“Un discípulo no es más que su maestro” “Un discípulo no es más que su maestro”
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
“¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”.
Tres lecciones evangélicas
En este evangelio, Jesús nos da tres lecciones de sentido común y de sentido cristiano. La primera: No puede un ciego guiar a otro ciego, porque ambos caerán en el hoyo. La consecuencia es clara, tenemos que acercarnos a los que ven bien, a los que tiene luz. Ternemos que acercarnos a Jesús que es la Luz verdadera y quien va detrás de él no camina en tinieblas... y llegará a buen puerto.
La segunda lección: Mejor acudir al maestro que al discípulo, que todavía está en época de aprendizaje. Consecuencia sencilla: Acudamos siempre a Jesús, nuestro Maestro, el que como es la verdad quiere mostrarnos la verdad de nuestra vida.
Tercera lección: Hay que tener siempre los ojos claros, buena vista para distinguir una viga de una mota. Si uno tiene una viga en su ojo no puede ir a un hermano para quitarle una mota de su ojo. Consecuencia: tratemos de quitar nuestros propios defectos, nuestras vigas. Solo después podemos tratar de quitar los defectos, las motas de los hermanos.
Mejor será sacar nuestra viga que fijarse en la mota del otro. Lo contrario es el colmo: juzgar antes al otro, por pequeñas cosas, que a nosotros mismos, con nuestro pecado. Esta conducta sólo merece, por parte del Señor, la acusación de “hipócrita”. No juzgar a los demás es no caer en la tentación, tan frecuente, de querer dominar.
Una consecuencia inmediata es no proyectar sobre otros la culpa, para defendernos de nuestros propios errores. No podemos hacernos las víctimas. Oyendo a algunos cristianos, se diría que la causa y la culpa de los males que nos aquejan, como Iglesia, están siempre “fuera”, en los otros.
Vamos, pues, a mirar con ojos limpios; es decir, con los ojos de Dios, que no juzgan, no condenan y miran siempre con benevolencia. Que nadie imponga, nadie quiera hacerse más que el otro. Al revés, rompamos la dialéctica dominantes-dominados, mediante el amor y la comunión cristiana. Como San Pablo: me hago todo para todos.





