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Fray Mamerto Esquiú, el orador de la Constitución de 1853

23/06/2019 00:16 Santiago
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Fray Mamerto Esquiú, el orador de la Constitución de 1853 Fray Mamerto Esquiú, el orador de la Constitución de 1853

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Las historias de la Argentina y de la Iglesia pocas veces se entrelazaron y se convirtieron en el mismo camino como a través de la vida de Mamerto Esquiú. Fraile franciscano, ciudadano intachable y obispo entrañable, la significación de este hombre en el contexto de la organización nacional y de la fundación de la república es muy importante, y su recuerdo prevalece al olvido, atravesando disputas ideológicas, antinomias políticas y luchas sociales. Junto a la relevancia de los sacerdotes que habían firmado la Independencia de las Provincias Unidas el 9 de julio de 1816 y luego fueron obispos de la patria liberada: Fray Justo Santamaría de Oro, de San Juan de Cuyo; y José Eusebio Colombres, de Salta, la personalidad de Esquiú ocupa la cumbre entre los hombres de la Iglesia argentina de la segunda mitad del siglo XIX.

Familia e infancia

Mamerto de la Ascensión Esquiú Medina nace el 11 de mayo de 1826, durante la presidencia de Bernardino Rivadavia, en el pueblo de San José de Piedra Blanca, a 13 km de San Fernando del Valle de Catamarca. Hijo de Santiago y de María de las Nieves, es el mayor de tres hijos. Su padre es un catalán que llega al Río de la Plata y luego del estallido de la revolución el 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires, se moviliza al Alto Perú y forma parte del ejército realista al mando del general Pío Tristán. Participa de las batallas de Tucumán, el 24 de setiembre de 1812 y de Salta el 20 de febrero de 1813, donde es tomado prisionero y juramenta frente al general Manuel Belgrano no volver a tomar las armas en contra de la revolución a cambio de su libertad.

Es así que Santiago Esquiú se radica en Catamarca, se casa con María de Jesús Salas de Correa, y al poco tiempo muere junto al primogénito, en el parto. Vuelve a casarse, esta vez con María de las Nieves Medina. El hermano de Mamerto, Odorico Antonio, se convertirá en el patriarca de una tradicional familia salteña vinculada con los Leguizamón y los Saravia. Mamerto fue llamado así porque nació el día del santo homónimo y en ese año de 1826 coincidió con la fiesta de la Ascensión del Señor. Desde muy pequeño mostró signos de mala salud, que llevó a los padres a encomendar su vida a San Francisco de Asís, a tal punto que a los cinco años lo vistieron con el hábito seráfico, que Mamerto no abandonará jamás.

Su vida franciscana en el país

A los nueve años, en vista de su inteligencia, la familia se traslada a San Fernando del Valle para inscribirlo en la escuela de San Francisco. Ingresa al noviciado del convento franciscano de Catamarca el 31 de mayo de 1836, con diez años de edad. Ese año será duro para la familia Esquiú, ya que pocos días antes, María de las Nieves sufre una caída del caballo con su hijita de tres meses, que provoca la muerte de ambas. Esta tragedia no interrumpe la firme vocación del hijo mayor. A los 12 años inicia los estudios de filosofía, a los 15 los de teología y los culmina a los 17 con la calificación de sobresaliente. Hace sus votos religiosos el 14 de julio de 1842.

Es ordenado sacerdote el 18 de octubre de 1848, recordando siempre a sus maestros Ramón de la Quintana y Wenceslao Achával, quien será obispo simultáneamente a Esquiú, en Cuyo. Dedica su vida apostólica a la educación. Sus sermones comienzan a trascender las fronteras de la provincia. Los acontecimientos nacionales no le son ajenos y sigue con atención todos los hechos posteriores a la batalla de Caseros. Se entusiasma con el Acuerdo de San Nicolás y la convocatoria a un Congreso Constituyente en Santa Fe, para fines de 1852.

Fray Esquiú trasciende al escenario nacional con su sermón brindado en la iglesia matriz de Catamarca, el 9 de julio de 1853, en el que realiza una encendida defensa de la Constitución sancionada poco antes, y del general Justo José de Urquiza. Tal fue la repercusión, que el entrerriano mandó imprimirlo para su reparto en todas las provincias y se considera que fue este discurso vital para la aprobación en todas las legislaturas del texto fundacional: “¡Argentinos!: es por esto, que al encontraros en la solemne situación de un pueblo que se incorpora, que se pone de pie, para entrar dignamente en el gran cuadro de las naciones, la religión os felicita, y como ministro suyo os vengo a saludar en el día más grande y célebre con el doble grandor de lo pasado y de lo presente, en el día que se reúne la majestad del tiempo con el halago de las esperanzas”. El ejemplar autógrafo está depositado en el Archivo General de la Nación.

Su presencia en la política provincial es fundamental para sancionar la Constitución de Catamarca, donde en 1855, es vicepresidente de la convención. Saluda con otro sermón la asunción de las primeras autoridades constitucionales catamarqueñas en 1856. Es elegido diputado por el departamento de Valle Viejo y desde ese cargo promueve la minería, crea rentas públicas, funda escuelas y fomenta el periodismo. “El Ambato”, uno de los primeros diarios del noroeste argentino, contiene los textos periodísticos de Esquiú.

Su vida religiosa en el extranjero

Los acontecimientos que precipitaron el enfrentamiento entre la Confederación y Buenos Aires mellaron su ánimo y pidió permiso para irse al convento franciscano de Tarija, en Bolivia, algo que había deseado desde joven. El 16 de mayo de 1862 Esquiú llega a Tarija, consagrando su vida a la oración y al estudio. Allí comienza la escritura de su “Diario de Recuerdos y Memorias”, una suerte de testamento espiritual biográfico.

Fue nombrado profesor de teología en el Seminario de Charcas y colaborador directo del Arzobispo. En 1868 fundó un diario de orientación religiosa al que llamó “El Cruzado”. Su defensa de la Iglesia en el ámbito periodístico fue tan eficaz que el papa Pío IX lo felicitó por su tarea.

Sus dos obispados: Buenos Aires rechazado y Córdoba aceptado

El 28 de julio de 1870, mientras participaba del Concilio Vaticano I, muere el primer arzobispo de Buenos Aires, Mariano de Escalada. El presidente Domingo F. Sarmiento envía la propuesta al Senado para el nombramiento de Fray Mamerto Esquiú como sucesor de Escalada. Durante el trámite, el 12 de diciembre de 1872 el franciscano envía su renuncia desde Tarija, se va a Ecuador y Perú, y retorna a Bolivia. Deja Tarija para siempre y vuelve a Catamarca el 21 de setiembre de 1875.

Decide visitar Tierra Santa. En 1876 emprende el viaje hacia el convento histórico de San Lorenzo. Cruza a Montevideo y embarca para Europa. Llega a Roma. Visita Nápoles, Alejandría y arriba a Jerusalén. El superior de los franciscanos lo llama a Roma, después de casi un año y medio de estadía en Palestina. La misión que le encomienda es el restablecimiento de la vida religiosa según el ideal de San Francisco. Visita Asís. En abril de 1877 lo recibe el nuevo papa, León XIII. Vuelve a la Argentina y el 8 de junio a su Catamarca natal. Inmediatamente es elegido convencional constituyente.

El 27 de febrero de 1880 es nombrado Obispo de Córdoba, con mandato de obediencia absoluta al Papa, para que no rechazara el nombramiento. Es consagrado el 12 de diciembre en la catedral de Buenos Aires por el arzobispo Federico Aneiros. Se instaló en su cátedra el 17 de enero de 1881. Nunca dejó de usar el hábito franciscano, al que sólo agregó la cruz pectoral. Su tarea pastoral fue inmensa y visitó toda su diócesis, que por entonces abarcaba las provincias de La Rioja y Córdoba. Se recuerda que en un paraje rezó para que terminara una larguísima sequía, y por la noche llovió copiosamente.

Muerte y homenajes

El miércoles 10 de enero de 1883, en el paraje El Suncho, murió sorpresivamente a las tres de la tarde. Los vecinos se congregaron a venerar sus manos y su hábito. Las campanas comenzaron a repicar en todo el territorio de la diócesis: había muerto el obispo Esquiú. El cadáver fue acompañado por una multitud hasta la estación Recreo. Desde allí partió un tren hacia Córdoba, pero el calor obligó a sepultarlo en una capilla en Avellaneda. Finalmente llegó a la sede de su diócesis y se le practicó una autopsia para descartar un envenenamiento. Entonces se descubrió que su corazón estaba incorrupto. Fue sepultado en la catedral, frente a la sacristía. Su corazón fue llevado a Catamarca, donde era venerado hasta 2008, cuando fue robado. El delincuente fue apresado pero la reliquia no ha aparecido aún. La Iglesia lo declaró venerable, luego siervo de Dios, y se cree pronta su beatificación.

La Argentina lo ha homenajeado justamente. Su casa natal está preservada y es monumento histórico nacional. Hay estatuas del prócer en la catedral de Córdoba, el convento franciscano de Catamarca y su aldea natal. Calles, avenidas, plazas, pueblos, escuelas llevan su nombre. Una legendaria revista religiosa se llamaba “Esquiú”. Se filmó una película “Esquiú, una luz en el sendero” dirigida por Ralph Pappier. Pero sin duda, el mejor homenaje que los argentinos podemos brindar a esta joya diamantina de la Patria y de la Iglesia, es recordar las últimas palabras de su sermón del 9 de julio de 1853: “Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley; sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad; existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre eternamente a la República Argentina; y concediéndonos vivir en paz, y en orden sobre la tierra, nos dé a todos gozar en el cielo de la bienaventuranza en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, por Quien y para Quien viven todas las cosas.” Que así sea, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. l

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