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EL LIBERAL . Santiago

Los golpes de estado en la Argentina -pirmera parte-

Uriburu rumbo a la Casa Rosada

Uriburu rumbo a la Casa Rosada.

20/03/2021 19:53 Santiago
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En las vísperas de la conmemoración del 24 de marzo de 1976, es un buen ejercicio recordar la historia de los golpes de estado en la Argentina durante el siglo XX. Entre el 6 de septiembre de 1930 y el 10 de diciembre de 1983 transcurrieron 53 años, más de medio siglo, de inestabilidad institucional que marcaron, sin duda, el inicio de la decadencia argentina, y cuyas consecuencias aún hoy sufre la sociedad nacional.

Los historiadores siempre buscamos hechos que, desde su curiosidad, actúen como un ayuda-memoria. Así, en los golpes de estado que sufrió la Argentina, encontramos la curiosidad de que todos comenzaron durante los meses en los que cambian las estaciones (marzo, junio y septiembre), y quienes ejercieron la presidencia por el uso de la fuerza fueron trece oficiales del Ejército, y no siendo supersticioso, que sean 13 tiene algo sugerente: es el número de la peor mala suerte.

En un ejercicio necesario de memoria histórica, vamos a recorrer los aspectos centrales de los golpes de estado que marcaron la vida argentina del siglo XX y que, en un aprendizaje duro y duradero, la sociedad y la política nacional dejaron atrás para siempre. Es importante aclarar que en este “racconto” que se inicia hoy hablaremos de cada golpe de estado en sí, y no se abundará en sus causas y consecuencias.

La Revolución de 1930

La crisis del capitalismo provocada por la caída de la Bolsa de Nueva York en 1929, la incapacidad de los partidos conservadores para crear una propuesta electoral moderna y competitiva, el evidente deterioro de salud que mostraba el presidente Hipólito Yrigoyen, y la aparición de un militar que se creyó iluminado para protagonizar una gesta histórica cambiando el rumbo del país, fueron los hechos que dieron contexto al golpe de estado del 6 de septiembre de 1930.

El general José Félix Uriburu, un hombre enraizado en la tradición conservadora de su familia salteña, y que había quedado deslumbrado por los avances técnicos del ejército alemán durante su estadía de tres años en el país teutón, iba a encabezar la primera revolución “exitosa” en la historia constitucional argentina. Participó de las reuniones clandestinas en las que se discutía abiertamente el derrocamiento de Yrigoyen, en ámbitos tales como el Jockey Club y el Círculo Militar. En la madrugada del 6 de septiembre, varios dirigentes opositores fueron hasta Campo de Mayo con la intención de lograr el levantamiento de la gigantesca guarnición militar, fracasando por la adhesión de los jefes a la legalidad.

Carente de apoyo dentro del Ejército, Uriburu decidió recurrir a los cadetes del Colegio Militar de la Nación, que a media mañana se ponen en marcha rumbo al centro de Buenos Aires. En las inmediaciones del Congreso Nacional se produce un violento tiroteo entre radicales que resisten la intentona y los cadetes, que terminan llegando a la Casa Rosada. El presidente Hipólito Yrigoyen se encontraba en la capital bonaerense, La Plata, adonde se había trasladado luego de delegar el poder en su vicepresidente Enrique Martínez, tío de Víctor Martínez, que sería el vice de Raúl Alfonsín. Yrigoyen firma su renuncia y es detenido, para ser llevado en un buque de la Armada hacia la isla Martín García y Martínez no pudo resistir la presión de Uriburu, que llegó acompañado por el capitán Juan Perón a la sede del gobierno nacional.

A través de un hecho jurídico repudiable, la Corte Suprema de Justicia, que fue consultada por los golpistas, dio validez al gobierno provisional estableciendo la doctrina de facto, afirmando que se trataba de “un gobierno de facto cuyo título no puede ser judicialmente discutido con éxito por las personas en cuanto ejercita la función administrativa y política derivada de su posesión de la fuerza como resorte de orden y de seguridad social”. Esta renuncia explícita a defender la Constitución fue un funesto antecedente que avaló esta práctica de desembarazarse de los gobiernos populares por la fuerza.

Uriburu fue acompañado por Enrique Santamarina como vicepresidente. Sus ministros representaban lo más granado del pensamiento conservador. Se estableció el estado de sitio, se disolvió el Congreso Nacional, se intervinieron las provincias en manos del radicalismo y se disolvieron las organizaciones sindicales anarquistas y comunistas. Mas adelante, puso en vigencia la ley marcial, y bajo su imperio ordenó fusilar a varios dirigentes anarquistas, siendo el más recordado Severino Di Giovanni.

En Santiago del Estero, el gobierno de facto nombra delegado federal al teniente coronel Carlos Navarro Lobeira, quien iba a ocupar el cargo sólo veinte días. Fue reemplazado por Dimas González Gowland, renunciando en octubre de 1931, para culminar el período revolucionario León Rouges. Vale destacar que entre 1919 y 1932 Santiago del Estero sufrió seis intervenciones federales, constituyendo este período uno de los más inestables de su historia moderna.

El gobierno de Uriburu merece un relato detallado, que no es el objeto de este artículo. No logró ninguno de sus objetivos y su pretensión de ser un hito en la historia quedó caricaturizada en su apelativo: “Von Pepe”. Sus últimas palabras como mandatario de facto lo definen: “el voto secreto es precisamente lo que ha permitido el desenfreno demagógico que hemos padecido”. Es claro que no creía en el derecho de los pueblos a conducirse a sí mismos.

La Revolución de 1943

Lo ocurrido el 4 de junio de 1943 fue imprevisto, como ningún otro golpe de estado en la historia argentina. El vacío político provocado por las muertes de Marcelo T. de Alvear, radical, el 23 de marzo de 1942; de Roberto M. Ortiz el 15 de julio del mismo año, antipersonalista; y de Agustín P. Justo, conservador, el 11 de enero de 1943, fue ocupado por Ramón S. Castillo, un político catamarqueño poco adecuado para esas lides. La cercanía de las elecciones presidenciales, a realizarse en noviembre de 1943, hizo que el partido conservador propusiera como candidato a Robustiano Patrón Costas, antiguo gobernador salteño y durante 20 años presidente provisional del Senado.

El fraude electoral, que se había acentuado a pesar del intento del presidente Ortiz de acabar con esa práctica, había enrarecido el ambiente político, influenciado por el contexto internacional, donde la II Guerra Mundial entre los Aliados (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y la Unión Soviética) y el Eje (Alemania, Italia y Japón) tenía en vilo a los países neutrales, entre ellos la Argentina. Los líderes partidarios eran aliadófilos, en la tradición diplomática argentina, pero el problema se dio en el Ejército, donde la preeminencia liberal estaba amenazada por el avance del nacionalismo.

A principios de 1943 se forma una logia llamada GOU, sigla hasta hoy discutida en su significado, formada por coroneles, con el objetivo de influir en la posición política del Ejército. El lanzamiento de la candidatura de Patrón Costas el 3 de junio precipitó la acción, que produjo el único golpe exclusivamente militar de la historia, ya que no contó con adhesión de ningún grupo civil, y su improvisación produjo la presidencia más corta de todas: la del santiagueño Arturo Rawson, descendiente de una ilustre familia originada en San Juan, entre cuyos integrantes se cuentan Guillermo, primer ministro del Interior del país, y Benjamín, primer pintor cuyano. El mismo día, Castillo pide la renuncia a su ministro de Guerra, Pedro P. Ramírez, quien luego de consultar a los altos mandos, se niega a irse. En la madrugada del 4 de junio, desde Campo de Mayo, 30 km. al noroeste de la ciudad de Buenos Aires, partieron hacia el centro unos 10.000 soldados al mando de los generales Rawson y Ramírez. Uno de los sublevados fue el coronel Tomás A. Ducó, con cuyo nombre se bautizó el estado del Club Atlético Huracán. El paso de las tropas por la Escuela de Mecánica de la Armada dio lugar a un cruento combate, que produjo unos 50 muertos y 100 heridos. Al mediodía Castillo se embarca en el rastreador “Drummond”, donde quedó detenido, y más adelante fue trasladado hasta el Uruguay.

Rawson llegó a la Casa Rosada y juró el cargo inmediatamente. Su condición de liberal le hizo imposible ordenar los mandos castrenses y eso produjo su derrocamiento dos días después. Este santiagueño fue el único que llegó a la presidencia, la más corta de la historia: dos días. Fue reemplazado por el general Pedro P. Ramírez, que se había convertido en el líder nacionalista del Ejército y contaba con la anuencia del GOU, donde iba a empezar a tallar cada vez más el coronel Juan Perón. La Corte Suprema volvió a avalar el gobierno de facto y hay que destacar que este golpe de estado fue el último que mantuvo la cabeza del Poder Judicial.

La falta de apoyo civil al golpe hizo que, salvo un ministro, todos fueran militares, y que los comandantes de cada guarnición designaran a comisionados municipales e interventores provinciales. En Santiago del Estero fue destituido el gobernador José Ignacio Cáceres, nombrándose interventor al coronel Ramón Brito Arigós, quien renuncia en diciembre de 1943, y es sustituido por el coronel Pascual Semberoiz, quien a fines de 1944 es reemplazado por el civil Lázaro Nieto Arana, finalizando el período exacto de tres años de dictadura militar el doctor Alberto Saá.

La Revolución del 43 tuvo altibajos notables en lo político y en lo social, pero a diferencia del golpe del 30, logró ser heredada por uno de sus integrantes, el coronel Juan Perón, quien triunfó en las elecciones del 24 de febrero de 1946. Lo que vino después es otra historia, apasionante sin duda, cuyo final será motivo de esta columna que, si Dios quiere, estará presente en “El Liberal” el próximo domingo. Hasta entonces.


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