Los secretos de Carmelo, el hombre más viejo del planeta, de 123 años Los secretos de Carmelo, el hombre más viejo del planeta, de 123 años
Imposible no querer saber todo de su larguísima existencia. Así, El Tribuno logró contactarse en La Paz con un bisnieto del hombre más viejo del planeta:
- ¿Zacarías Flores?
- El habla.
- ¿Usted es nieto de Carmelo Flores Laura?
- Bisnieto soy. Ahora se ha vuelto famoso el abuelo.
- Lo hablamos desde Salta.
- Sé de Salta y de Jujuy también. Hay parientes allá que se dedican a la agricultura y a la verdulería.
Con la alegría de haberlo encontrado después de una docena de llamados, comenzamos una charla que intenta revelar, quizás como una vana fórmula, los secretos de la longevidad de Carmelo, quién fue nombrado “Patrimonio vivo de la humanidad” el lunes pasado. La noticia revolucionó y llenó de orgullo a Bolivia, donde las autoridades reúnen toda la documentación para marcar un nuevo Guinness record mundial con este abuelo aymara nacido el 16 de julio de 1890, según consta en su partida de nacimiento.
Para ubicar a este hombre en la cronología histórica, se puede decir que nació en Bolivia mientras en Argentina estallaba la Crisis de 1890 cuando simpatizantes de la Unión Cívica, dirigidos por Leandro Alem y Bartolomé Mitre, protagonizaron un levantamiento armado que provocó la caída del presidente Juárez Celman y su reemplazo por Carlos Pellegrini. ¿Antiguo? Habría que preguntarles a los chicos.
Carmelo es único en el planeta. Zacarías, de 37 años, contó que su abuelo tuvo cuatro hijos, “pero solo uno vive, Cecilio, el menor (67 años). También tiene 16 nietos, 39 bisnietos y no llevo la cuenta de los tataranietos”. Pasa la mayor parte del tiempo sentado, viendo la vida pasar, envuelto en una tormenta de recuerdos que no puede hilar. Cuenta Zacarías que su abuelo luchó en la brutal guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay (1932-1935), “pero casi nunca lo recuerda”, dice. Aunque todos los contemporáneos de Carmelo, que vivían en Frasquia, ya murieron, nunca quiso mudarse a otro lugar. “El dice que extraña a la abuela que ha muerto hace más de 15 o 20 años. Siempre dice que se va a quedar en su casa (una choza de adobe y techo de paja) hasta que Dios diga”.
Carmelo fue agricultor toda su vida, y actualmente vive con su nieto Edwin Flores. A su alrededor los campesinos hacen chuño -papa deshidratada y congelada- y otros aran la tierra con bueyes. La mayoría son ancianos, los jóvenes prefieren emigrar. Como todos los parientes de este increíble hombre que atravesó dos siglos para llegar a nuestro tiempo (que también es su tiempo) a dejarnos con la boca abierta y las ideas en revolución. Porque “cuando la vida habla, todos los vientos se vuelven palabras; ... cuando ella canta, los sordos oyen y quedan cautivados; y cuando camina, los ciegos la ven y la siguen maravillados y atónitos” (Khalil Gibrán).
La formidable dieta andina
La larga vida de Carmelo Flores Laura se atribuye a una dieta tradicional andina basada la quinua, papas, habas, hongos y la constante compañía de las hojas de coca. “Mi abuelo es fuerte, come carne seca o charqui de zorrillo tres veces al año y él dice que es lo que más le ayudó a seguir con vida. También usa gotas de sangre de lagartija en su ojo para ver mejor y cuando le duele algo, frota su cuerpo con el alcohol en que macera víboras”, contó Zacarías.
Bebe agua que baja de la cordillera por un arroyo y no come fideos, ni arroz, sólo cebada. Vive en una choza de adobe con techo de paja y piso de tierra. Hace tres años tiene electricidad y letrina aunque él está habituado a usar el descampado para sus necesidades. En su mundo se cocina al fuego y en ollas de barro. “Cuando tenía ovejas, comía eso, pero como antes no había kerosene, se cocinaba con la grasa de cordero”, cuenta.








