo con un horizonte temporal de cortísimo plazo y sin vergüenza de caer en contradicciones tan flagrantes como temerarias. Por ejemplo: hace apenas semanas se anunció con bombos y platillos uno de los “conejos de la galera” característicos de esta gestión económica: la recompra de bonos en dólares. Ahora se dispone lo contrario, pero con un elemento adicional: el valor de esos títulos públicos se ha desplomado. Llama la atención que ambas iniciativas tuvieran un mismo objetivo: impedir una espiralización de la inflación y la corrida cambiaria que implicaría un final aún más tormentoso para una experiencia de gobierno que, aun si las cosas no continuaran empeorando (una hipótesis sumamente optimista), se encamina hacia una de las peores derrotas en la historia electoral del peronismo.

 

Alberto Fernández no es el único que se aferra a la utopía de su reelección. Algo similar parecería estar ocurriendo en los Estados Unidos con Joe Biden. Gracias a la inestimable colaboración de la Reserva Federal, que ahora quiere aparecer firme en la lucha contra la inflación pero que había postergado el aumento de la tasa de interés a efectos de no influir negativamente en las elecciones de mitad de mandato, los demócratas tuvieron en noviembre pasado un resultado mucho mejor de lo que la mayoría de los pronósticos sugerían. Esto le otorgó un crédito político enorme a un líder débil que preside un país muy dividido internamente y que es desafiado de manera creciente, abierta y regular sobre todo por China, que logró éxitos diplomáticos notables, como el acercamiento entre Irán y Arabia Saudita, al tiempo que fortalece su vínculo con Rusia: Xi Jinping, que amenaza a Taiwán y controla Hong Kong, se ha convertido en el principal peacemaker de esta era. También lo enfrentan países marginales como Corea del Norte, que no se cansa de provocar con su arsenal nuclear. Cada vez más “peronizado”, el Partido Demócrata carece de candidatos a presidente competitivos. Sotto voce, numerosos analistas admiten que, incluso si la actual crisis bancaria no escalara, la posibilidad de reelección del actual mandatario parece limitada. “No solo por una cuestión de edad”, afirma un agudo observador de la política norteamericana. “Hemos entrado en un ciclo de presidencias de un solo mandato como resultado de una crisis política que involucra a ambos partidos, cruza a toda la sociedad y hasta pone en peligro el lugar hegemónico que tuvimos a partir de la Segunda Guerra”. Si se instalara esta cuestión en la opinión pública cuando aún faltan veinte meses para las próximas elecciones, Biden se convertiría en un “pato rengo”, apelativo que se utiliza para definir a un presidente sin chances de reelección, con un poder menguado, casi insignificante.

El presidente argentino ya se habría ganado con creces ese reconocimiento. Pero ante la ausencia de otras figuras competitivas logra, al menos en lo formal, seguir siendo parte de la ecuación del poder. El panorama es inusualmente oscuro e incierto para el peronismo: Cristina insiste en que no le interesa ser candidata, para decepción de algunos de sus dirigentes más leales; Sergio Massa está atrapado en su propio laberinto (la economía) y hasta Malena Galmarini reconoció sus dificultades objetivas para aspirar a liderar la oferta electoral del partido; Daniel Scioli aparece como un muleto respaldado y manejado por la propia Casa Rosada; Wado de Pedro quiere, pero carece de volumen político y electoral; Juan Manzur necesita asegurar primero el triunfo peronista en Tucumán, menos certero gracias al acuerdo que impidió la ruptura de JxC, para luego recién después evaluar sus chances en la segunda mitad de mayo. Esa suerte de vacío le brinda a Alberto Fernández la ilusión de postergar todo lo posible la definición de su potencial candidatura. “La pregunta es quién está dispuesto a ser el mariscal de una derrota casi segura”, asegura un exgobernador. Al actual mandatario no le disgustaría ese rol. Por eso avala, a pesar de sus públicas y crecientes diferencias, los esfuerzos de Massa por evitar una devaluación descontrolada.

 

Ese evento tendría un inmediato impacto negativo en las posibilidades electorales del FDT (recuérdese la célebre frase de José López Portillo, expresidente mexicano: “Presidente que devalúa, presidente devaluado”) y dejaría a la sociedad argentina más empobrecida. Sin embargo, una corrección cambiaria antes del traspaso de gobierno, incluyendo la llamarada inflacionaria en la que podría derivar, aliviaría la pesadísima agenda de reformas que el próximo presidente estará obligado a implementar.

 

¿Sabemos acaso cuáles serán las prioridades y urgencias de la persona a quien, víctima de su propia ambición, le corresponda asumir el poder en diciembre próximo? El país está fundido, no tiene crédito y acumulará de aquí a fin de año una brecha fiscal de entre 3,5 y 4% del PBI. Quien gane estará obligado a reducirla drásticamente, lo que implicará eliminar los subsidios, en especial a la energía y en parte al transporte, reducir las transferencias a las provincias y mejorar la eficiencia del conjunto del aparato estatal nacional. Para entender la dura restricción de crédito externo, vale esta anécdota. Un exfuncionario clave de Cambiemos recibió recientemente una llamada de uno de los gerentes de fondos más importantes de Wall Street, que aún no se repuso de las pérdidas que le generó haber comprado títulos argentinos. “Leí que pueden ganar las elecciones este año… ¿Se viene entonces un cambio de ciclo?”, indagó. “Tenemos buenas chances, pero aún falta mucho y de todas formas no creo que yo vuelva a participar del gobierno”, le contestó el ex hombre fuerte del equipo económico macrista. “Ok, de cualquier forma, necesito que me hagas un gran favor”, pidió el conocido inversor. “Lo que necesites”, respondió amablemente el experimentado economista. “No me llames durante los próximos tres o cuatro años”, remató el financista, aún antes de la crisis bancaria que generara escozor a escala global.

El próximo presidente, aun o sobre todo en el hipotético caso de que se trate de Mauricio Macri, no querrá tropezar con la misma piedra con la que chocó Cambiemos en abril de 2018: derrapar y sufrir la desconfianza del mercado por no haber actuado con decisión y responsabilidad cuando todavía estaba a tiempo. La Argentina no tendrá crédito por bastante tiempo y estará gobernada, si gana JxC, por un conjunto de dirigentes políticos que sienten muy fresco aún el sabor del fracaso y que si tienen la posibilidad de volver tan pronto al poder es por el hecho de que sus sucesores gestionaron de forma aún más ineficaz. Cometerán otros errores, eso es inevitable, pero tratarán de no repetir los mismos que derivaron en la derrota electoral de 2019. ¿También en la Argentina habremos entrado en un ciclo de presidencias de un solo mandato?


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