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ELECCIONES SORPRESIVAS Y SORPRENDENTES UN REPASO POR LA HISTORIA ARGENTINA (SEGUNDA ARTE)

26/08/2023 23:05 Viceversa
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ELECCIONES SORPRESIVAS Y SORPRENDENTES UN REPASO POR LA HISTORIA ARGENTINA (SEGUNDA ARTE) ELECCIONES SORPRESIVAS Y SORPRENDENTES UN REPASO POR LA HISTORIA ARGENTINA (SEGUNDA ARTE)

POR Eduardo Lazzari, Historiador

as sorpresas electorales no son un monopolio de la vida política argentina. Muchas veces, y en muchos países del mundo, el pueblo al momento de elegir sus autoridades según el régimen constitucional que le corresponde ha tomado decisiones que no eran esperadas por los que se dedican al análisis de los acontecimientos políticos y también por quienes tienen un interés ciudadano en el desarrollo de los hechos institucionales de su país. Como un recuerdo histórico de estos acontecimientos singulares donde no se previó adecuadamente el comportamiento electoral, en el siglo XX fue una sorpresa que el Partido Conservador británico perdiera las elecciones en 1945, en el momento de la victoria de los aliados contra Alemania, enviando a su casa a quien fuera el apóstol de la libertad en la II Guerra Mundial Winston Churchill. Tampoco se esperaba que Charles De Gaulle fuera derrotado en sus propuestas en 1969, por lo que renunció y se retiró de la política. Pero en el panorama argentino, y en contra de algunos lugares comunes equivocados, las sorpresas electorales han sido pocas y no demasiado disruptivas. Hoy dedicaremos esta columna dominical a dos elecciones separadas por un siglo y medio de distancia: 1835 y Rosas; y 1983 y Alfonsín.

Juan Manuel de Rosas: el gobernador del plebiscito

Desde su participación en el proceso político derivado del fusilamiento del gobernador porteño Manuel Dorrego el 13 de diciembre de 1828 por la mano del general Juan Lavalle, el estanciero Juan Manuel Ortiz de Rozas se fue convirtiendo en el árbitro del poder en la provincia de Buenos Aires. Vale recordar que por una pelea con su padre, Juan Manuel dejó de usar el apellido familiar y cambiando su ortografía, quedó con el Rosas a secas. Asumido el liderazgo federal desde 1829, y luego de derrotar militarmente a Lavalle, que se había convertido en gobernador y duraría sólo un año en el cargo, Rosas llega a la gobernación en diciembre de ese año. La habilidad política de quien fuera llamado entonces “Restaurador de las Leyes” en homenaje al andamiaje legal de los años de la “Era Feliz”, como era recordada la experiencia del gobernador Martín Rodríguez y de su ministro de Gobierno Bernardino Rivadavia, fue extraordinaria, ya que logró pacificar las ciudades y la campaña bonaerense, además de ordenar las cuentas públicas y permitir un florecimiento de las artes y de las ciencias, además de aceptar el disenso polí- tico dentro de las instituciones provinciales. Al final de su primer mandato en 1832, Rosas pretendió que le otorgaran las facultades extraordinarias, es decir la posibilidad de gobernar sin depender de las leyes que dictara la Legislatura. Por entonces la elección del gobernador era indirecta, ya que el pueblo votaba a los representantes que iban a oficiar de legisladores a la vez que eran los electores del primer mandatario provincial. Incluso los diputados que lo seguían rechazaron otorgarle la suma del poder público, por lo que Rosas retiró su candidatura a la reelección, dejando la capital. Fue elegido gobernador el hé- roe de la Independencia Juan Ramón Balcarce, que debió enfrentar la oposición a su gabinete de los apodados “lomos negros” por el uso de levita y galera. Los seguidores de Rosas, por entonces enfrascado en la campaña al desierto de 1833, organizaron una revolución contra Balcarce, llamada “de los restauradores”, que culminó con su renuncia en noviembre de 1833, siendo elegido en su reemplazo otro legendario general de las luchas emancipadoras, Juan José Viamonte, que no pudo hacer pie y terminó yéndose a su casa en junio de 1834, para dejar el mando en manos de Manuel Vicente Maza, hombre fiel a Rosas, que culminaría el mandato en marzo de 1835, cuando el clima político estaba enrarecido por el asesinato de Juan Facundo Quiroga en Barranca Yaco, Córdoba, quien regresaba desde Santiago del Estero. Rosas, un dirigente astuto, pragmático y autoritario, se negó a aceptar su nombramiento salvo que se dieran dos condiciones: el otorgamiento de la suma del poder público a cambio de sostener la fe católica y la federación por tiempo indeterminado; y la realización de un plebiscito para confirmar su nominación como gobernador. La Legislatura provincial convocó al pueblo bonaerense a las urnas entre el 26 y el 28 de marzo de 1835. Hay que destacar que en los tiempos coloniales participaba de las elecciones el 2% de la población, y en la década de 1830 ya votaba cerca de un 15% de los habitantes. La sorpresa fue la abrumadora victoria de Rosas que cosechó 9.713 votos contra sólo 7 en contra. Ese resultado le dio un poder extraordinario que no dudó en ejercer. Diría Rosas en el discurso de asunción de su segundo período como gobernador en el fuerte de Buenos Aires: “Combatamos con denuedo a aquellos que han puesto en confusión nuestra tierra. Persigamos de muerte al impío, al ladrón, al sacrílego, y sobre todo al pérfido traidor que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe. ¡Qué de esa raza de monstruos no quede uno entre nosotros y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y de espanto a los demás que puedan venir en adelante!”. Allí comenzó el autoritarismo del Restaurador, que como suele mostrar la historia, en vez de un llamado a la concordia, las urnas propiciaron la persecución de los opositores. Pasarían diecisiete años hasta que otro caudillo federal, el entrerriano Justo José de Urquiza, desafiara a Rosas. Pero esa es otra historia y muy apasionante.

Raúl Alfonsín: el presidente inesperado

Sin duda, se puede afirmar que Raúl Alfonsín llegó a la primera magistratura el 10 de diciembre de 1983, en uno de los peores momentos de la historia nacional. La derrota en la guerra de las Malvinas; la ruina económica; las denuncias por las violaciones a los derechos humanos; el aislamiento internacional, y desde el punto de vista político la destrucción del sistema de partidos, constituían un escenario dantesco para emprender el camino de la restauración republicana argentina. Es interesante recordar el tiempo que media entre junio de 1982 y las elecciones del 30 de octubre de 1983, ya que nada hacía prever el resultado de los comicios. Frente a la renuncia del responsable de la derrota de Malvinas, el general Leopoldo Galtieri a la presidencia de facto, se produjo una intensa crisis entre las distintas fuerzas armadas que provocó el retiro del gobierno de la Armada y de la Fuerza Aé- rea. El Ejército, único detentador del poder, nombró a un general retirado para encarar la transición: Reynaldo Bignone. La debilidad extrema no anticipó la entrega del poder, sino que comenzó una larga secuencia rumbo a la normalización institucional. El peronismo, que venía de su frustrante experiencia de gobierno entre 1973 y 1976, parecía no haber aprendido de su pasado y durante ese tiempo se movió como el partido destinado a la victoria inexorable. Fue confirmada como presidente del partido la viuda de Perón, a pesar de su pobre papel como primera mandataria, y el sindicalismo colocó al vicepresidente primero, el secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica, Lorenzo Miguel. En un caótico proceso interno fueron elegidos para la fórmula presidencial el santafesino ítalo Argentino Luder y el chaqueño Deolindo Bittel. A tal punto se movía el peronismo con tranquilidad, que se realizaron negociaciones políticas a la vista de todos, de las que surgieron la ley de distribución de diputados sancionada por Bignone, que favorecía a los distritos de tradición justicialista y la aceptación por Luder de la legalidad de la autoamnistía decretada por el gobierno militar referida a los delitos cometidos durante la represión. Por otra parte el radicalismo debía enfrentar un recambio generacional. El líder partidario de las últimas décadas Ricardo Balbín había muerto el 9 de septiembre de 1981. En la disputa por la sucesión del sillón de Alem, los seguidores del platense bocharon la candidatura de Arturo Illia al liderazgo radical, ubicando allí al entrerriano Carlos Contín, lo que condujo al retiro al ex presidente, quien moriría en enero de 1983. Allí surgió la candidatura del líder del Movimiento de Renovación y Cambio Raúl Alfonsín, acompañado por el cordobés Víctor Martínez, que enfrentaron al oficialismo partidario de Fernando de la Rúa – Carlos Perette, y obtuvieron la victoria en las elecciones internas en julio de 1983. La campaña posterior rumbo a la presidencia estuvo caracterizada por un orden y una modernidad no conocidas hasta entonces en el país. Si bien las movilizaciones callejeras del radicalismo causaron un gran entusiasmo en sus militantes, el peronismo no se quedó atrás y, salvo algunos pocos analistas y contadas encuestas que decían lo contrario, la sociedad se encaminó a las urnas con la perspectiva de un triunfo justicialista. Las primeras agrupaciones que lograron su personería fueron el Movimiento de Integración y Desarrollo, al mando de Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio, a quienes correspondió la lista 1; el Partido Justicialista, que recibió la lista 2; y la Unión Cívica Radical que presentó la lista 3. Esto no fue óbice para consolidar la creencia en el triunfo peronista que nunca había sido derrotado en elecciones sin restricciones. El 30 de octubre de 1983 se votó en todo el país luego de diez años, el período más largo sin elecciones en la historia. Surgió con claridad el triunfo radical. Con una participación del 85% de los empadronados, la UCR obtuvo 7.724.559 sufragios contra el PJ, que logró 5.995.402. Los electores fueron 317 a favor de Alfonsín - Martínez contra 259 que votaron a Luder – Bittel. Ese 52% contra el 40% fue sorpresivo, ya que incluso los optimistas radicales nunca esperaron una diferencia tan importante. El traspaso de mando estaba preparado para el 30 de marzo de 1984, pero la circunstancia política cambió tanto que el 10 de diciembre se iba a convertir, hasta hoy en la fecha ritual de asunción de los presidentes argentinos.

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