LISANDRO DE LA TORRE: EL FISCAL DE LA REPÚBLICA (2ª parte) LISANDRO DE LA TORRE: EL FISCAL DE LA REPÚBLICA (2ª parte)
L a historia argentina cambia definitivamente el 6 de septiembre de 1930 con el golpe de estado del general José Félix Uriburu, que no sólo acabó con el segundo gobierno del radical Hipólito Yrigoyen, sino que arrasó con sesenta y ocho años de continuidad institucional, hasta hoy el período más largo de vigencia de la Constitución desde los tiempos de la Independencia. Lisandro de la Torre fue protagonista central de esa década del ‘30 y su figura, muy conocida por formar parte del elenco estable de las vidas partidarias, iba a distinguirse como uno de los primeros en percibir que el quiebre producido en 1930 era mucho más que una simple revolución fracasada en sus objetivos.
De la Torre iba a asumir para sí el carácter de fiscal institucional del país y llama la atención como su soledad, una marca que lo acompañó toda su vida, iba a acentuarse llevando adelante su lucha contra las otras desviaciones que los gobiernos desde entonces comenzaron a perpetrar. No sólo el fraude electoral, un retroceso brutal en la práctica ciudadana, sino el inicio de la colusión de intereses públicos y privados que iba a alcanzar su cenit con la aplicación delictiva del Tratado Roca – Runciman firmado el 1° de mayo de 1933 entre la República Argentina y el Imperio Británico con el objeto de apaciguar las consecuencias que la crisis capitalista de 1929 causó en el comercio entre las dos naciones.
Senador nacional. El negociado de las carnes El triunfo electoral que la Alianza Democrática Socialista obtuvo en Santa Fe en 1931 no alcanzó para hacer a Lisandro de la Torre presidente, pero sí consagrarlo como senador nacional, acompañado por su correligionario Francisco Correa, quien moriría en el cargo y sería reemplazado por Ricardo Caballero. Para reemplazar a este último cuando venció el mandato en 1935, la Legislatura de Santa Fe eligió a Enzo Bordabehere, un oriental radicado en Santa Fe y nacionalizado argentino. En esos años gobernaba Santiago del Estero el radical antipersonalista Juan Bautista Castro que en 1936 dejó su lugar a Pío Montenegro, quien llegó al “Cabildo” luego de renunciar a la senaduría nacional que ocupaba desde 1932 junto al socialista Carlos Bruchmann, siendo estos santiagueños los que participaron de los debates del negociado de las carnes, promovido por De la Torre.
La aplicación del tratado de 1933 puso en evidencia la desproporción entre la potencia hegemónica mundial y la potencia regional sudamericana, hecho que la Argentina debió asumir traumáticamente incluso por el simbólico hecho de ser firmado por un vicepresidente argentino y un secretario de comercio inglés. Las negociaciones habían significado ventajas para los frigoríficos británicos en el comercio internacional de las carnes argentinas y las sospechas sobre los distintos negocios espurios que el tratado promovió desde 1934 fueron tomadas seriamente por el senador De la Torre, quien presentó el tema en el recinto el 1° de septiembre de ese año.
Se conformó una Comisión Especial Investigadora que a lo largo de 26 sesiones y 10 meses trató el tema que fue cobrando una magnitud imprevista por el gobierno de Agustín P. Justo. La acusación más potente fue por evasión impositiva contra el frigorífico “Anglo”, que habría contado con el aval de las autoridades. Eso derivó en una interpelación a dos ministros nacionales: el de Hacienda, Federico Pinedo y el de Agricultura y Ganadería, Luis Duhau. El 23 de julio de 1935 se convocó a la sesión y sería el Congreso testigo de uno de los escándalos más graves de su historia. El debate se fue del control de las autoridades luego de la amenaza de Duhau contra De la Torre: “¡Ya pagará bien caro todas las afirmaciones que ha hecho!”, una vez que don Lisandro presentara el caso. Hay que señalar que dentro del recinto no sólo estaban los senadores sino el propio Bordabehere, cuyo diploma no había sido aún aprobado, y Ramón Valdés Cora, un expolicía que reportaba como guardaespaldas de Duhau. Esta es una práctica demasiado habitual en nuestras legislaturas, sin respeto por los reglamentos y que en aquella sesión histórica iba a ser determinante de la tragedia.
Las intervenciones de De la Torre, que constan en los libros de sesiones del Senado, fueron un modelo de oratoria, y eran acusaciones gravísimas que demostraban que los delitos cometidos por los frigoríficos y los buques que transportaban las carnes congeladas a Inglaterra no habrían sido posibles sin el concurso de funcionarios públicos. Ante la evidencia Pinedo, sentado en la mesa de los interpelados, le espeta en voz baja a De la Torre: “Viejo impotente”, a lo que el veterano legislador, soldado de mil batallas verbales, le retruca: “No es la opinión de su mujer”. Inmediatamente Pinedo intenta pegarle y se arma una trifulca, donde Bordabehere defiende a De la Torre en el momento que se escuchan disparos que paralizan a todos los presentes. Cae Bordabehere víctima de las balas y el agresor Valdés Cora intenta huir y es detenido por el senador Alfredo Palacios en un pasillo. Se interrumpe la sesión y el herido es llevado al hospital Ramos Mejía, donde llega muerto.
Dice De la Torre esa noche aciaga: “Se conoce el nombre del matador, pero hace falta conocer el del asesino”. El país se sumió en un ambiente luctuoso, pero sin embargo el gobierno ignoró la gravedad de lo ocurrido. El cadáver de Bordabehere fue trasladado a Rosario, y su funeral fue multitudinario. La muerte del discípulo fue demasiado para el alma de don Lisandro, un hombre que nunca se casó y vivió solo la mayor parte de su vida. En represalia al PDP por el escándalo de las carnes, que se fue diluyendo hasta concluir en la nada, el gobierno nacional intervino la provincia de Santa Fe, acabando con el poder territorial de la democracia progresista.
El duelo con Pinedo. Su retiro El 25 de julio de 1935, a los dos días del asesinato de Bordabehere, De la Torre y Pinedo se enfrentaron en un duelo que tuvo lugar en instalaciones militares. El senador disparó al aire, pero el ministro erró el disparo realizado con intención mortal. No se reconciliaron y Pinedo lamentó haber aceptado participar de “una fantochada de irracionales”.
De la Torre no aceptó el lance contra el otro ministro, Duhau, al que le negó condición de caballero. En ocasión del debate de un proyecto de ley contra el comunismo en 1936 denunció que la iniciativa de Matías Sánchez Sorondo tenía por objeto convertirse en: “el ropaje con que se visten los que saben que no pueden contar con las fuerzas populares para conservar el gobierno… Bajo esa bandera (anticomunista) se pueden cometer toda clase de excesos y quedarse con el gobierno sin votos. Yo soy un afiliado a la democracia liberal y progresista, que al proponerse disminuir las injusticias sociales trabaja contra la revolución comunista…”. Fue su última participación legislativa en la que sentó doctrina y le valió la acusación de comunista. El 5 de enero de 1937 De la Torre renuncia a su banca y se retira de la política en forma definitiva.
Se dedicó a dictar conferencias, rechazando cátedras ofrecidas por varias universidades. Todos sus amigos veían su decadencia, pero fueron incapaces de ayudarlo. Sostuvo una notable polémica con monseñor Gustavo Franceschi, director de la revista católica “Criterio” en defensa del liberalismo político. Así llegó el segundo aniversario de su renuncia a la Cámara de Senadores de la Nación. Vivía en soledad en su casa junto a la sede de la Asistencia Pública de Buenos Aires, en la esquina de Esmeralda y Rivadavia, a metros del Café “Tortoni”, donde se lo contemplaba en sus cavilaciones.
El suicidio. Homenajes
Los diarios de la tarde del 5 de enero de 1939 propalaron la infausta noticia: Lisandro de la Torre se había suicidado. Dejó una carta a sus amigos, a los que nombró uno por uno, en la que decía: “No debe darse una importancia excesiva al desenlace final de una vida aun cuando sean otras las preocupaciones vulgares. Si Uds. no lo desaprueban desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento. Me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo…'Adios”. Son palabras que destilan decepción, desesperanza e impotencia. A pesar del pedido, fue sepultado en el Cementerio “El Salvador” de Rosario, donde su austero mausoleo es el más relevante de la ciudad, como homenaje a su hijo dilecto y a pocos metros del de Bordabehere, cuyo monumento es impresionante: una silueta con un gigantesco agujero a la altura del corazón.
Su muerte lo confirmó como un faro ético en la convulsa política de las décadas de 1940 y 50. Comenzaron los homenajes. En la ciudad de Buenos Aires se levantó un monumento sobre la Diagonal Norte, frente a la sede histórica de YPF El mobiliario de su casa porteña fue llevado al Museo Histórico Provincial “Dr. Julio Marc” de su ciudad natal, donde un ala está dedicada a su memoria e impresiona la reconstrucción del ámbito en que Lisandro de la Torre tomó su más trágica decisión. Rosario lo homenajea también conento. Decenas de calles en todo el país lo recuerdan, destacándose la avenida porteña donde se encontraba el frigorífico de su nombre, testigo e la gran huelga de 1960, en el barrio de Mataderos.
Santiago del Estero le dedica una calle en el sur de la capital y Añatuya otra construida sobre el antiguo trazado de un ferrocarril. El cine argentino trató centralmente su figura de la mano de dos geniales cineastas: Leopoldo Torre Nilson con “Fin de Fiesta” de 1960, y Juan José Jusid con “Asesinato en el Senado de la Nación” de 1984, un gran fresco histórico en la que el actor Pepe Soriano interpreta a De la Torre.
Sus discursos y sus escritos fueron recopilados recién en 1957 y publicados en seis tomos. Quizá la lectura de sus textos y la memoria de su conducta sirvan al futuro argentino. l








