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Experiencias de una semana misionera en el monte santiagueño

27/08/2017 00:00 Interior
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Experiencias de una semana misionera en el monte santiagueño Experiencias de una semana misionera en el monte santiagueño

Tras una semana de predicar en Guayacán, departamento Pellegrini, cerca de San José del Boquerón, departamento Copo, María de la Paz Porres (integrante del grupo misionero San Francisco Javier, de Buenos Aires), contó en primera persona la experiencia vivida junto a sus compañeros Guadalupe Maldonado y Sebastián Castellini. Allí vuelca todos sus sentimientos, lo que significa para un misionero llegar a un lugar nuevo, conocer gente, compartir y decirles adiós hasta el año próximo, como la mayoría de quienes apartan tiempo de su descanso anual para visitar a personas menos favorecidas, al menos en lo material, con quienes comparten otro tipo de riqueza, más espiritual. María es hija de misioneros. Ellos se conocieron misionando, se casaron y formaron una familia. Desde pequeña, María viaja a San José del Boquerón. éste es su relato.

"Nuevamente una semana de visita por el monte santiagueño, esta vez en un paraje de nombre Guayacán, Pellegrini, del otro lado del río (Horcones). Hace 17 años que voy y me vuelvo a sorprender siempre casi como si fuera la primera vez; me sorprendo del lugar, me sorprendo de los avances, del paisaje, pero ante todo no dejo de sorprenderme nunca de su gente".

"Todo fue regalo desde el minuto uno, recién llegados al Boquerón nos vinieron a buscar tres personas en moto desde Guayacán (25 km), nos subieron a cada uno en una con bolsos, matera y guitarra en mano y allá fuimos, por el medio de la tierra del monte hasta cruzar el río por un puente colgante y llegar a destino para comenzar la aventura del compartir".

"Los días en el paraje arrancaban temprano, dos o tres chicos y algún que otro adulto ya estaban esperándonos afuera de la capilla donde dormíamos con el fuego prendido y algo para compartir. Después del desayuno se acercaba alguna familia para invitarnos a su casa a tomar unos mates, nos llevaban y compartíamos la mañana. El almuerzo siempre estaba planeado en alguna casa antes de que nosotros pensemos en planearlo. Durante la hora de la siesta volvíamos a la capilla de ‘San Esteban’ y algún vecino aparecía con ingredientes para cocinar o con el pelo mojado listo para que ‘los misioneros’ le hagan un corte, y con una excusa u otra compartíamos la tarde ahí mientras aparecían más y más vecinos".

Traer a Jesús

"El momento más importante del día se daba justo antes de la puesta del sol, terminaba de llegar toda la comunidad y armábamos la ronda alrededor del fuego, chicos jóvenes y adultos, todos mezclados en un mismo lugar para traer a Jesús y hacer la Celebración de la Palabra. Durante la celebración, el sol se ponía justo detrás nuestro, dejándonos en la oscuridad y pasando a ser iluminados por el fuego, sintiendo también el fuego interno por la alegría de compartir a Jesús en comunidad".

"A la noche, la cena también estaba pensada en alguna casa y hacia allí íbamos, a seguir comiendo, guitarreando y compartiendo. Y una vez terminada, volvíamos a agradecer el día vivido y a dormir para arrancar otro intenso día de desbordante alegría y bienestar".

"La última noche se armó fiesta en la capilla con asado, empanadas y música. Cada uno aportó lo que tenía, desde el motor y las luces hasta la carne y la papa, y entre todos se fue armando una gran fiesta, reflejo de una gran semana compartida".

"Dios nos muestra a través de esta gente que nos podemos sorprender cada día, que lo importante está en lo simple, que como dice San Ignacio: ‘No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar internamente de las cosas’. Fue una gran semana de misión y entrega, pero por sobre todo de recibir y aprender, y de buscar ahora traer un poco de monte a la ciudad".

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