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EL LIBERAL . Viceversa

Cuento

La miraban y sabían que ella no era ninguna

inocente. Iba a clases sin peinarse, con los

rulos que espantaban viejas y con una modorra

que la seguía como sombra.

Esa era ella.

Durante las clases de verano, nuestra querida se

quedaba a supervisar el movimiento de las aspas del

ventilador mientras la profe hablaba.

¿Que sabía de la vida la profe de psicología si era

una cheta más?

Ella era una mujer de mundo y le podía enseñar un

par de cosas. Miraba a la profe, hablando con ese tonito

condescendiente de todos los que tienen un peso

en el bolsillo, y que caen en la educación pública como

fuente laboral.

Si es cierto, la educación libera, no lo iba a negar,

pero la liberación que ella buscaba era distinta.

Quería liberarse de esa ciudad, conocer el mundo,

escupirle en la cara a la policía mientras paseaba por

las calles de París, y para eso hacía falta plata y mucha.

Algo que ella no tenía y otros sí.

Todas las noches, ella se quedaba estudiando sobre

criptomonedas, las analizaba y pensaba posibles movimientos

para poder salir a flote. Siempre le faltaba

algo, nunca era suficiente. El factor dinero era el más

grande, pero no era el único. El conocimiento era lo

más difícil de conseguir, el saber qué comprar y a qué

costo, pero ella era inteligente podía darse el lujo de

aprender a escondidas.

Había que seguir jugándoselas de la chica tonta del

colegio. Nadie desconfía de un tonto porque son carne

de cañón. Siempre están, como el escombro, estorbando,

ya se volvieron parte del paisaje.

Cuando nuestra amiga finalmente consiguió la información

que necesitaba, el aprender a saber hacer,

se volvió imparable.

Ahora solo faltaba el dinero. Pensó en esa profe

que buscaba tanto ayudar a superarse y ser mejor cada

día, esa profe de psicología era la solución.

Un día, aburrido y melancólico como todos, le pidió

a su profe su celular para poder llamar a casa, necesitaba

que la buscaran. Pobre profe nunca supo el

error que estaba cometiendo, porque en menos de

diez minutos, tenía instalado un programa de seguimiento

y un pescador de información en su teléfono

antes de devolver el aparato.

Nuestra querida desalineada fingió un llanto digno

de un Oscar que le trajo como premio poder escapar

a su casa.

Profe, yo que usted, no la dejaba ir.

Al llegar a su casa, limpió las cuentas de nuestra

querida docente, pero agradezco que la estudiante haya

tenido códigos, al menos no compartió las fotos de

desnudos de la profe.

Tremendas, por cierto, no se privaba de nada ni de

nadie. Picarona.

Cuando se despertó, al día siguiente, el dinero, ya

no estaba ahí. Llamó a la policía, pero nadie pudo hacer

nada.

No había huellas, ni rastros de lo que había pasado.

Solo una estudiante que miraba con cara de estúpida

las aspas del ventilador

Lo que debes saber
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