Dolar Oficial: - Dolar Blue:- Dolar CCL:- Dolar Bolsa: - Dolar Mayorista: -

EL LIBERAL . Viceversa

Tres jóvenes escritores cuentan por qué escriben

11/04/2021 00:14 Viceversa
Escuchar:

Tres jóvenes escritores cuentan por qué escriben Tres jóvenes escritores cuentan por qué escriben

Les preguntamos: 1 Nombre, apellido y donde viven actualmente. 2 ¿Por qué (o para qué) escribes. 3 ¿Qué esperas de la sociedad que recibe tus obras? 4 ¿Se puede vivir de la literatura? ¿Cómo es eso? 5 Di algo que quieras decir, después de haber pensado para responder estas preguntas (opcional).

Facundo Gallego

1 . Me llamo Facundo Gonzalo Gallego, tengo 26 años y soy oriundo de la ciudad de La Banda, Santiago del Estero. Actualmente, resido en Tucumán, cursando los estudios teológicos de la formación sacerdotal.

2 . Escribo por dos razones. En primer lugar, como agradecimiento a Dios y a la vida, que me han llevado desde temprano por los caminos de la literatura. En segundo lugar, por el anhelo profundo de brindar arte y alegría a los corazones, proponiéndoles cuentos con los cuales recrearse y renovar la esperanza, inundarlos de nostalgia y proponerles un amor que vas más allá del sentimentalismo.

3 . Lo que más espero de los lectores es que, al leer un cuento escrito por mí, lleguen a conocerse un poco más a sí mismos. Pienso que cuando uno lee, aunque sea un texto en tercera persona, siempre se identifica con los personajes. No con uno, sino con todos. Al protagonista, sin importar que hayamos leído una descripción perfecta de su fisonomía, le terminamos poniendo nuestro rostro. Lo mismo puede suceder con el antagonista: le ponemos la máscara de la persona que más pesada nos cae. El enamorado verá a su amada en Fermina Daza; la enamorada, a su amado en Florentino Ariza. Así, hasta nuestros sentimientos más profundos serán capaces de unirnos fuertemente con todos los personajes.

Si los cuentos que redacto sirven para eso, me doy por enteramente satisfecho.

Bianca

Nunca me creí eso de que los años no vienen solos. Es más, era de la opinión de que son frasecitas hechas por los más grandes para dejar en claro que se las saben todas, que ya no hay nada para aprender, que todo ha llegado a un punto tal de solidez y predictibilidad, que la sorpresa simplemente se ha esfumado como ladrón, llevándose el color de sus pelos y la sonrisa con algunos de sus dientes. Pero las opiniones cambian, quizás gracias a Dios.

Un día me desperté y un pequeño había llegado a la casa. Vino ya con su juguete y su manta, dispuesto a conocer a fondo su nuevo hogar, a entrar en los corazones de los adultos, a revolucionar la casa en gritos y nuevas energías. Y yo, que lentamente iba sintiendo los primeros dolores y cansancios, había comprendido que ya no era la novedad, el centro de atención.

En cierto sentido, fue algo terrible. Miraba al pequeño con recelo y bronca, y hasta trataba de hacerle la vida imposible al comer o al dormir. él siempre guardaba compostura. Un par de veces se animó a levantarme la voz, pero en sus ojos negros y profundos notaba inmediatamente la tristeza de un corazón que no era lo que había manifestado, que no era un monstruo ni un ladrón de vidas y afectos: simplemente era pequeño. Era él.

Con el tiempo, él también fue blanqueando su pelo y adquiriendo sus propias y curiosas mañas. Pero todavía tiene el ímpetu joven, todavía le brota la energía y la pasión por causas intrascendentes. No lo culpo: creo que todos alguna vez hemos jurado dedicar la vida a cosas que hoy no tienen sentido. Y uno es feliz así, protestando por causas que no puede controlar, hasta que se da cuenta que hay uno o dos nortes que realmente te dan felicidad, y decide volcarse de lleno a ellos, abandonando todo lo superfluo e inútil con alegría y esperanza de ser cada día mejores. Y si hoy puedo agradecerle algo, es que me hizo comprender que crecer (¿envejecer?) vale la pena solamente si uno es mejor que ayer.

Días atrás tuve la oportunidad de expresarle todo eso. No usé palabras, sólo lo miré a esos grandes ojos suyos con una sinceridad impensada. él comprendió todo. Lo entendió desde el principio. Y creo que ambos nos sentimos plenos en ese momento, porque era la primera vez que quedaba claro que lo quería mucho.

De repente, un ruido de motores desfiló por la calle. Y él, presa de su corazoncito joven, corrió a ladrar a vehículos que hacían más ruido que su pequeño hocico.

Yo sonreí y opté por dejar de lado mi sabiduría de adulto, y uní mis humildes aullidos a su jovialidad, permitiéndome el placer de ser joven al menos una vez más en esta vida que lentamente se me está apagando.

4 . Creo que se puede “vivir” de la literatura de dos modos. Uno es muy difícil: querer ganarse la moneda a base de libros es una empresa que supone mucho talento y, paradójicamente, mucho dinero. Hay que invertir para ganar, hay que pagar para darse a conocer. Y, en la mayoría de los casos, buena parte de los doscientos ejemplares impresos terminan empolvándose en las librerías.

El otro también es difícil, pero no porque requiera dinero, sino porque requiere hallar un sentido a la labor de escribir. No se gana dinero, pero se gana sabiduría, prudencia, delicadeza a la hora de mirar la vida. Se puede “vivir” de la literatura cuando ésta nos ayuda a elaborar la realidad, a contemplarla en su profundidad, a poner en papel, sobre todo, lo que el corazón muere por decir. 

Mirada (2017)

Eh, cómo hablaba ese profe, hermano… no paraba nunca, parloteaba, cacareaba, cantaba… Era una máquina de hablar cosas tan inentendibles como oscuras. Será porque Filosofía nunca me ha gustado, sobre todo porque miro ese maldito pizarrón todas las clases y no logro captar una idea. El tipo va y viene, gastando la tiza, haciéndonos inhalar ese polvillo de colores. A veces pienso qué lejos ha quedado mi escuela del progreso: ahora existe el pizarrón electrónico. Sé que nunca vamos a llegar a ver uno. Mucho menos a tocarlo. Debe parecerse a la pantalla del celu. Uno toca algo suave, y una ligera vibración repercute en la yema del dedo (índice o gordo, dependiendo del usuario). Qué bonita sensación, sobre todo, cuando estás re enojado al enviar un Whatsapp y el celular vibra al son de nuestros toques; y qué bello es ver cómo cientos de palabras cargadas de bronca se van escribiendo en un cuadradito blanco. Y cuánta curiosidad se despierta cuando escuchamos un audio y se siente el ruidito de la vibración o del parlantecito: “¿con quién estará hablando este personaje? Seguramente con la ex, que tantas veces quiere volver, y él es tan mandao’ que la sigue buscando aunque no le convenga, como ya le he dicho otras veces…”

Para el colmo, por la ventana entra ese olorcito a hamburguesa que vende el tipo del carrito. El muy vivo sabe cómo atraer clientes. Claro, en una escuela matutina, poner un carro de hamburguesa a la salida, a las doce del mediodía, es un gran negocio: los changos y las chinitas vamos corriendo a gastar nuestros pocos pesos en hamburguesas y gaseosas, suficientes para calmar el hambre de las fieras.

Ya no queda nada por hacer más que volver a la vieja táctica de mirar para todos lados y tontear para matar el aburrimiento. El tipo sigue diciendo cosas que ya no tienen la menor importancia para mí.

¡Ah, pero qué más! ¿Cómo no aprovechar para deleitar mis ojos con aquella hermosa muchacha que toma atentamente los apuntes? Total, estoy a unos tres metros detrás de ella, y encima en diagonal. ¡Ya veo que se dé cuenta de que la estoy mirando con todo el amor que le tengo desde el segundo año! Tiene las piernas cruzadas, la derecha sobre la izquierda, a un costado del pupitre. Atiende, se nota que va aprendiendo cosas nuevas sobre Aristóteles, Tomás, Jium, Quirquegar y todos esos tipos que vivían del pensamiento en los siglos pasados. Se nota que va hilvanando ideas sobre la transmigración de las almas y de la dialéctica jegueliana. Se nota que ella admira al profe, viejo aburrido que no sabe otra cosa que volar y nunca bajar a la tierra. Se nota que cuan…

¡NO! ¡Me descubrió! ¡Me agarró mirándola con esta cara de tontito enamorado! ¡Rápido, maniobra de escape! ¡Miremos para otro lado! Listo… problema resue… ¡Momento! ¿Acaso vi mal? ¡¿ACASO ME SONRIó!? Mejor me doy vuelta para ver nuevamente.

En efecto, la curva de sus labios era tan amplia, tan increíble, tan radiante…

Y me clavó la mirada de ojos bien marrones justo en el momento en el que me sonaba la alarma para despertarme.

Marcela Alluz

1 . Marcela Alluz, soy de Santiago del Estero, vivo en Córdoba desde hace 27 años.

2 . Escribo porque es una pulsión que me atraviesa, mi manera de decir, de andar, de contarme a mi misma quién soy. La escritura me ha permitido ser otra y tener otras voces, poder expresar desde las letras historias dan cuenta de todos los mundos que habitamos.

3 . “Si es que esperas algo y en todo caso por qué no esperas nada...”

Espero que quién lee se conmueva, que se identifique, que puedan sentir las emociones que intento expresar. Muchas cosas espero, como lo hace toda aquella que pone una botella en el mar, con la esperanza de una otra que la encuentre. Sobre todo espero ser leída, y que se dejen acunar por la cadencia las palabras.

4 . Se puede vivir cuando una ha sido criada entre libros y ha aprendido a respirar Literatura. Se vive leyendo, escribiendo e imaginando que la vida suele ser a veces una ficción de la que somos personajes. Si la pregunta es respecto a lo económico, a mí aún no me ha pasado todavía. Si bien, me ha dado muchísimas satisfacciones y he dado con editoriales muy generosas, por el momento preciso dedicarme a mi profesión, que es la Psicopedagogía y la docencia.

5 . Quisiera agradecer a las lectoras y lectores santiagueños por el enorme cariño, por leerme, por la compañia inclaudicable en las presentaciones y la generosidad en comprar mis libros. Creo firmemente en la necesidad de escuchar historias, de leer cuentos, del deseo primario y ancestral de reunirnos frente al fuego, al libro y dejar circular historias que nos permitan vivir otras vidas, tener otros ojos y jugar con los destinos de las protagonistas como si fueramos nosotras quienes van y vienen por las palabras.

Qué me importa que las Malvinas sean de quién sean si mi hijo se me murió en la guerra. Que me importa que la Margaret sea inglesa o Galtieri un borracho jugando al Ludo. Cuando se te muere un hijo, y vos sabes que nunca más va a andar por ahi riéndose y haciéndote renegar, preguntándote qué hay para comer o revisándote el monedero. Cuando se te muere un hijo vos sabes que la bandera es un trapo de color atada a un palo. Y que el orgullo por la patria, el amor a los símbolos, el himno y el escudo, los honores y la gloria son palabras y nada más.

Yo quería a mi hijo vivo. Con las Malvinas inglesas o argentinas o noruegas, pero vivo. Entre mis brazos. Vencedor, vencido, traidor o vendepatria. Pero aquí, de este lado de la tierra. Aquí del otro lado de la muerte. Y no esta pregunta entrelazada a mi sangre lacerándome la conciencia mientras pienso cómo, dónde, en brazos de quién, de qué manera. Guardense los honores. No los quiero. Y no me vengan con tras su manto de neblina, porque en neblinas ando desde que no lo tengo. Y desde ahi te escribo. Sin colores, sin banderas, sin mañanas. Sin hijo.

Qué me importa Del libro Brasas Ed. Sudestada Marcela Alluz

Un pequeño ruido lo delataba. Un pestillo que golpeaba el

metal del portón cuando bajaba. Yo sabía entonces que él

llegaba y la tarde, triste como eran las tardes de la infancia se encendían. No salía a recibirlo. No. No me echaba a

sus brazos cuando aparecía ni me levantaba a saludarlo. Era

un cruce. Un cruce pequeño de miradas. él atravesando la

puerta de madera y vidrios amarillos. él y el tintinear de sus

llaves colgadas del cinto. Sus pasos seguros. Su presencia.

Su presencia inmensa que me aseguraba que él estaba y que

toda la tristeza también podía ser alegre y caber, caber por

un instante en ese cruce de miradas con el que nos queríamos.

De noche, a veces, cuando la oscuridad se cierra y la soledad se eleva como una densa niebla sobre el pasto, yo escucho ese ruido. Ese ruido metálico de la infancia. Y aunque

no esté, clavo en mi padre los ojos. Y lo miro, lo miro, lo miro.

Hay padre. Ay, padre.

Marcela Alluz. Del libro Brasas. Ed. Sudestada.

La Cuello no se reía, no saltaba a la cuerda, no llevaba merienda ni siquiera se peinaba.

Mi mamá no me deja, le decíamos cuando nos pedía prestadas las fibras de brillitos. Tu casa queda muy lejos, repetíamos cuando no le dábamos la invitación para un cumpleaños.

Sabíamos todo de ella. Qué se subía las medias cuando pasaba al frente, que apretaba fuerte el lápiz, que no usaba colores, que guardaba los útiles en una bolsa de súper.

Todo sabíamos. Todo. Menos que su madre se había ido cuando tenía dos años, que su tío le subía la falda algunas tardes cuando quedaban en su casa, que tenía un padre que tomaba mucho y que la foto que guardaba en su carterita era la del hermano muerto en un asalto.

Ella levantaba un hombro, así, diciendo qué me importa cuando no la elegíamos para hacer grupo y la maestra nos obligaba a incorporarla en alguno.

La misma maestra que una vez preguntó quién sabía bailar y la Cuello brilló como una hoguera en el festival de fin de año.

La misma maestra que le regalaba crayones y le ponía Excelente a sus pruebas de lápiz apretado fuerte.

Yo era parecida a vos, le dijo un día la seño y le pasó la mano por el pelo.

Yo era parecida a vos, le dijo y le abrió los sueños para creer que ella también, ella también un día podía ser como la seño.

Un relato de Marcela Alluz que pertenece a su libro “Brasas. Relatos de vidas desabrigadas”, editado por Ed. Sudestada.

Matías de Rioja

1 . Matías de Rioja nació en Cipolletti, Río Negro en 1981. Actualmente vive en Buenos Aires. Es psicólogo, docente universitario, escritor y viceversa. Actualmente está presentado su nuevo libro “La pausa del mundo” editado por Hojas del Sur. Anteriormente publicó los libros de poemas “Mufasa no debió morir: escritos por si acaso” (2014) y “Tal vez esperabas otro cosa” (2017). Además colabora con diversos medios gráficos.

2 . Difícil tener la certeza de por o para qué escribo. Pero de todas las respuestas que se me aparecen, la que más me gusta es la de que escribo por el lector que fui. Con el deseo –egoísta quizás- de generar en otros, lo que otras voces generaron en mí.

3 . Esperar algo de la sociedad me parece demasiado ambicioso. En línea de lo que decía antes, en todo caso lo que espero es que el lector converse con mis textos. Quiero decir, que el lector se interpele, se conmueva o incluso se moleste, pero que no le sea indiferente.

4 . Habría que definir qué es “la literatura”. Pero si te referís a la cuestión económica, supongo que un puñado, muy pocos, pueden vivir “de” la literatura. A mí me alcanza con vivir con la literatura. Leyendo, escribiendo, conversando, cosa que hago desde muy chico. Aunque entiendo que el arte debe remunerarse, y que algunos colegas busquen o necesiten de la literatura como un medio de subsistencia, en mi caso, leer y escribir no necesariamente tiene que tener alguna utilidad. Es esa detención inútil, esa que no puede medirse en términos productivos, lo que me seduce de la literatura. De todos modos es un debate interesante.

5 . Como escribí en alguno de mis textos, supongo que escribo para estar menos solo, con el deseo de que en otra mirada me encuentre.

Síntomas

Nos preocupa cualquier asomo de enfermedad: una tos aislada,

una línea de temperatura, y el olvido del codo al estornudar.

Aprendimos a lavar con frenesí nuestras manos, cómo se desinfecta cualquier superficie y a salir, -con resistencia apenas lo necesario.

Lo que no sabíamos es que escapando de unos síntomas, aparecerían otros.

La cantidad de pensamientos oscuros que caben en un minuto, lo necesaria que se vuelve otra piel, la lentitud con la que se esconde el sol.

Desconocíamos lo insoportable del ocio sin el mandato de producir, y que,-como dice Nina- el confinamiento podía ser un privilegio. Ya no sorprende la compulsión a exhibirlo todo, ni la desesperación de algunos frente a su intimidad.

La sutil diferencia entre el aislamiento y la soledad.

Si, escapando del síntoma, aparecieron otros.

La obsesiva necesidad de expulsar afuera lo que llevamos dentro, lo mucho que puede decirnos el silencio, lo frágil que nos vuelven las ausencias, y lo inmortal de ciertos abrazos.

Quizás algo quede de todo esto: La confirmación de que la vida empieza en el otro y termina en uno.

Ojalá nunca más al revés.

Lo que debes saber
Lo más leído hoy