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EL LIBERAL . Santiago

Los golpes de Estado: 53 años de inestabilidad (primera parte)

19/03/2022 20:10 Santiago
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Los golpes de Estado: 53 años de inestabilidad (primera parte) Los golpes de Estado: 53 años de inestabilidad (primera parte)

Por Eduardo Lazzari. Historiador.

Por Eduardo Lazzari. Historiador.

La historia argentina republicana

puede ser ordenada según

distintas perspectivas.

Algunos han optado

por las preeminencias

partidarias: la república

conservadora, la radical,

la peronista. Otros por

los avatares institucionales:

la Confederación, la fundación

del Estado nacional, la república

restringida, las revoluciones,

la democracia. En un intento por entender

la historia desde otra visión, también

se la puede organizar tomando en cuenta

los períodos consolidados: la organización nacional

(1853-1880), la república moderna (1880-

1930), la inestabilidad por los golpes de Estado

(1930-1983) y la restauración democrática (1983

al presente).

Este último ordenamiento permitirá abordar

con una unidad ese período en el cual los

golpes de Estado y sus interregnos marcaron la

vida argentina, de tal manera que se pervirtieron

y corrompieron todos los órdenes: político,

económico y social. Y se puede afirmar también

que los cinco golpes de Estado triunfantes en su

momento marcan, en su sucesión cronológica,

una evolución marcada en dos aspectos: uno

vinculado a sus objetivos (en los primeros casos

“corregir los desvíos de la política tradicional” y

más adelante “cambiar el destino de la Patria”);

y el otro en relación a su duración: cada uno duró

más que el anterior.

Una verdadera curiosidad histórica es que

todos los golpes de estado, inclusive los fracasados,

tuvieron lugar en los meses del año en los

que cambian las estaciones: 6 de septiembre de

1930, 4 de junio de 1943, 16 de junio y 16 de septiembre

de 1955, 29 de marzo de 1962, 29 de junio

de 1966 y 24 de marzo de 1976. Fueron trece presidentes

de facto: sugerente para aquellos que

creen en la magia de la numerología. Recorreremos

entonces, en dos capítulos y en una apretada

síntesis revoluciones y procesos, que no sólo

significaron la ruptura del contrato institucional

de los argentinos, sino también graves traumas,

contra algunos de los cuales aún hoy seguimos

luchando desde la ciudadanía responsable.

LAS REVOLUCIONES:

Se llama revolución, a los efectos

de esta clasificación, arbitraria como

todas y posterior a los hechos, a todos

los golpes de Estado que tuvieron lugar

entre 1930 hasta 1955, surgidos sin

una planificación previa y en respuesta

a acontecimientos determinados que

no fueron tolerados por ciertos sectores

del poder político y económico, a los que

siempre se sumó un sector de las fuerzas

armadas, salvo en 1943 cuando los

militares actuaron solos. Es curioso que

el primero fuera contra un gobierno radical,

el segundo contra uno conservador

y el tercero contra uno peronista. Esta

simple enumeración muestra que los golpes

de estado estuvieron dirigidos más

bien contra hechos políticos determinados

que contra una identidad partidaria.

La revolución del ‘30

El golpe que encabezó el general José

Félix Uriburu contra el presidente radical

Hipólito Yrigoyen fue casi improvisado, a

tal punto que el sublevado sólo contó con el

concurso de los cadetes y oficiales del Colegio

Militar para cumplir su cometido: la toma

del poder. Fue tal la sorpresa frente

a la facilidad con la que se consiguió

el gobierno, que se pidió

opinión a la Corte Suprema

de Justicia, que en su más

g rande renunciamiento

histórico avaló el gobierno

insurreccional. A

Uriburu lo acompañó como

vicepresidente Enrique

Santamarina, aunque

a sólo dos meses del 6 de

septiembre de 1930 renunció

y dejó el cargo

vacante.

La “Revolución

del ‘30” fracasó en todos

sus objetivos. No logró

que se tratara una reforma

constitucional de corte

corporativo, sólo pudo

evitar el regreso de la UCR

al poder proscribiendo a su

candidato Marcelo T. de Alvear

con el absurdo argumento

de que no habían pasado seis años

desde su anterior mandato, y finalmente

debió entregar el poder con sólo diecisiete

meses de gobierno. Nadie se reivindicó

como heredero de la revolución

y todos los propósitos de Uriburu

quedaron en el olvido,

que fue mayor luego de su

muerte en abril de 1932, a

sólo setenta días de la entrega

del mando a Agustín

Pedro Justo.

La revolución del

'43

Se trata del único golpe

de Estado exclusivamente militar

de la historia, a tal punto que sólo

tropas del Ejército participaron en un inicio

y llegaron a enfrentarse con oficiales de

la Marina de Guerra en la antigua Escuela

de Mecánica de la Armada, hoy Museo Nacional

de la Memoria, provocando decenas

de muertos. El motivo esgrimido para tomar

el poder fue evitar un nuevo gobierno

conservador con la candidatura

del salteño Robustiano

Patrón Costas y con

gran posibilidad de utilizar

el mal llamado “fraude

patriótico” para garantizar

el triunfo. Eran tiempos

en que la oficialidad

del Ejército estaba dividiéndose

entre “liberales”

y “nacionalistas”.

Presumían

los golpistas con

certeza que Patrón Costas

iba a alinear a la Argentina

con Francia, Gran

Bretaña y Estados Unidos

en el marco de la II Guerra Mundial.

Asumió el 4 de junio

de 1943 el general Arturo

Rawson, quien no contó

con el apoyo de los coroneles

del GOU, una logia

secreta con gran influencia

entre los militares, que

proclamó a los dos días como

presidente al general

Pedro Ramírez. Fue elevado

a la vicepresidencia el

contralmirante Sabá Sueyro,

quien moriría al mes.

Lo reemplazó el general

Edelmiro Farrell, quien a su vez sucedería a

Ramírez el 9 de marzo de 1944, al ser éste

forzado a renunciar por las presiones de

los aliados, decepcionados por la neutralidad

argentina, proclive al Eje formado por

Alemania, Japón e Italia.

Los vicepresidentes de Farrell fueron el coronel

Juan D. Perón desde el 8 de julio de 1944 y

el general Juan Pistarini desde el 10 de octubre

de 1945. Fueron tiempos marcados por una gran

tensión política y un contexto internacional que

fue mutando en contra del gobierno militar, sobre

todo luego del triunfo aliado. Vale destacar

la curiosidad de que este golpe de estado fue el

único que planificó con éxito una sucesión propia,

cuando Perón, luego de ganar las limpias

elecciones del 24 de febrero de 1946, asumió el

4 de junio conmemorando los tres años del inicio

de la revolución y proclamándose a sí mismo como

heredero de sus ideales. Luego la deriva de

la historia sería otra.

La revolución libertadora

En el largo período constitucional de Juan Perón, entre 1946 y 1955, se produjeron varios golpes de estado. El primero en 1951, encabezado por el general Benjamín Menéndez, que no sólo no tuvo éxito sino que puso en evidencia la lealtad mayoritaria del Ejército con el gobierno, que no tuvo problema en reprimir el levantamiento y castigar a los responsables, entre ellos los capitanes, de marina Francisco Manrique y de ejército Alejandro Agustín Lanusse.

El 16 de junio de 1955 se produce una rebelión que concluyó con el bombardeo a la Casa de Gobierno, para matar al presidente Perón. Fue encabezado por oficiales de la Armada que produjeron el día más violento de la historia moderna del país, ya que como consecuencia de las bombas murieron cerca de 300 personas en los alrededores de la Plaza de Mayo y por la tarde fueron incendiadas diez iglesias en el centro de Buenos Aires. La intentona fracasó y la mayor parte de los oficiales rebeldes se asilaron en el Uruguay.

El 16 de septiembre estalló otra rebelión minoritaria en el Ejército encabezada por el general Eduardo Lonardi, y mayoritaria en la Armada bajo el mando del almirante Isaac Francisco Rojas que causó un estado de conmoción durante cuatro días en los que hubo violentísimos combates entre militares leales al gobierno y los rebeldes en Córdoba y un bombardeo naval a los depósitos de combustibles en Mar del Plata.

El 20 Perón renunció ante los comandantes de las Fuerzas Armadas, algo irregular ya que debió hacerlo ante el Congreso Nacional, y abandonó el país permitiendo a Lonardi asumir como presidente de facto el 23 de septiembre con un legendario discurso en el que proclamó que había llegado al poder bajo el lema “Ni vencedores ni vencidos”, tal como dijo Justo José de Urquiza en 1852 luego de Caseros. Fue su vicepresidente Rojas.

El 13 de noviembre de 1955, en un golpe interno del Ejército, Lonardi fue suplantado por el general Pedro Eugenio Aramburu. Lonardi murió a los pocos meses, en marzo de 1956. El vicepresidente siguió siendo Rojas hasta la asunción de Arturo Frondizi el 1° de mayo de 1958. La mutación desde la posición de integración del peronismo depurado al sistema que sostenía Lonardi hasta la proscripción absoluta que postuló y logró Aramburu fue lo más significativo en términos políticos, hecho que se convirtió en el epicentro de la discusión pública, dejando de lado aspectos vinculados a lo económico y a lo social, más allá de las medidas de coyuntura que se tomaron.

La astucia de Frondizi, que con Rogelio Frigerio como negociador con Perón en el exilio, logró el apoyo que le permitió ganar las elecciones del 23 de febrero de 1958, iba a convertir en un calvario su gobierno en relación a los militares, ni siquiera dispuestos a tolerar la existencia del peronismo.El próximo domingo nos sumergiremos en la aventura militar que derrocó aFrondizi pero no pudo tomar el poder, y en los dos gobiernos de facto cuyas características unen a los  últimos golpes de estado que se hicieron del poder.

Esas marcas son varias: el planeamiento ordenado con objetivos de largo plazo y ambiciosos propósitos; el abandono de una vuelta rápida a la Constitución, e incluso pensar en su modificación, y tomar a las Fuerzas Armadas no sólo como reserva moral “in extremis” sino convertirlas en protagonistas de la política nacional como “partido militar”.

Tanto la Revolución Argentina como el Proceso de Reorganización Nacional intentaron establecer estatutos de rango constitucional para regular la vida institucional. De sus causas y sus consecuencias tratará la columna del próximo domingo, si Dios quiere, desde estas páginas de “El Liberal”.

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