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La Banda y la memoria del corazón

15/09/2022 21:14 Opinión
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En la infancia se ponen los cimientos sobre los que iremos construyendo nuestra identidad a lo largo de la vida. Mi infancia transcurrió en La Banda. Allí se plantaron las semillas de lo que soy hoy. No puedo nombrar todo aquello de mí que fue sembrado en La Banda. Es demasiado para este espacio, para el corazón y para la memoria. Pero puedo nombrar algunos hechos y personas en representación de todo el resto. A mi primera maestra (y acaso mi primer amor infantil), en primero y segundo grado de la Escuela Mariano Moreno N° 127, la “seÑorita” Aurora Villalba de Lami, que permanece hermosa, inspiradora y cálida en mi recuerdo. A la Mueblería Perelmuter, fundada por mi abuelo paterno, en donde con mi hermano Horacio jugabámos con la cardadora que se usaba para hacer colchones. A la Farmacia Sinay, fundada y llevada adelante por mis padres con amor, con esfuerzo y con cariÑo hacia cada cliente, quien veía en ellos a sanadores confiables. La farmacia estaba delante de mi entraÑable casa chorizo, en la calle Alem, número 252, justo frente al mercado. Puedo nombrar al querido Club Ciclista Olímpico, en donde jugué al básquet en la vieja cancha al aire libre desde microbios hasta cadetes, antes de mudarme a Buenos Aires. A los clásicos contra Tiro Federal. A Central Argentino y al Mudo Martínez, el arquero que era mi ídolo, y al que veía pasar en bicicleta por delante de mi casa. Mi papá (don Moisés, como lo llamaban vecinos y clientes) era hincha de Sarmiento y en los clásicos, cuando había un gol de Central, lo gritaba con Horacio y conmigo. Estaba primero la alegría de sus hijos.

La Banda es, para mí, el Kiosco Moyano, en la esquina de Alem y Rivadavia, en donde con Horacio comprábamos hasta la última revista de historietas que llegaba desde Buenos Aires, y El Gráfico, y Vosotras para mi mamá, Myriam, que había nacido en un pueblito de Polonia y llegó a La Banda a los 4 aÑos, con su padre y madre, para unirse a sus hermanos mayores, que habían venido aÑos antes. La Banda son los riquísimos Helados ÑoÑi, de ÑoÑi Urrere, que tenía su heladería pegada a mi casa. En mi paladar nunca fueron igualados. La Banda son las matinés del Cine Renzi, en donde la algarabía infantil apenas dejaba escuchar las voces de la pantalla. Y la maravilla de ver películas al aire libre en el Cine Avenida, durante las calurosas noches veraniegas. Y es la magia de los trenes (el Estrella del Norte, El Tucumano, el Mixto), a los que, con Horacio, corríamos para verlos detenidos en la estación y observar quiénes se iban y quiénes llegaban. Nuestra atalaya era el puente del alto nivel, un mirador inmejorable. La Banda era La Alhambra, la confitería frente a la estación, en la que los domingos en la maÑana acompaÑábamos a mi viejo mientras él tomaba su aperitivo con su amigo Alfredo Rosenthal, de la gomería. La Banda eran las despensas Montoto y Sarquís, a donde mi mamá nos enviaba a hacer compras. Y era Foto Vittar, en la esquina de Alem y Sarmiento, en donde nos sacamos fotos de familia que aún conservo. La Banda era un territorio propio al que recorría de punta a punta en mi inseparable bicicleta negra, en la que, cuando inicié el secundario en el Colegio Nacional Absalón Rojas, solía animarme a ir hasta Santiago, a las clases de Educación Física dictadas por el querido maestro de vida que fue para mí Pepe Presti, siempre presente en mi memoria y mi corazón.

Como digo, La Banda es un territorio inmenso, inabarcable para la memoria afectiva. Todo eso que La Banda era entonces sigue siendo para mí, y esas y tantas otras imágenes y personas queridas se superponen a lo que hoy veo cada vez que regreso como un peregrino y me tomo un tiempo para caminar por sus calles de hoy, cuando La Banda y Santiago me resultan prácticamente una única ciudad. Tan amorosamente enfrentadas en otros tiempos y finalmente tan fusionadas hoy. Hemos crecido La Banda y yo, cada uno por sus propios caminos, y tenemos ahora muchos más aÑos que entonces y mucha más historia. Ojalá yo haya dejado en La Banda algo valioso. Sería una mínima devolución para todo lo imborrable que ella dejó en mí y que me constituye.

 


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