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POESíA DE GASTóN MERINO
TIEMPO DE HUAYRA MUYOJ
Así, de inconfundible peregrinar
sembrando rechazo entre el rancherío,
(Sin pedir permiso)
ha tomado presencia en la picada 12.
Y en el dilema de su malvado trayecto,
aún indeciso por cuanto se bifurca el camino
ostenta el susto
también
frente a las huahuas
que eligen disparar
algunas tras el corral de las chivas,
otras dentre la arcaica morada,
mientras que las penositas almas
quedan a solas
con la tétrica figura.
Tiene desde aquí
hasta lo de Los Corvalan
legua, legua y media.
de ahí,
otro tranco más hasta Delfor.
Y ya que ni los ancoches lo frenan
ni las jarillas ni los golpeados quebrachos
no queda otro modo más…
Es ahí donde se sintetiza
que en la vieja Ciudad del Barco
-preciso el monte, digo-
no hay germen vacuo
ni hora para los miedos,
La pereza.
Las viejas
Cortan la línea divisora
de la tranquera;
piden
cruz en mano,
querellando al diablo,
que de inmediato se retire
por el camino arenoso
que eligió para venir.
El supay se marcha,
y se lleva consigo
su coqueto remolino.
POSTAL DE NIÑO
Tengo
(por encargo del corazón)
una repetición táctica
de postales
profanadas al umbral del alma
y clavadas en la retina de mi deceso.
Allá observo
mi majada cómplice
multitudinariamente solos
deliberando el juego,
apaÑándose de a uno
presumiéndose
las tenues glorias de la edad primera
me veo niÑo
andando a deshoras de siesta
buscando la llave para ser mayor;
luego me veo chango
empotrando lágrimas al tiempo
deseoso
de volver al niÑo que fui
los humedales llorosos por el reto
las alamedas cruzadas en la ofensa
pocos son los lamentos
que cargo en mi sombra
cansada de imitar los pasos erráticos
de mi cadáver.
Anhelo correr tras los huayramuyoj ciudadanos
que habitan la patria de la polvareda
descalzo yo
abdicando la pelota
como atracción total;
Ya no hallo mi baldío de pencales
mi séptimo pasaje;
los arcos que daban júbilo a las tardes
no son entes,
hoy hay un puente de colectivos,
como si mi criatura elucubrara viajes
al hombre en pena que soy hoy.
Dieguito es Diego,
Anita yace en algún lugar
que sólo ella sabe;
yo
-que antes era otro-
hoy predico errante
la lástima del desamor
del lapacho blanco que alquilaba mi pórtico
sólo está el calicanto mal armado
que mi padre en su afán de macho
intentó armarle para mamá
corro las palomas
que se estacionaban en los prados de mi carne
grito
con eco de siglos
preguntando
cómo se retorna
a la inocencia del plato roto
al gueto catatónico de mis soldados de plomo
de mi chalequito inútil
como para retener el paso de los aÑos.
En síntesis
promulgo un acobardamiento de soles,
por eso
honro mi infancia con silenciosa diáfana:
no habrá apotemas que valgan
-como cálculo finito-
tras desmoronarse mi soledad
en este abrazo de coraje
partidario de muerte.