Choya, un floreciente punto de la industria calera, que busca reverdecer Choya, un floreciente punto de la industria calera, que busca reverdecer
La localidad de Choya es la cabecera del departamento del mismo nombre y está ubicada a suroeste de la provincia, y a unos 120 kilómetros de la Capital de la provincia. Fue fundada en 1885, y en sus inicios se denominaba Villa Rivadavia. Al paso de los años cambió su nombre por Estación Choya debido al paso de un ramal del Ferrocarril Belgrano, y luego comenzó a denominarse solamente Choya.
A finales de la década del 50 y durante muchos años, fue uno de los centros industriales más importantes de la provincia por la producción de cal a granel, que se comercializaba en varias provincias del país, y le daba un fuerte impulso a la economía de la provincia.
Pese a ello, por su cercanía con la ciudad de Frías (30 kilómetros), no tuvo una independencia comercial, ya que los pobladores se manejaban comercialmente en el lugar sólo para los insumos indispensables del quehacer diario.
“Mercadería y carne nomás se compraba aquí, por ropa o muebles, la gente iba a Frías”, recuerda Jesús Cejas, “Tito” como se lo conoce en el pueblo, que a los 19 años ya comenzó a trabajar como “foguista” en uno de los hornos del pueblo.
Con el cierre de los hornos en el pueblo, por cuestiones que aún algunos no le encuentran una justificación de valía, los trabajadores comenzaron a emigrar hacia Buenos Aires. Algunos tuvieron éxito y pudieron radicarse allí, pero muchos comenzaron a volver a su tierra, y a buscar medios para subsistir.
“Cuando Loma Negra deja de comprar (la cal a granel), los caleros locales, en vez de asociarse e hidratar la cal para que tenga salida embolsada, optaron por cerrar los hornos”, cuenta Edmundo Gómez, quien también siendo muy joven se desempeñó como administrativo en dos empresas del lugar.
Con este regreso, el pueblo comenzó a crecer, el actual comisionado municipal, José María Gómez, se aboca a reactivar algunos servicios y estudia junto a empresarios y expertos, la posibilidad de reabrir algunos de los hornos, para poder darle un impulso propio al lugar.
A pocos kilómetros se encuentran los parajes Ancaján y San Pedro de Choya. En el primero, estaba la cantera desde donde se extraía la piedra que terminaba en los hornos y se convertía en cal, y en el segundo, existía una empresa que le dio vida próspera al pequeño caserío, donde unas pocas familias sobreviven hoy de la cría de ganado menor, o haciendo alguna “changuita” en los campos de la zona.
René se acuerda de aquellas épocas en las que “había un gran movimiento en el pueblo”, y lo duras que eran las jornadas de trabajo en el horno. “Mi hermano trabajaba aquí y yo lo venía a ver, a veces rompían la piedra a mano para poder mandarla a los hornos, o subir la leña en carretillas hasta la boca del horno”, contó.
Hoy este lugar tiene la abúlica vida de tantos pueblos del interior santiagueño. Viejas casas que denotan haber sido centros comerciales importantes; gente callada que se sienta en la verada de la casa por las tardes; chicos jugando en algún descampado.








